Comentario
La presión de pueblos fronterizos se mantiene tensa casi durante todos los años del gobierno de Marco Aurelio, presentando un cuadro semejante a las situaciones por las que pasará el Imperio occidental en diversos momentos de la segunda mitad del siglo III y a partir de fines del siglo IV. El pacífico emperador-filósofo se vio así obligado por la fuerza de los hechos a pasar gran parte de su gobierno junto a las fronteras.
En Oriente el peligro siguió viniendo de los partos; en este caso, de la decisión de su rey Vologenes III de invadir territorios del Imperio. Uno de sus generales, Cosroe, tomó Armenia y coronó en ella a un rey vasallo, Pacoro. El otro cuerpo del ejército parto penetró en Siria después de vencer la resistencia del ejército romano, dirigido por el legado L. Attidio Corneliano.
La respuesta militar de Roma no se hizo esperar. Marco Aurelio confió a su hermano Lucio Vero la dirección de la campaña. Los datos sobre la toma de Armenia son análogos a los de otras campañas similares anteriores: de nuevo, el ejército romano se adueña y destruye la ciudad de Artaxata, así como otras menores, hasta expulsar a los partos (163-166)
Las operaciones militarmente más brillantes fueron las dirigidas por el legado Alodio Casio, iniciadas el 163. No se limitó a expulsar a los partos de los dominios romanos sino que penetró en el territorio parto y en el de sus aliados, hasta ir tomando sistemáticamente todas las ciudades importantes: Dura Europos, Seleucia de Tigris, Ctesifonte. La guerra tuvo así un frente armenio, otro parto y finalmente otro medo. Como los emperadores, aun sin estar en campaña, celebraban como suyo el triunfo de sus legados militares, los títulos Armeniacus, Parthicus y Medicus (año 167) pasaron a añadirse a la titulatura imperial. La frontera romana quedó fijada en el Tigris. El éxito militar tuvo la contrapartida de que el ejército romano quedó contagiado con la peste que se extendió por el Imperio. Tenemos noticias de que, poco más tarde, llegaron a morir en Roma 2.000 personas a causa de ella en un solo día.
Avidio Casio fue recompensado con un mando sobre todas las legiones asentadas en Egipto y Asia. Y mantuvo eficazmente la autoridad de Roma cuando surgieron de nuevo algunos desórdenes; las fuentes antiguas hablan, por ejemplo, de revueltas en Egipto bajo forma de bandidaje, que llegaron a exigir el desplazamiento de Avidio desde Siria. Cuando en el 175 le llegó la falsa noticia de que Marco Aurelio había muerto, Avidio se apresuró a proclamarse emperador. El Senado le declaró enemigo público y no tuvo ocasión de arrepentirse, al ser asesinado por sus propios soldados. Marco Aurelio aplicó benignamente las consecuencias de la condena senatorial: no confiscó todos sus bienes sino sólo una parte de ellos, permitiendo unas condiciones dignas de vida al resto de su familia.
El frente danubiano será otro de los focos de conflicto. Aprovechando la situación de unas fronteras casi desguarnecidas de tropas por haber sido desplazadas a Oriente, varios pueblos del otro lado del Danubio (marcomanos, cuados, longobardos y otros) cruzaron el río y en una campaña de pillaje y devastación avanzaron hasta penetrar en Italia y poner sitio a la ciudad de Aquileya (año 167).
La tensión bélica exigió un rápido reclutamiento de dos nuevas legiones en Italia, la II Pia y la III Concors. Los bárbaros fueron expulsados, pero esta amenaza permitió comprobar la debilidad defensiva de Italia. Una parte del norte, unida a los Alpes, constituyó desde ahora una circunscripción que, como las provincias, permitía albergar tropas legionarias.
El año 173 los marcomanos y cuados, después de varias derrotas, pidieron una paz que Roma aceptaba siempre que cumplieran las condiciones de devolver el botín y los prisioneros capturados. Pero se produjo un hecho nuevo: en las regiones danubianas (Panonia, Mesia, Dalmacia y Dacia) que habían sufrido particularmente los estragos de la peste y contaban con territorios semidespoblados, Roma asienta a un importante contingente de bárbaros con la doble intención de que explotaran la tierra y de que dejaran de presionar desde el otro lado de la frontera.
Unos años más tarde, durante el 177-180, de nuevo el ejército romano tuvo que intervenir contra marcomanos y sármatas. Es posible que sea cierta la noticia de que Marco Aurelio tuvo el proyecto de anexionar esos territorios, pero su repentina muerte en mayo del 180 terminó con toda la campaña.
Los ingentes gastos ocasionados por estas guerras exigieron la aplicación de impuestos extraordinarios y llevaron al propio emperador a vender una parte de sus bienes personales como contribución a las necesidades del conflicto.
Al lado de los graves enfrentamientos antes mencionados, tuvieron escasa importancia otros de la frontera renana para frenar las incursiones de catos y algunas operaciones militares en Britania. Cierto relieve, en cambio, volvió a tomar el recrudecimiento de las tensiones en Mauritania. El sur de la Península Ibérica sufrió varias incursiones de moros y el gobernador de la Citerior, el único de las provincias hispanas que disponía de tropas legionarias, la legio VII Gemina, se hizo cargo también del gobierno de la Bética hasta terminar reprimiendo estos levantamientos.
Este conjunto de conflictos manifiesta los defectos de la fórmula de un Imperio cerrado y rico, de espaldas a pueblos incultos y más pobres. Cualquier agudización de las condiciones económicas de esos pueblos encontraba la fácil salida de cruzar la frontera para apropiarse de botín. De momento, Roma pudo frenar esta presión, pero no aplicó ninguna nueva fórmula para que ese peligro no volviera a repetirse.