Comentario
El rey Sancho IV el Bravo fundó en 1289 como panteón real la capilla de Reyes Viejos, bajo la advocación de la Santa Cruz, detrás del altar mayor, en la catedral de Toledo. A consecuencia de la remodelación efectuada por Cisneros, sufrió un traslado a la capilla del Espíritu Santo. Anteriormente se había destinado a tal fin la llamada originariamente capilla del Espíritu Santo y hoy capilla de Reyes Viejos, cerca del crucero sur. Desde la fundación hasta 1308 son trasladados Alfonso VII, su hijo Sancho el Deseado, Sancho IV, tres infantes y el rey de Portugal Sancho Capelo. La capilla se conservó en la cripta hasta 1494. Pervive la memoria de la primitiva capilla en cuatro cenotafios, dos de cuyas estatuas yacentes -Sancho el Bravo y Pedro de Aguilar- fueron obradas a comienzos del siglo XIV. Además de la estatua yacente, Sancho IV (?) y Alfonso VII (?) -esculpida por Diego Copín de Holanda- tienen otra en pie. Quizá se ideó una galería de reyes para la propia capilla funeraria, de lo que existen precedentes en Francia.
Enrique II con objeto de justificar la legalidad de la casa de Trastamara por él iniciada, funda, según consta en su testamento del 29 de mayo de 1379, un panteón en la misma catedral para sí y su dinastía: la capilla de Reyes Nuevos, que ubicada en origen cerca del pilar de la Descensión, fue trasladada a la actual capilla. Estuvieron enterrados el propio monarca, su esposa Juana Manuel (muerta en 1381), Enrique III (muestro en 1406) y Catalina de Lancaster (muerta en 1418), cuyos sepulcros fueron tallados antes de finalizar el siglo XIV. El maestro Luys -que debe ser Luis González- firma los sepulcros de Enrique II y Catalina, y Pedro Rodríguez, el de Juana Manuel, fallecida en 1383. Es de destacar el sentido político que preside la inscripción del sepulcro de Catalina de Lancaster, nieta de Pedro el Cruel, pues se expresa claramente cómo su matrimonio vuelve la paz y concordia.
Aparte de los reyes, nobles y eclesiásticos instituyen capillas funerarias, interesantes no sólo como construcciones más o menos ostentosas, sino también como configuración de una función litúrgica precisa, la celebración de misas y oficios por el eterno descanso de sus almas por generaciones sucesivas. Conocemos las puntuales disposiciones del arzobispo Pedro Tenorio, usuales evidentemente en la época. En este sentido puede citarse el caso del Adelantado Mayor de Castilla, Gómez Manrique (1385-1411), en cuyo testamento se ve la generosidad en cuanto a la preparación de su vida para el más allá. Levantó la iglesia que había de albergar sus restos, y la dotó con ricos objetos litúrgicos adquiridos en París.
El especial empeño en construir una capilla funeraria en el claustro de la catedral de Toledo, levantado asimismo por Pedro Tenorio, le llevó a hacer desaparecer la alcaná. La capilla, que conforma un todo unitario tanto desde el punto de vista arquitectónico como desde el ángulo de la escultura y pintura, alberga dos sepulcros, el del arzobispo y el de Vicente Arias de Balboa. La portada es un prodigio de sencillez y elegancia. Dominan las líneas constructivas a las que se ha sometido la decoración. Incluso el conjunto de la Anunciación en las enjutas obedece a la idea arquitectónica, como sucede con la portada de Santa Catalina, del mismo taller.
La capilla está inspirada en la del cardenal Gil de Albornoz, por quien el prelado sentía profunda admiración. Este, siguiendo la moda europea, se hace construir dos sepulturas. Tuvo un sepulcro en Asís para las vísceras y el más suntuoso, el conservado, para su cuerpo en la catedral primada. El monumento funerario, compuesto de sarcófago exento y yacente, se dispone en el centro de una capilla poligonal, para cuya construcción mandó derribar dos pequeñas y una grande. La arquitectura es uno de los primeros ejemplos donde se impone el modelo de capilla funeraria ochavada, de gran difusión en los siglos siguientes.
Es probable que la capilla fuera iniciada por el propio cardenal, que murió antes de finalizarse. El sepulcro debe de ser prácticamente contemporáneo de la muerte del cardenal (1367, Viterbo), como lo sugiere el estilo. La estatua yacente está relacionada con el taller de Ferrand González, a cuya autoría se debe el sepulcro de don Pedro Tenorio. El programa iconográfico de la liturgia de las exequias desarrollado en los frentes del sarcófago, está tomado del área castellano-leonesa. El origen de dicho tema parece ser hispano, pues los ejemplos más antiguos se rastrean en nuestra geografía. Esta representación ya aparece en el sepulcro de Ramón Berenguer (muerto en 1151), en Ripoll, siendo anterior al primer ejemplo conocido en Francia, datado hacia 1180. El sarcófago del cardenal se dispone sobre una base que se interrumpe por medias figuras de leones, como será norma del taller de Ferrand González. Los personajes del duelo y santos intercesores aparecen aislados bajo arcos lobulados sobremontados por gabletes.
La capilla funeraria de la familia López de Ayala en el monasterio de Quejana (Álava) alberga varios sepulcros de esta noble familia, relacionados con el taller toledano, y también con los de la capilla de Reyes Nuevos. Esto se explica si se tienen en cuenta las relaciones del canciller don Pedro López de Ayala con el monarca. Quejana era el pueblo natal de aquél, y allí construyó una capilla-relicario y panteón familiar bajo la advocación de Nuestra Señora del Cabello. Para ello transformó las dos primeras plantas del torreón, proyecto que se llevó a efecto entre 1396 y 1399. Dotó a la capilla de un retablo pictórico, un frontal de altar (Art Institute, Chicago) y los sepulcros, que corresponden al canciller, su esposa doña Leonor de Guzmán y los padres de aquél, Fernán Pérez de Ayala y Elvira Álvarez de Ceballos.
En Galicia, donde hay constancia del interés de las grandes familias nobles de hacerse enterrar en capillas funerarias por ellas construidas, descuella la espléndida capilla de Fernán Pérez de Andrade, "O Bóo", en Betanzos, que debía de estar finalizada hacia 1387. El personaje pertenece a una de las más ilustres familias gallegas. El conjunto es más interesante por la iconografía que por la calidad. La caza, analizada sabiamente por C. Manso Porto, ocupa un lugar de protagonismo. Hay que considerar en ella, junto al carácter narrativo, un significado religioso y un simbolismo funerario. Como advierte J. Yarza, por los muros de la capilla se disponen unos relieves con una cabalgata de cazadores que siguen un orden, de modo que entran por la derecha, en el lado de la epístola, y salen hacia los pies, por el lado del evangelio. En el sarcófago, las dos carreras se dirigen desde los pies hacia la cabecera, y se insiste en la caza del jabalí y, alguna vez, del oso. El jabalí, animal emblemático de la casa y sobre todo del encargante, junto con el oso, sustentan el sarcófago. El resto del programa iconográfico coincide parcialmente con el desarrollado en la capilla de Pedro Tenorio, la Anunciación y el Juicio Final, éste con ciertos detalles repetidos en Castilla, como el Jardín del Paraíso. La capilla funeraria del obispo Diego de Anaya, que vivió en los siglos XIV y XV, en la catedral de Salamanca, es ya obra posterior a 1422.