Época:
Inicio: Año 305
Fin: Año 312

Antecedente:
Transición al Bajo Imperio



Comentario

Tras la abdicación de Diocleciano y Maximiano, los dos césares pasaron a ser augustos: Galerio para Oriente y Constancio para Occidente. A su vez, estos nuevos augustos eligieron dos césares: Maximino Daza, césar junto a Galerio, y Severo junto a Constancio. En esta segunda tetrarquía el hombre fuerte era Galerio. Bajo su influencia había sido designado no sólo el césar Maximino Daza, sino también el césar de la parte occidental, Severo. Esta elección fue un error con consecuencias. Severo no tenía en Occidente ni el prestigio ni los apoyos necesarios para establecerse sólidamente. Estos apoyos los tenían, sin embargo, Constantino (hijo de Constancio Cloro) y Majencio (hijo del ex-augusto Maximiano) en Italia y especialmente entre los pretorianos y las cohortes urbanas de Roma. Así, el principio de la transmisión hereditaria demostraba ser más fuerte que el de la adopción. De hecho, tal principio sólo pudo ser aplicado sin problemas una vez. Cuando en el 306 murió Constancio Cloro, su ejército proclamó augusto a Constantino, su hijo. No obstante, a fin de no cerrar la puerta al dialogo con Galerio, Constantino se conformó inicialmente con el título de césar, mientras Severo pasaba a ser el segundo augusto, en sustitución de Constancio Cloro.
La situación hubiera podido mantenerse, pero en el otoño del mismo año, Majencio (hijo del viejo emperador Maximiano) fue proclamado augusto por los pretorianos en Roma. Las razones de tal levantamiento podrían encontrarse en la frustración que la merma de importancia habría producido no sólo en los pretorianos, sino también en la propia Roma, que había dejado de ser residencia imperial, así como el malestar producido por la aplicación de los nuevos impuestos en Italia. La plebe romana aclamó fervorosamente a Majencio, confiando tal vez en que éste restituiría el antiguo esplendor de Roma e Italia.

Galerio no reconoció al nuevo augusto y ordenó a Severo su derrocamiento. Pero el ejército de Severo era el mismo que había estado a las órdenes del padre de Majencio, Maximiano, y se resistía a entablar combate contra el hijo de su antiguo augusto, resistencia alimentada por el propio Maximiano a través de donativos a las tropas. El resultado fue la derrota y rendición de Severo que, poco después, sería asesinado.

Maximiano había decidido pues salir de su forzoso retiro para intentar consolidar la situación de su hijo frente a Galerio. Es entonces cuando el antiguo emperador inicia una alianza con Constantino (que implicaba el casamiento de éste con Fausta, hermana de Majencio) en la esperanza de conseguir que éste respaldara a su hijo. No obstante, Constantino no se sintió condicionado por tal matrimonio, puesto que ni medió ni intervino nunca a favor de Majencio.

La conferencia de Carnuntum del 308, a la que asistió Diocleciano, no hizo sino agravar las tensiones ya existentes. Cabía esperar que, tras la muerte de Severo, Constantino fuese considerado augusto y Majencio césar. Pero Galerio, tal vez con la intención de salvaguardar los principios tetrárquicos de transmisión del poder o tal vez por su vieja animadversión hacia Maximiano, designó como augusto de Occidente a Licinio, un amigo fiel de Galerio que no había pasado por el cargo de césar, lo que ciertamente constituía una irregularidad. Como césar de Licinio se reconoció sin embargo a Constantino. Majencio siguió siendo considerado, sin más, un usurpador y a Maximiano, que se había sumado al poder junto con su hijo, dándose el curioso título de bis augustus, se le obligó de nuevo a dimitir.

La medida no complació en absoluto a Constantino, que se creía con derecho a ser proclamado augusto y mucho menos a Majencio. Éste, disgustado con su padre y culpabilizándole de su no aceptación, rompió toda relación con él.

En el 309 tuvo lugar la sublevación de la diócesis de Africa contra Majencio (que junto con Italia y parte de Hispania constituían su ilegal imperio), dirigida por Alejandro, vicario de Africa. Constantino no era ajeno a la revuelta y había establecido previamente negociaciones con Alejandro. Aunque Majencio pudo recuperar la diócesis un año después y sofocar la revuelta, en el interim Roma había quedado sin provisiones de grano, que seguían llegando principalmente de Africa. El hambre hizo estragos en la ciudad y esta situación, junto con el aislamiento al que Italia se había visto reducida, decidieron la revuelta del 309 que, sofocada por los pretorianos, costó la vida a unas 6.000 personas. La popularidad de Majencio llevaba camino de evaporarse.

Al año siguiente Constantino tuvo que hacer frente a las tropas de Maximiano, que intentaba su derrocamiento. Esta actitud de Maximiano pudo obedecer a un restablecimiento de las relaciones entre éste y su hijo Majencio o bien a la búsqueda sistemática del poder, al que sólo forzosamente había tenido que renunciar ya dos veces. La batalla se libró en las cercanías de Marsella y Maximiano fue asesinado o tal vez se suicidó.

Constantino había elaborado ya en aquel entonces unas bases nuevas sobre las que asentar su poder. Había decidido renunciar a su vinculación filial con los tetrarcas y, con poco fundamento, se proclamaba descendiente del emperador Claudio el Gótico. Además se presentaba como predestinado para una misión carismática y propalaba sus visiones sobrenaturales de símbolos celestes: en el 310 sería Apolo quien se le aparecería con presagios sobrenaturales y en el 312 sería el labarum cristiano.

En el 311 Galerio reconoció finalmente a Constantino como augusto y el mismo reconocimiento otorgó a Maximino Daza. Así, el Imperio contó aquel año con cuatro augustos: Galerio y Maximino Daza en Oriente, Constantino y Licinio en Occidente (aunque el territorio de este último se limitaba al Ilírico, a causa de Majencio), ningún césar y un usurpador, Majencio.

La muerte de Galerio, a finales del mismo año, dejó a Daza como emperador único de Oriente y sin intenciones de designar a ningún césar. Constantino estableció un doble juego: reforzar la alianza de los tres augustos para eliminar a Majencio y, paralelamente, con Licinio, la eliminación de Maximino Daza y el reparto del Imperio entre ambos. El primer objetivo se cumplió en el 312 y Constantino fue el auténtico vencedor sobre Majencio en las batallas de Turín y Saxa Rubra.

Diocleciano, que aún vivía, retirado en su palacio de Espoleto (Splitz) veía cómo la colaboración y la concordia que debía presidir la gestión de los tetrarcas se había roto sin remedio. Observaba el fracaso de algunos de sus objetivos: el derrumbamiento de las pequeñas burguesías y del proletariado, de su lucha anticristiana... En palabras de Mazzarino "aquel viejo mundo que él había intentado restablecer, había tenido en él a su ultimo defensor".