Comentario
Para la construcción de los retablos podían utilizarse todo tipo de materiales, desde los más nobles: oro, plata u otros metales (como se trabajaban en Dinant), hasta los más resistentes: piedra o mármol, aunque éstos no fueron muy empleados (más generalizados en los talleres de Tournai). Ha quedado sin embargo algún ejemplo monumental como el retablo de mármol blanco en Brou (Francia), obra de un taller flamenco. También se trabajó el barro cocido, modalidad que suele relacionarse con la actividad de los talleres de Utrecht, entre otros. En general, estos últimos ejemplos, al estar policromados, suelen pasar inadvertidos y se les confunde con las obras de madera. La parte central de los trípticos conservados en el claustro del convento de San Antonio el Real, de Segovia, pertenece a esta modalidad.
No obstante la diversidad de materiales, la actividad de los talleres que producen la mayor parte de los retablos flamencos se centró especialmente en la madera. Aunque ésta podía obtenerse a partir de diferentes árboles, tilo, pino, cedro, emplearon con preferencia el roble y el nogal. En un retablo puede observarse a veces, tras su análisis, la utilización de diferentes maderas, según las partes que lo componen. Sin embargo, al ser, en general, obras policromadas la personalidad de las maderas quedaba oculta la mayor parte de las veces. En ocasiones también se hicieron ejemplos destacados en madera sin policromar que, por lo tanto, ofrecen una estética diferente, carente de color. Se considera que al no estar pensados para recibir un revestimiento polícromo requieren un trabajo más cuidado y preciso que acentúe la belleza de su valor expresivo y por tanto de acercamiento a los fieles, pues toda imperfección queda a la vista y no puede ser disimulada. Puede comprobarse en el retablo de San Jorge (Museos Reales de Bruselas), obra maestra de Jan Borreman, considerado el mejor escultor de Bruselas a finales del siglo XV. Igualmente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid se conserva el retablo del Descendimiento, interesante ejemplo de esta modalidad de madera no policromada.
La tipología de los retablos esculpidos, relacionados preferentemente con la actividad de los talleres de Bruselas y Amberes, ofrece una uniformidad de diseño, una estructura estandarizada. Se compone de una caja de forma rectangular, más o menos acusada, que puede tener un cuerpo central más elevado -ático- y que por lo tanto destaca. El perfil del enmarcamiento de la caja evolucionó desde una tipología con predominio de líneas rectas a las formas curvadas, las cuales, según pasa el tiempo y nos adentramos en el siglo XVI, se convierten en más elaboradas.
El interior puede estar compartimentado en espacios verticales y horizontales -cuerpos y calles- que generalmente están enriquecidos en la parte superior por una estructura decorativa arquitectónica, finamente tallada y trabajada con todo detalle; ésta suele ser uno de los elementos interesantes que participan de manera decisiva en el resultado final del retablo. Las estructuras arquitectónicas reflejan las diferentes formas y la evolución del estilo de la arquitectónica monumental, la cual en el período del siglo XV en el que nos movemos corresponde al gótico flamígero. En ocasiones sobre las formas arquitectónicas de enmarcamiento se han incorporado pequeñas escenas o imágenes esculpidas, como se muestra en los retablos de Nuestra Señora de Belén, en Laredo, de San Juan Bautista, en Valladolid, y de la Pasión, en la iglesia de San Antonio el Real de Segovia.
Las divisiones espaciales que estructuran el retablo pueden ser planas o profundas, a modo de nichos, decorarse con ventanales simulados en las paredes interiores y cubrirse con bóvedas ojivales. En estos espacios pueden acomodarse imágenes independientes o grupos de personas, los cuales se organizan disponiéndose en varios planos en profundidad.
Con frecuencia para economizar y abaratar el trabajo, los aspectos no visibles de la obra simplemente se esbozan y no se terminan con precisión. Los trípticos y polípticos podían completar su estructura mediante la incorporación de unas puertas laterales, lo cual posibilitó que la obra estuviese abierta o cerrada a voluntad. En ocasiones, obras destacadas disponían de doble par de puertas, lo que permitía hacer una apertura total o parcial del retablo, en correspondencia con la solemnidad de la fiesta que se celebraba. Estas puertas del retablo pueden estar decoradas en su interior con relieves, posibilidad bastante excepcional: tríptico de Santibáñez (Zarzaguda) o con pinturas -lo más generalizado- lo mismo que en el exterior. La diferencia suele estar en que, si bien las pinturas del interior mantienen la policromía en paralelo al trabajo esculpido, las del exterior pueden estar pintadas en grisalla -como sucede en los trípticos de pintura de los primitivos flamencos- color adecuado a los períodos litúrgicos de penitencia durante los cuales los retablos permanecían cerrados.
La obra podía ser completada con la incorporación de un cuerpo inferior -banco o predela- que estaba igualmente decorado con pinturas o esculturas y que contribuía al enriquecimiento estructural e iconográfico del conjunto. En ocasiones esta predela corresponde a una adición posterior.
Las piezas escultóricas que componen el retablo favorecen unas características que conviene considerar. En ocasiones se elegía la modalidad de escultura en relieve bastante acusado -altorrelieve- que exigía una organización y distribución de los numerosos componentes en el espacio asignado. Según la habilidad con que este problema fuera resuelto el resultado escenográfico y estético alcanzará distintos niveles de belleza. También podía recurrirse a las esculturas exentas o de bulto redondo, que podían ser combinadas con relieves para, de esa manera, organizar el programa iconográfico, destacando algunas devociones concretas: así en el retablo de San Juan Bautista, de la iglesia de El Salvador de Valladolid. Sin embargo, esta posibilidad de recurrir a esculturas aisladas y de gran tamaño, está más relacionada con la actividad de los talleres alemanes, o de su área de influencia, pues en el ámbito de los retablos flamencos predomina el gusto por las escenas, a veces abigarradas, compuestas de numerosos personajes. Este dato contribuye a destacar el carácter pictórico que caracteriza a la mayor parte de las obras. Aspecto que se realza todavía más por la incorporación de la policromía, que es un trabajo complementario del realizado por el escultor, pero a su vez determinante del resultado final de la obra. Pero sólo en muy contadas ocasiones podemos disfrutar ante la contemplación del rico colorido original. La mayor parte de las esculturas ha sufrido, en diferentes épocas, repintes, completos o parciales, y en otras ocasiones la suciedad, acumulada durante siglos, impide apreciar y valorar con exactitud este decisivo componente de los retablos.