Comentario
Un tercer tipo de sepulcro, extendido por doquier a lo largo de la historia, es el de la lápida sepulcral. Su mayor difusión está unida en general al menor coste, aunque a veces obedece a otros motivos. El caso del cardenal Gerardo Bianchi está ligado a razones de humildad, como ha demostrado J. Gardner. En algunas órdenes religiosas, como en la de los franciscanos y dominicos, está presente el voto de obediencia para sus afiliados. Además se ahorraba espacio, preciso en sus iglesias de predicación. C. Manso recoge buena cantidad de ejemplos en conventos de Galicia. San Bernardo tampoco desestimó este tipo de enterramiento.
Uno de los ejemplares más hermosos en el siglo XIV es la lápida sepulcral de doña Teresa de Luna, en el suelo de la capilla de los Caballeros de la catedral de Cuenca, con el cuerpo de la difunta dibujado en una losa de pizarra negra, y la cabeza y manos talladas en relieve en mármol. La elegancia de ejecución delata mano muy hábil. Fue probablemente encargada por el cardenal Álvarez de Albornoz a alguno de los escultores del prestigioso taller toledano. Otro tipo de lápidas, realizadas en latón, se conserva en nuestro país; aunque obradas ya en el siglo XV, provienen de prototipos del norte de Europa, Bélgica y norte de Alemania -Lübeck- de hacia 1370. Son presumiblemente de importación -Martín Ferrandes de las Cortinas y familia, actualmente en el Museo Arqueológico Nacional, procedente de la iglesia de Santa María de Castro Urdiales, ejemplar del monasterio de El Parral, Segovia, Lequeitio, lápida del arzobispo de Tarragona, Pere de Sagarriga, en el Museo Marés de Barcelona-.