Época: Primer franquismo
Inicio: Año 1942
Fin: Año 1943

Antecedente:
Franco y la Segunda Guerra Mundial

(C) Stanley G. Payne



Comentario

De todos los nombramientos que hizo Franco en septiembre de 1942, el más importante, en términos históricos, fue el General Francisco Gómez Jordana. Miembro del primer Directorio Militar de Primo de Rivera, recibió el título de Conde por su participación en el desembarco de Alhucemas en 1927 y sirvió como Alto Comisario en Marruecos. También había sido presidente de la Junta Técnica de Franco en 1937-38 y después el primer Ministro regular de Asuntos Exteriores entre 1938 y 1939. Aunque Franco no pensó en él desde el principio, en 1942, fue probablemente la mejor elección que podía haber hecho. Jordana era un profesional meticuloso y un monárquico conservador de la vieja escuela. Al contrario que Serrano, era un buen administrador, prudente y calculador. Aunque aseguró a las potencias del Eje que los cambios en el ministerio no supondrían cambio alguno en la política, Jordana se puso a la tarea de dirigir España hacia la verdadera neutralidad, aunque con sutileza y de forma pausada. No hacía declaraciones filosófico-fascistas y otorgó más importancia a las relaciones con Portugal y con Latinoamérica. Franco no había dado instrucciones acerca de este cambio progresivo, pero tampoco mostró su desacuerdo.
La llegada de los Aliados al noroeste de África el 8 de noviembre de 1942 acercó la guerra a España más que nunca. Las fuerzas alemanas tomaron posiciones rápidamente en la mitad sur de Francia, que antes había estado controlada por el régimen de Vichy, de modo que España estaba encerrada entre dos frentes. Mientras tanto, Franco recibió cartas personales de Roosevelt y Churchill en las que le aseguraban que España no debía temer ninguna acción militar por parte de los Aliados. Era la clara consecuencia del cambio sutil en la política que había iniciado Jordana y fue un gran alivio.

Pero pronto sonaría una nueva alarma. En la reunión del gabinete del 16 de noviembre se recibió un informe de la embajada en Berlín indicando que Hitler no tardaría en solicitar permiso para pasar con sus tropas por territorio español. Algunos de los miembros más germanófilos del Gobierno, como Asensio, Arrese y Girón, exigieron un mayor acercamiento al Tercer Reich, pero la mayoría apoyó a Franco y Jordana en favor de mantener una postura no beligerante. El Gobierno acordó que habría que oponer resistencia a la entrada de las tropas alemanas y el 18 de noviembre el Generalísimo ordenó una movilización parcial que durante varios meses multiplicó por dos el número de tropas españolas sobre las armas. Se informó a los embajadores españoles de todo el mundo de la firme decisión del Gobierno a resistir cualquier ocupación extranjera de las Baleares -una idea que, según los informes, estaban considerando tanto los Aliados como el Eje.

A lo largo de 1942 se diseñaron varias estrategias para movilizar a los falangistas radicales contra la política actual del Gobierno español e, incluso, contra el propio Franco. Los autores no eran los diplomáticos alemanes regulares, sino los líderes del Partido Nazi en Madrid -y a veces en Berlín-. Las altas autoridades alemanas, como Hitler y Ribbentrop no se dejaron engañar por estas maniobras, ya que eran muy conscientes de que la debilitada FET apenas tendría el poder suficiente para reemplazar a Franco. Durante este año las mencionadas estrategias se concentraron cada vez más en el general Agustín Muñoz Grandes, comandante de la División Azul y ahora fuertemente involucrado en el combate en el frente ruso. Para aplazar semejantes complicaciones, Franco había intentado hacer regresar a Muñoz Grandes en mayo de 1942, pero Hitler hizo que no se le sustituyera hasta finales de año. Aunque Muñoz Grandes mantuvo conversaciones con Hitler y otras autoridades alemanas sobre la necesidad de efectuar algunos cambios en el Gobierno de Madrid y la posible entrada de España en la guerra, evitó prudentemente comprometerse con los alemanes. Cuando por fin regresó a Madrid el 17 de diciembre, el Gobierno en pleno fue a recibirle y se le ascendió a Teniente General. Franco parecía tener conocimiento de que no formaba parte de ninguna conspiración real, pero por el momento, mantuvo a Muñoz Grandes sin una misión militar activa.

En las últimas semanas de 1942 Franco dejó bien claro que la ofensiva angloamericana en el oeste mediterráneo no había hecho que cambiara su orientación política y lanzó la que sería su última diatriba pública de corte fascista. El 7 de diciembre, el primer aniversario del ataque japonés sobre la base naval americana de Pearl Harbor, declaró ante el Consejo Nacional de la FET: "Estamos asistiendo al final de una era y al comienzo de otra. Sucumbe el mundo liberal, víctima del cáncer de sus propios errores, y con él se derrumba el imperialismo comercial, los capitalismos financieros y sus millones de parados". Después de hacer una alabanza de la Italia fascista y de la Alemania nazi, insistió: "Se realizará el destino histórico de nuestra era, o por la fórmula bárbara de un totalitarismo bolchevique, o por la patriótica y espiritual que España... ofrece, o por cualquiera otra de los pueblos fascistas... Se engañan, por lo tanto, quienes sueñan con el establecimiento en el occidente de Europa de sistemas demoliberales" (Palabras del Caudillo, 523-27). El día 18 declaró ante la Escuela Superior de Guerra que: "El destino y el futuro de España están estrechamente unidos a la victoria alemana" (Informaciones, 19 de diciembre de 1942).

Franco hacía gestos fascistas verbales de cuando en cuando, en parte para animar a la FET y en parte para mantener la unidad relativa que existía en sus fuerzas siempre en tensión. Gómez Jordana siguió dirigiendo la diplomacia española lento pero seguro hacia una postura más despegada y más neutral. Tenía gran seguridad en sí mismo y era un hombre decidido, características que demostró cuando en más de una ocasión ofreció su dimisión.

Franco estaba cada vez más dispuesto a dejarse convencer y un cambio de actitud era lo que le proponía también su Subsecretario, Carrero Blanco, neutralista convencido, que cada vez tenía más influencia sobre él. Otro producto de la política de Jordana era una relación económica más exigente y equilibrada con Alemania. Desde 1936 los productos alemanes que llegaban a España se habían valorado a precios demasiado altos y desde 1939 se recibía muy poco en comparación con los enormes envíos de materias primas que hacía España a Alemania. Durante 1943 Jordana negoció una relación más realista y convenció a Hitler de que enviara cantidades más grandes de armas para equipar al Ejército español en caso de una incursión de los aliados.

Otro producto más de esta perspectiva alterada, fue la campaña diplomática entre enero y febrero de 1943 en la que se pretendía llegar a un acuerdo entre los países que permanecían neutrales -Suecia, Suiza e Irlanda- para ayudar en la mediación para una paz negociada entre los Aliados y Alemania, que salvaría a Europa del bolchevismo. La política española también preveía un acercamiento entre los Estados católicos en asociación con el Vaticano, como una alternativa de la diplomacia europea. Franco hizo una llamada pública a la paz en varios discursos que pronunció en Andalucía a principios de mayo, pero Suecia y Suiza se negaron a cooperar, y Gran Bretaña y Alemania rechazaron el proyecto.

De ahí que Franco desarrollara su teoría sobre las tres guerras que se estaban librando y sobre la diferente actitud de España hacia cada una de ellas: neutral en el conflicto entre los Aliados occidentales y Alemania, a favor de Alemania en su lucha contra la Unión Soviética, y a favor de los Aliados en la batalla que estaban librando en el Lejano Oriente contra Japón. Entretanto, estaba mejorando la provisión de bienes y la situación económica, hasta el punto de que, a comienzos de 1943, el periodo de mayor sufrimiento para una gran parte de la población española estaba llegando a su fin.

El Alto Estado Mayor realizó un estudio de la situación militar europea el 19 de mayo de 1943 en el que llegó a la conclusión de que el final más probable del conflicto sería la derrota alemana y el dominio de la Unión Soviética en Europa. A pesar de no haber recibido respuesta a su iniciativa de paz, el Generalísimo no perdió la esperanza y el 1 de junio dio instrucciones al embajador en Berlín de que pidiera al Gobierno alemán que modificara su política respecto a la Iglesia católica.

A medida que cambiaba la situación internacional, la presión de los Aliados sobre España se hizo más fuerte. Desde 1940 Washington había tomado una postura más dura que Londres y tenía planeado reducir drásticamente la importación de aceite, tan necesaria para la economía española. Jordana respondió el 1 de junio, exigiendo que el Gobierno tomara las medidas pertinentes para reducir la propaganda en favor de Alemania que todavía dominaba la prensa española. Asimismo envió una protesta formal al embajador americano acerca de la nota de prensa que habían lanzado con el titular La España fascista desde dentro, argumentando que no se debía de aplicar este adjetivo al Régimen español. Tras una discusión abierta entre Franco y el embajador el 29 de julio, el tono de la prensa española hacia los Aliados empezó a cambiar.

Los medios españoles informaron inmediatamente de la caída de Italia en septiembre y el 1 de octubre Franco, ataviado con su uniforme de Almirante en vez del atuendo falangista, anunció el final de la no beligerancia española y la nueva política de neutralidad vigilante.

En noviembre, el Gobierno americano exigió el embargo total de los envíos españoles de wolframio a Alemania, pero Franco se negó. Sin embargo, desmanteló oficialmente la División Azul ese mismo mes, poniendo fin a su colaboración más directa con la Alemania nazi. En total 47.000 oficiales españoles habían servido en el frente ruso, entre los que hubo alrededor de 22.000 bajas, de los cuales 4.500 murieron. Algunos se ofrecieron voluntarios para quedarse allí, sustituyendo la División Azul por una Legión Española de Voluntarios o Legión Azul. Pero no había suficientes hombres para llegar a los requeridos 2.133, de modo que hubo que reclutar a algunos más. Esta división se disolvió el 15 de marzo de 1944 y las pocas tropas españolas que permanecieron se incorporaron directamente en las Waffen SS -junto con un grupo nuevo de voluntarios españoles-. Lo que quedaba de la unidad española de las Waffen SS tomó parte en la defensa del centro de Berlín -incluido el perímetro del búnker de Hitler- durante los últimos días de la guerra, a finales de abril de 1945.