Comentario
El protagonismo en el nuevo Estado no fue tanto para los falangistas como para las Fuerzas Armadas, que habían iniciado la rebelión del 18 de julio y habían salido victoriosos. Durante la primera fase de la posguerra, el Ejército jugó un papel más destacado que el partido único, ya que tenían puestos de mayor relevancia. No sólo era el apuntalamiento marcial del Estado, sino que controlaba la represión, dirigía la policía, organizaba -a través de nombramientos en la administración- la reconstrucción nacional y el nuevo programa de industrialización e incluso, aportó muchos de los símbolos y claves ideológicas del Régimen a través de la doctrina del caudillaje militar.
En 1939 el cuerpo de oficiales del Ejército español era, en gran medida, una creación de Franco. Aunque los generales de más edad ya eran militares antes de la guerra civil, se había forjado un nuevo grupo corporativo durante una de las más duras experiencias militares, que se sentía unido a su Generalísimo y se identificaba con él. Durante la guerra Franco, muy astutamente, había restado importancia a las condecoraciones y los ascensos, haciendo hincapié en la entrega y el sacrificio, de modo que no era extraño encontrar coroneles al mando de divisiones y generales de brigada al mando de cuerpos enteros. Esto había resultado efectivo y se había centrado la atención en el cumplimiento del deber. Pero después de la guerra hubo numerosos ascensos que llevaron a la restitución de los rangos de teniente general y almirante que había abolido la República. Aunque los sueldos seguían siendo bajos, los oficiales disfrutaban de ciertos privilegios, como el acceso a economatos que tenían más oferta y buenos precios. Esto era un gran contraste en un país en el que empezaba a haber escasez. Los hombres que habían estado alistados tenían preferencia en las cuotas de empleo que acababa de anunciar el Gobierno. En general, los militares estaban satisfechos y seguirían siendo el pilar fundamental del Régimen, con pocos casos de disidencia hasta la muerte de Franco. Estaban orgullosos de su victoria aplastante y del lugar de honor que les correspondía en el nuevo sistema.
El Ejército de Tierra había llegado a tener 900.000 miembros al final de la guerra civil. El 24 de enero de 1939 Franco decidió reducir las fuerzas de la posguerra a 24 divisiones formadas por 10 cuerpos, uno por cada uno de los ocho distritos militares que existían en el país y dos para el protectorado de Marruecos. En su momento más bajo, a principios de 1940, las fuerzas del Ejército quedaron reducidas a 230.000 hombres más los 20.000 de las tropas de Marruecos. Pero cuando la Segunda Guerra Mundial se empezó a extender, se fomentó el crecimiento de los escasos recursos del nuevo Estado en la medida de sus posibilidades. Por este motivo, los gastos militares acapararon un 40 por ciento o más del presupuesto del Estado durante casi toda la Segunda Guerra Mundial, bajando a un 34 por ciento en 1945.
El cuerpo de oficiales, que estaba compuesto por unos 15.500 hombres en 1940, llegó a tener casi 26.000 en 1945. De modo que el viejo quiste que la República había extirpado temporalmente, volvió a aparecer bajo el nuevo régimen. La mayoría de los oficiales que se incorporaron en estos años habían sido alféreces provisionales en tiempos de guerra; 8.937 obtuvieron un nombramiento permanente.