Comentario
A Al-Hakam le sucedió su hijo Hisam, que fue suplantado en casi todos los aspectos por un mayordomo, llamado lbn Abi Amir, al que los cristianos, que desde Santiago de Compostela a la Barcelona donde vives sintieron en sus carnes el genio militar de aquel advenedizo, llamaron Almanzor, transcripción de al-Mansur bi Llah, "el que vence por (obra de) Dios". Puesto a suplantar, lo hizo, al menos así es como la llamamos, hasta en el nombre de la última ampliación, pues sólo diecisiete años después de que se acabara la aljama de Al-Hakam, se inició la de Hisam-Almanzor.
Esta vez el incremento cambió de rumbos, pues ni el buen estado de la última ampliación, ni su costosa y elaborada arquitectura, ni el desnivel que existía entre su solería y el terreno natural, que además se acercaba peligrosamente a la muralla y al río, aconsejaban derribar la duplicada qibla para crecer en una dirección del rezo que, según sabían desde hacía bastantes años, era errónea, aunque aún se quedasen cortos en el cálculo de la desviación. Tampoco podían crecer hacia el norte, pues hubieran tenido que derribar o englobar el alminar, ni hacia poniente, pues hubiesen topado con el alcázar, después de cerrar la calle que iba directa al puente, y no debemos olvidar que éste fue, hasta el año 1171, el único que existió antes de la desembocadura del Guadalquivir en el Atlántico. Total, que hicieron lo único que pudieron, ya que de manera expeditiva, industrial y rápida, la crecieron hacia levante, con lo que, al menos, se acercaron unos metros, ya que no unos grados, al centro de sus rezos.
La uniformidad del edificio musulmán en el año 1000 queda un tanto maltrecha si analizamos esta última ampliación, cuya única novedad es que desaparecen los ladrillos de los arcos para ser sustituidos por piedras pintadas que los imitan; ni se le hizo qibla doble, ni se movió el mihrab de su sitio, con lo que la maqsura quedó descentrada, ni se respetó el ancho de los pilares del patio de la primitiva mezquita, y como no se prolongó la línea de los restos de la qibla de Al-Dajil, las columnas quedaron desalineadas con las del lado de poniente, y por ello hubo que intercalar los raros arcos lobulados bajo los que caminamos al comienzo; en una palabra, la nueva ordenación fue el resultado semiautomático de la extensión, lateral y chapucera, de las anteriores.
No es que yo le tenga inquina a Almanzor, pero su talla como mecenas de la arquitectura desmerece bastante de lo que alcanzó como militar y organizador. Cuando acabó la obra, la gran aljama de Córdoba, la inmensa mezquita mayor de la capital de Al-Andalus sugería una lectura perversa. Así, lo más importante fue, ya para siempre, la penúltima, la parte del emir Al-Hakam, que parecería la original y riquísima etapa fundacional, continuada por tres extensiones, bastante más humildes, que se entienden como consecuencias formales de ella. Esta cabellera, teñida de varios tonos, cada uno de su tiempo, rizada por tanto sol y tanta lluvia y tanto altar y tanto sepulcro, es la que en el siglo xv recibió un peinecillo, terciado como el de una gitana, que le regaló Manrique de Lara, y poco después una majestuosa peineta de carey, con mantilla de blonda, de manos de los Ruiz, padre e hijo.
Atravesemos esta inarticulada sala de Almanzor, que es la de los lucernarios, las bóvedas de escayola, las obras interminables, los suelos variopintos y las columnas de gris mate, para alcanzar, siguiendo el rastro de luz de unas ventanas que buscan la frontera de levante del edificio, la cerca de rejas que vislumbramos al fondo; a la derecha dejamos la qibla, sencilla y con ventanas, a la que se adosan elementos en trance de desaparición, salvo un recinto acotado en el rincón sureste que es la Capilla del Sagrario, a modo de templo de tres naves con ábside propio. Como no hemos abandonado la línea de lucernarios nos toparemos con una de las capillas que demuestran que ni siquiera las parcelaciones mediante rejas son despreciables en este compendio de arquitectura, pues nos hallaremos ante la de la Asunción, que en 1554 hizo Hernán Ruiz El Mozo, segregando sutilmente un módulo completo y otros dos medios. No se puede conseguir más con menos, mejor definición de un espacio con menos aportación de material, de masas arquitectónicas, y sin desmontar absolutamente nada. Bueno, pues esto se acaba; vamos camino de la puerta por la que entramos, y por donde lo siguen haciendo otras remesas de visitantes desorientados.
Mientras salimos detrás de aquel sacerdote que parece de otra época y otro mundo entre tanto turista multicolor, te advertiré que la historia de la aljama no está completa, pues he escamoteado, en el orden cronológico que hemos seguido, un capítulo interesante relacionado con el patio y sus pilares, pues lo reservaba, por seguir un cierto orden arquitectónico, para estos momentos, cuando salimos de la parte cubierta. Ya te puedes imaginar que la ampliación del año 848 supuso un importante aumento de los empujes sobre los pilares que constituían la fachada de la Sala de Oración al patio, que eran como la mitad de los actuales; es decir, un pilar en forma de T con tres columnas empotradas, una en cada cara pequeña, donde recibía arcos. Parece que el vuelco aconsejó labrar un estribo para contrarrestarlo, pero el aspecto de la fachada desmerecía bastante, sobre todo desde que el califa Abd al-Rahman había ampliado el sahn, construido el alminar, que vemos frente a nosotros, según el aspecto que le quedó en 1664, y sobre todo porque había levantado unas galerías en el patio casi tan suntuosas como las que entrevemos al fondo. Además, un terremoto, en el año 955, acentuó la ruina de la fachada, de tal forma que, quitándole un poco de espacio al patio, se labró otra idéntica arrimada a la antigua, con lo que los pilares alcanzaron la forma que vimos junto al cancel de madera en el que iniciamos el recorrido por la nave central de la mezquita.
Lo curioso es, que tal forma, aconsejada por la necesidad, se convirtió, gracias al creciente conservadurismo de la arquitectura islámica, en un lugar común, imprescindible para las fachadas de los oratorios a los respectivos patios, y por ello Al-Hakam labró los de su ampliación como tal, y lo mismo, aunque con escasa potencia, hizo el arquitecto de Almanzor, y otros, de nombres bien conocidos, en la Sevilla del siglo XII. Bueno, pues aclarado el misterio de los pilares, atravesemos el patio, cuya variada vegetación es sucesora de la que ya tenía en el año 807. Lo raro es que existieran árboles en el sahn de aquella mezquita, pues no es corriente que los tengan, pero nuevamente nos hallamos ante un rasgo de conservadurismo, como demuestran las investigaciones del arquitecto Rafael Fernández García; sabemos que los árboles debieron ser arrancados al cambiar el rito de los rectores del edificio, implantándose el llamado malikí, pero no se hizo, quizás por aquello de que lo que fue bueno para mi padre es bueno para mí, e incluso se conservó o extendió la vegetación a otras mezquitas de Al-Andalus, que fue siempre una parte del Islam dotada de poderosa personalidad. Antes de que salgamos a la caza y captura del almuerzo observa esas listas de piedra en el pavimento, a la izquierda, y ese letrero, que recuerda que en este sitio estaba el alminar del emir Hisam.