Comentario
En el momento en que España iba a verse implicada en un grave conflicto internacional, es necesario tratar de las relaciones exteriores, tema al que, hasta ahora, no nos hemos referido más que ocasionalmente -el escaso apoyo de Francia a los republicanos españoles; las presiones de, y los conflictos con, el Vaticano; el viaje de Alfonso XII a Alemania y Francia, en 1883; la cuestión de las Carolinas, en 1885; la guerra de Melilla, en 1893- porque no ha sido en absoluto necesario para explicar el proceso político. Las relaciones internacionales fueron un tema secundario que no afectó a las relaciones entre los partidos, ni fueron objeto de controversia pública.
El planteamiento inicial de las relaciones exteriores en la Restauración fue, también, de Cánovas. Consistió en una política de recogimiento, en el sentido de que estaba determinada por el principio de que le era imprescindible a España "eludir toda clase de complicaciones exteriores dado (su) estado de debilidad", en expresión de Julio Salom. Cánovas justificó esta actitud en el estudio atento de nuestra historia y el conocimiento exacto de nuestro estado económico y político, así como de las circunstancias "en que el mundo se encuentra". El episodio de la historia nacional que más le influyó en este terreno fue la decadencia del siglo XVII -objeto preferente de su investigación histórica- cuya causa principal atribuía el político malagueño a la desproporción entre las necesidades de un imperio, sobrevenido por azar, y los medios de que disponía la nación española. Del conocimiento del estado de las fuerzas españolas en 1875, Cánovas sacó la conclusión de que las naciones "a quienes en punto a organización militar y marítima, aunque se trabaje con ardor en ello, tanto les falta, como actualmente le falta a la nuestra, no tienen más que una política que seguir, si al propio tiempo son poseedoras de grandes y ambicionados territorios, y esta política es la del statu quo, que les conviene para conservar siquiera lo que han heredado de sus padres; es la política defensiva, dispuesta a ser todo lo enérgica que la defensa exija; pero sin comprometerse en aventuras que sobre los desastres que tal vez pudieran traer, traerían para la conciencia el eterno remordimiento de haberlos merecido".
Como el mismo Salom señala, no hay que confundir esta actitud de recogimiento con un "deliberado propósito de aislamiento. Siendo su política (de Cánovas), como lo fue, una guarda cuidadosa de los intereses españoles, mal podía realizarse ésta con un aislamiento tan selvático como hacen suponer las afirmaciones de sus detractores". En efecto, Cánovas buscó alianzas cuando lo juzgó necesario, por ejemplo con Alemania, en 1877 -pensando que la monarquía española todavía pendía de un hilo- pero no consiguió de Bismarck más que un vago acuerdo. El mismo Cánovas confesaría, con amargura: "Las alianzas o las relaciones políticas de las naciones impotentes, nada significan (...) Lo primero que se necesita son barcos de guerra, son cañones, son fortificaciones, son fusiles (...) Tiene cuantas alianzas quiere aquel cuya alianza (...) puede servir, en parte, para sobreponerse a los demás; no tiene alianza cierta nunca, para nada, aquel que el día en que sobreviene un conflicto, no puede poner su parte para el buen éxito".
El partido liberal tuvo un actitud relativamente distinta en esta materia, en el sentido de desplegar una mayor actividad y ambición. La opinión de Segismundo Moret -el hombre clave de los liberales en esta materia- expresada en un Memorándum confidencial redactado en 1888, era que "a la muerte del rey don Alfonso XII, España no tenía política internacional; más aún, puede decirse (...) que la Restauración no la había tenido (...) El partido conservador, simbolizado por el señor Cánovas del Castillo, no tuvo más política internacional que la de rehuir toda cuestión, alejarse de todo peligro, empequeñecerse y empequeñecer al país para librarle de toda complicación exterior". El político liberal, y ministro de Estado en diversas ocasiones, opinaba que la política de España en Europa no podrá ser nunca la de neutralidad o la de indiferencia. "Los indiferentes no tienen amigos el día de la desgracia, y los neutrales, sobre todo si son débiles, están destinados a servir de presa a los combatientes y de trofeo a los vencedores". En consecuencia, Moret buscó una vinculación más estrecha con las potencias europeas, y concretamente con la Triple Alianza, formada por Alemania, Austria-Hungría e Italia. "Siendo España una monarquía y debatiéndose en el mundo el principio monárquico -argumentaba- (era necesario) gravitar forzosa y necesariamente hacia la gran alianza monárquica que es hoy la salvaguardia y la garantía de ese principio. Una alianza con la República francesa sería inmoral, pero sería, sobre todo, una insigne torpeza, dadas las lecciones de la historia y las enseñanzas de nuestros mismos días".
En 1887, Moret consiguió efectivamente una vinculación con la Triple Alianza, mediante un Acuerdo secreto con Italia -un procedimiento habitual en la enrevesada trama bismarckiana de relaciones internacionales-, circunscrito a las áreas mediterránea y norteafricana. España se comprometía a no adoptar con Francia ningún tratado ni acuerdo político alguno que directa o indirectamente vaya dirigido contra Italia, Alemania o Austria-Hungría, y a mantenerse en comunicación con Italia, en relación con cualquier novedad que pudiera surgir en estas áreas. El Acuerdo fue renovado por el gobierno Cánovas en 1891 por cuatro años más.
No sirvió de nada a España esta ligera vinculación a algunas potencias europeas a la hora de su enfrentamiento con los Estados Unidos. Sólo contó con su neutralidad, igual que con la de las demás potencias, más o menos interesada o amistosa. No parece que quepa achacar esta falta de apoyo efectivo a imprevisión o incompetencia en sus gestiones. Las relaciones diplomáticas -alianzas y ententes- entre los Estados europeos de la época tenían como objeto preferente el propio espacio europeo o los nuevos territorios que se abrían a su imperialismo en los continentes africano y asiático. El problema de Cuba era diferente por tratarse de una vieja colonia americana, que estaba en el área de influencia de la gran potencia emergente de la zona, los Estados Unidos. Ya a comienzos de la década de 1820, la oposición anglosajona -del Reino Unido y los Estados Unidos- había cortado de raíz la posibilidad de una intervención europea en favor de España frente a sus colonias americanas sublevadas. A la altura de fin de siglo, de acuerdo con la realista percepción de Cánovas, en el contexto de la "realpolitik" en que se desenvolvían las relaciones internacionales, resulta imposible imaginar qué podía ofrecer España a cualquiera de las potencias europeas a cambio de una alianza defensiva frente a los Estados Unidos.