Época:
Inicio: Año 197
Fin: Año 235

Antecedente:
Los Severos



Comentario

Las relaciones de Septimio Severo con los senadores no fueron malas. Ciertamente, como habían hecho otros emperadores anteriores, promociona la entrada al Senado de nuevos miembros: los orientales, en primer lugar, y después los africanos fueron los más favorecidos. Con ello no hacía más que reconocer el peso económico de esas partes del Imperio.
Ahora bien, Septimio Severo no se mostró respetuoso con las tradiciones senatoriales, que se habían mostrado poco eficaces. Así, las provincias senatoriales pasan a estar también sometidas a la intervención de los agentes del Fisco. Y extiende el número de provincias que eran gobernadas por caballeros, como fue la nueva creada en Mesopotamia. La subdivisión de Siria y de Britania en dos provincias conseguía el doble objetivo de crear entidades más reducidas para la administración y, a la vez, impedir la concentración excesiva de poder en manos de algunos gobernadores. Su hijo Caracalla desgajó el Noroeste peninsular de la Hispania Citerior, para crear con él una nueva provincia con capital en Asturica Augusta (Astorga).

Bajo los Severos se consolidan tendencias poco marcadas antes y se crea un nuevo marco de condiciones para la vida militar. Los peligros de amenazas en las fronteras habían demostrado que era preciso hacer más atractivo el ejército para estimular los reclutamientos y contar con la adhesión de los soldados. No es, como a veces se ha dicho, que estemos ante un régimen puramente militarista ni que la sociedad se haya militarizado, sino que las condiciones de la milicia establecidas por Augusto resultaban ahora difíciles de sostener. Así, se permite que los soldados se organicen en asociaciones que serán útiles para crear fondos de pensiones utilizables después del licenciamiento, se da validez jurídica al matrimonio de los soldados, y los reclutamientos se hacen mayoritariamente en zonas próximas al campamento. Inicialmente, se abre el acceso a los centuriones para el desempeño de funciones civiles en la administración central, permitiéndose el paso de algunos de ellos al orden ecuestre. Ello consigue a la vez una mayor integración entre sociedad civil y ejército.

No es exacto calificar de militarista a la época de los Severos, pero no hay duda tampoco de que las exigencias militares de la época condujeron a poner en máxima tensión los aparatos del Estado. Los altos puestos de la administración e incluso los del gobierno de algunas provincias fueron ocupados por caballeros, un sector más probado en la gestión administrativa que el de la mayoría de los senadores. La experiencia había demostrado que la tendencia senatorial a reproducir las condiciones de privilegio y de deseos de controlar el poder central eran muy fuertes, por más que se renovara la composición de sus efectivos. El Senado fue respetado como órgano venerable para la concesión oficial de poderes. Y prueba de esa política fue la represión contra senadores llevada a cabo por Caracalla.

El centro simbólico del poder seguía estando en Roma. La propia Italia había perdido los privilegios de antaño; el asentamiento de la legión III Pártica en los Montes Albanos, cerca de Roma, ejercía una autoridad tan grande como las antiguas fuerzas pretorianas. Ahora bien, la corte era el centro real del poder y se encontraba allí donde estuviera el emperador. Los prefectos del pretorio y gran parte de los miembros del consejo privado del emperador le siguen en sus desplazamientos por las provincias. Los Severos terminaron con la tradición, probadamente nefasta, que exigía armonizar el juego de poderes del Senado, de los pretorianos y del propio emperador. El consejo privado contó ahora con mayor número de juristas que en otras épocas; figuras de la talla de Papiano, Ulpiano y Pablo formaban parte del mismo.

La constitución de Caracalla, en virtud de la cual se concedía la ciudadanía romana a la población libre del Imperio excepto a los dediticii, estaba cargada de múltiples implicaciones. Tal privilegio era válido también para los dioses de las poblaciones del Imperio, que adquirían ahora el carácter de dioses romanos. Aunque tal concesión llegara en un momento en que ya había pocos libres que no fueran ciudadanos, ofrecía elementos de cohesión interna y una marca de distinción frente a los pueblos del otro lado de las fronteras. La igualación en la ciudadanía simplificaba también la administración y la aplicación de la justicia.