Comentario
Cuando en el reinado de Alfonso II de Asturias se descubrió la tumba del apóstol Santiago, la red de caminos en el Norte de la Península se reducía a algunos itinerarios que seguían en gran parte las calzadas romanas. Algunos testimonios literarios, como el "Poema del Cid", nos las muestran como caminos en mal estado, sólo aptos para andar a caballo o andando. El tráfico rodado era prácticamente inexistente, aunque, afortunadamente, la introducción de la herradura en el mundo occidental durante el siglo IX favoreció el transporte a lomos de caballería de personas o mercancías.
La peregrinación a Santiago convirtió a esta ciudad en el centro de una malla radial de itinerarios camineros, que conducía a los peregrinos desde Asturias, León, Portugal, Castilla y los puertos de mar. Aunque el itinerario más conocido era el actual Camino Francés que, en los primeros años de la peregrinación, discurría por la cornisa Cantábrica, buscando la protección de un terreno más abrupto, a partir de las conquistas del rey Sancho el Mayor, desciende a la Meseta discurriendo por el trazado más conocido, que se ajustaba sensiblemente al de una calzada romana.
A fines del siglo XI el Camino de Santiago era una gran arteria por la que circulaba multitud de peregrinos de todas las partes del mundo de la época. Su importancia impulsó numerosas iniciativas para su equipamiento, como la construcción de puentes de nueva planta o bien reconstruidos sobre antiguas fábricas de piedra romanas.
El puente más emblemático del Camino es, sin duda, el que da nombre a Puente La Reina, una hermosa obra sobre el río Arga mandada construir por Doña Mayor, mujer de Sancho III de Navarra, en la confluencia de los dos ramales del Camino que entraban en España, por el puerto de Roncesvalles y por Canfranc. Es un gran puente de 109 m de longitud total, de seis esbeltas bóvedas de cañón de sillería con arquillos de aligeramiento, perfil alomado, y luces máximas de 20 metros.
La técnica de construcción de los puentes medievales se fundaba en una tradición de prácticas transmitida oralmente y que tenía su origen en la ingeniería romana. Del análisis de las obras que han llegado hasta nosotros (entre las cuales los puentes del Camino de Santiago constituyen uno de los catálogos más ricos de la España medieval) se pueden extraer algunas conclusiones sobre su identidad morfológica.
El puente medieval se construye de vanos impares (y por tanto con número par de pilas), en una disposición intuitiva para que la mayor capacidad de desagüe se encontrase en el centro del río. Por esa misma razón, la bóveda central suele tener mayor abertura que las demás. Otro rasgo característico de muchos de estos puentes es el perfil en "lomo de asno", que se acentúa cuando la bóveda central se construye apuntada o en ojiva.
Uno de los puentes más largos del Camino es el de Órbigo, en León, sobre el río del mismo nombre. Tiene 20 luces en arco de diferentes tipologías, con arquillos de aligeramiento en uno de los tramos centrales. También en León, el Camino salva el río Cea por el puente de Sahagún, una estructura medieval característica con su perfil alomado y los tajamares que se prolongan hasta la coronación, formando apartaderos para proteger del tráfico a los caminantes.
En el Camino hay, además, bellos puentes de bóveda apuntada, como el de San Miguel, en Jaca, o el de Ponferrada. El puente de San Miguel es una bóveda de más de 20 m de luz situado en el tramo del Camino que penetra desde Francia por Canfranc.
El puente medieval, como recordó Arturo Soria, crea lugares en sentido heideggeriano. El puente permite a las cosas del entorno relacionarse con su propio sitio y entre sí. El puente construye el lugar o, en la terminología del filósofo alemán, permite "aparecer" el lugar. Puentes del Camino, como el de La Magdalena de Pamplona o el de Itero, sobre el río Pisuerga en el linde entre Burgos y Palencia, nos transmiten la dimensión poética de esas construcciones que, al aunar las propiedades del lugar, las sentimos como si hubieran estado allí desde la eternidad.
Podríamos decir, utilizando una terminología actual, que en el Camino de Santiago el puente es un "equipamiento", como los hospitales, ermitas, iglesias y hospederías que se iban localizando a lo largo de su traza. Pero, además, el puente creaba en torno a él otras actividades como presas o molinos, que favorecían la formación de núcleos rurales.
El Camino de Santiago impulsó la formación de nuevas poblaciones a lo largo de su trazado o determinó un desarrollo peculiar de muchos de los que atravesaba, en los que la ruta modificó su estructura, generando un desarrollo lineal a lo largo de una calle en la que se asentaban hospitales, iglesias, hospederías, etcétera. Esta disposición todavía se puede apreciar en Santo Domingo de la Calzada, en Burguete, en Castrojeriz o en Molinaseca, en León, donde la calle principal se orienta siguiendo la dirección del Camino desde el puente sobre el río Meruelo (Puente de los Peregrinos) que está en uno de sus extremos.
El intenso tráfico de peregrinos a pie o a caballo impulsó la construcción de puentes y mejoras en las calzadas. La tradición nos cuenta cómo dos constructores de puentes, santo Domingo de la Calzada y san Juan de Ortega dedicaron su vida al mantenimiento del Camino en buenas condiciones. Hoy, santo Domingo de la Calzada es el patrón de los Ingenieros de Caminos.
En el tramo del Camino entre Portomarín y Mellid, donde enlazaba con una calzada romana que unía Lugo con Santiago, se encuentran dos puentes, Leboreiro y Furelos, que fueron construidos para el paso de los peregrinos, aunque también de los comerciantes, porque la peregrinación a Santiago coincidió con una época de renacimiento económico.
En la actualidad el puente ya no se identifica con el camino. En las carreteras modernas sus trazados en planta y alzado están sometidos a la tiranía de la velocidad y el puente es un accesorio para facilitar la continuidad de la rasante. A medida que aumentaba la velocidad, el camino se ha ido separando del territorio y del paisaje. En este contexto técnico, el puente ha perdido el protagonismo que tenía en las carreteras y caminos construidos hasta el siglo XX.
Pero en siglos anteriores, la carretera y el camino se construían en un diálogo con el territorio. El ingeniero medieval o el decimonónico tenían que estudiar y recorrer detenidamente la traza del que iban a construir, buscando la mayor facilidad y seguridad de tráfico de caminantes o vehículos. El camino antiguo se ciñe al paisaje y, a su vez, inventa paisajes.
Este territorio, no contaminado todavía por la dictadura de la velocidad, lo podemos interpretar como una construcción en la que los caminos constituyen piezas esenciales que contribuyen a configurar su forma y en los que los puentes se erigen en protagonistas. En el camino medieval, el puente es una permanencia que lo orienta y lo marca, erigiéndose en una metáfora pétrea de la esperanza del caminante tras su destino.
Los puentes del Camino de Santiago, con sus formas puras, ascéticas y sin ningún alarde decorativo, nos reconcilian con la múltiple dimensión metafórica del puente, que se ha perdido en los de nuestro tiempo, que por perder han perdido hasta el río.
Los antiguos puentes nos permiten recuperar sobre ellos la contemplación que, como escribía Juan Benet a propósito de los puentes de fábrica de piedra, quizás sea la actividad del espiritu más serena y pasiva, y que, cuanto más intensa, menos pensamientos exige y mejor acepta el objeto contemplado como el factor del espíritu.