Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1200
Fin: Año 1400

Antecedente:
La Alhambra y el Generalife

(C) Gonzalo Borrás



Comentario

El interés ilustrado del siglo XVIII por la recuperación del pasado monumental, no sólo del mundo clásico, queda patente en la famosa expedición de 1766-67, impulsada, por la Academia de San Fernando de Madrid, que estaba integrada por los arquitectos José de Hermosilla y sus discípulos Juan de Villanueva y Pedro Arnal. La intención inicial de recuperar los retratos de los sultanes nazaríes, todavía conservados en la Alhambra, se vio notablemente ampliada con un escrupuloso levantamiento de planos y alzados tanto de la Alhambra como de la mezquita de Córdoba. Este trabajo pone de manifiesto el carácter abierto de la crítica neoclásica al enfrentarse con un mundo artístico tan radicalmente distinto de sus presupuestos estéticos, aunque se intentó eludir el aspecto ornamental del arte nazarí, centrándose particularmente en medidas y proporciones. Las láminas realizadas en el viaje serán editadas en el año 1780, por orden del Conde de Floridablanca, bajo el título "Las antigüedades árabes en España", impresión que fue objeto de un informe elogioso por parte de Jovellanos en 1786, y ampliada con una segunda parte en 1804.
Las antigüedades árabes tuvieron una considerable difusión en el extranjero y su título inspiró sin duda la obra del arquitecto y anticuario irlandés James Cavanah Murphy, "The Arab Antiquities of Spain", publicada en Londres en 1813-15; esta obra póstuma de Murphy, fallecido en 1814, que había estudiado durante los siete años de su estancia gaditana el arte hispanomusulmán, cambia radicalmente el punto de vista de la crítica neoclásica española al poner el acento en la ornamentación nazarí, desencadenando además una importante discusión historiográfica sobre el origen hispanomusuhnán del arco apuntado en el estilo gótico, discusión que se ha prolongado hasta el XX con autores como Elie Lambert, que han defendido el origen hispanomusulmán de la bóveda de crucería.

Sobradamente conocida es la distorsión apasionada que el período romántico introduce en el tema; junto a las obras literarias de Lord Byron, de Henry J. G. Herbert, o de Teófilo Gautier, hay que destacar la fortuna crítica de los famosos "Cuentos de la Alhambra" (1832) del ensayista e historiador norteamericano Washington Irving, que popularizó en esta obra varias leyendas nazaríes. Por otra parte, los grabados idealizados de pintores como David Roberts (1836-37) y John F. Lewis (1835-36) y los libros de viajes difundieron por Europa una imagen no verdadera de la Alhambra, sino romantizada de acuerdo con sus propias percepciones.

Entre los viajeros del período romántico merece destacarse la presencia de Richard Ford con su familia entre 1830 y 1833, que alternaba los inviernos en Sevilla con los veranos en Granada. Su obra "The Handbook for travellers in Spain", asimismo ilustrada, editada en Londres en 1845, superó con creces la modestia del manual, que lleva por título, convirtiéndose en una de las guías sobre España más leídas en el siglo XIX.

La difusión de una imagen más objetiva y más real de la Alhambra, en definitiva más analítica, según palabras de la investigadora Tonia Raquejo, se debe al arquitecto, litógrafo e impresor Owen Jones, quien tras dos viajes a Granada en 1834 y 1837, realiza su obra "Plans, Elevations, Sections and Details of the Alhambra", publicada en Londres en 1842-45, con un total de 104 cromolitografías. Esta incorporación del color en la reproducción de la arquitectura constituye una de sus mayores novedades, aunque sin duda la mayor consecuencia práctica fue la presentación de un sistema de ornamentación -el alhambresco-, que el autor se propuso difundir entre los arquitectos y decoradores como una alternativa a la práctica arquitectónica y ornamental del siglo XIX.

Nace así el neoalhambresco, estilo del que el mismo Owen Jones es el máximo representante como responsable de la decoración interior del Palacio de Cristal en Hyde Park para la Gran Exposición de Londres de 1851, y posteriormente de una Alhambra en miniatura, que con el nombre de Patio de la Álhambra construyó en 1854 para la reinstalación del palacio de Cristal en Sydenham, donde se reproducía el patio del palacio de Leones con su fuente, la sala de los Reyes y la sala de Abencerrajes con su famosa cúpula de mocárabes. Pero además la labor docente de Owen Jones en la Escuela de Diseño cristalizó en uno de los manuales teóricos más influyentes del siglo XIX, "The Grammar of Ornament", publicado en 1856, que junto con sus cromolitografías de la Alhambra se convierten en fuente inagotable de motivos para el nuevo estilo.

A partir de este momento numerosas villas aristocráticas, hoteles, casinos, teatros, cines, salones de recreo, particularmente en Inglaterra y España, se levantan en el nuevo estilo alhambresco, que requiere una ingente producción industrial de cerámicas, solerías, arrimaderos, textiles y arte mueble en general.

Pero esta nueva dimensión de la magia de la Alhambra, que ya no sólo suscita obras literarias o ilustraciones gráficas como en el período romántico, sino que da lugar a una ingente recreación arquitectónica, va a tener una importante repercusión sobre el propio monumento. El académico Rafael Contreras Muñoz (1826-1890), especializado en el estudio de la ornamentación nazarí, pionero asimismo del neoalhambresco hispánico, fue nombrado restaurador adornista de la Alhambra. Rafael Contreras es responsable de numerosas intervenciones en el palacio nazarí, entre las que destaca la espectacular restauración de la sala de las Camas en el Baño Real, realizada entre 1848 y 1866, donde cambió todos los motivos ornamentales a su capricho e intentó restituir el color original sin conseguirlo.

Este criterio restauracionista de la intervención monumental practicado por Rafael Contreras se prolonga, desde 1880 hasta 1910, a través de las intervenciones de su hijo, el arquitecto Mariano Contreras Granja, quien asimismo continuará los trabajos del taller de reproducciones creado por su padre, taller sumamente célebre, que extendió entre los viajeros y visitantes la fama de la ciudad palatina de Granada.

El siglo XIX, apasionado por la Alhambra, nos legaba una visión falseada por la literatura romántica, por los grabados idealizados y por las restauraciones adornistas, conocida con el nombre de alhambrismo, que, a pesar de las deformaciones introducidas, indujo al público a gozar de la belleza pintoresca y exótica del monumento, por lo que constituye ya un patrimonio irrenunciable de la historia de la Alhambra.

Pero quedaba por delante una ingente labor por recuperar la autenticidad del monumento, tarea a la que se han dedicado numerosos conservadores, historiadores del arte, arqueólogos y filólogos hasta nuestros días, una empresa sin concluir que pretende abrir una nueva interpretación del conjunto monumental.