Comentario
Los retablos góticos, por su importancia espiritual en relación con los fieles, presentan la problemática del sentido de su lectura iconográfica. Pueden ofrecer diferentes posibilidades en función de que se trate del típico retablo español, de grandes dimensiones y organizado en multiplicidad de escenas distribuidas en cuerpos y calles, o de los retablos-trípticos que nos ocupan, que, por sus menores dimensiones y mayor simplicidad estructural, resultan más fácilmente abarcables en su totalidad.
Al final de la Edad Media se observa en la religiosidad un deseo de acercar el mundo de lo divino al de lo humano, a diferencia de lo que había caracterizado al arte de los períodos anteriores. Este dato tendrá su proyección en las representaciones artísticas, tanto en la elección de un ciclo iconográfico de carácter narrativo, como en las imágenes aisladas o independientes. La iconografía elegida por el responsable del encargo debería responder a su propia sensibilidad, y a la de otros fieles, así como poner de manifiesto sus gustos por representaciones que podían enriquecer y avivar las creencias y devociones más íntimas. Ante la idea de conmover, en ocasiones se incrementan los rasgos de dolor que ayudan a estimular la compasión de los creyentes por los sufrimientos de Cristo o de los santos-mártires. Para conseguirlo, se acumulan ciertos detalles patéticos y hay una exaltación de la sangre.
Es interesante recordar igualmente las relaciones existentes entre la escultura y la pintura y de qué manera los pintores, a partir de sus obras más representativas, imponen su forma de hacer y de sentir y comunican su influencia. Así sucedió, entre otros, con el estilo del conocido como maestro de Flemalle, que marcó la manera de una serie de obras escultóricas; y con la personalidad de Roger van der Weyden, gran creador de formas, tipos y composiciones. En muchas escenas se observa una evidente dependencia de modelos iconográficos rogerianos, especialmente en los temas dramáticos de pasión, donde con sus gestos, sus actitudes y su patetismo los personajes reflejan sentimientos humanos. Los gestos de dolor de san Juan, de la Magdalena o la imagen de la Virgen desvanecida son suficientemente relevantes y significativos. La representación del Calvario, en el retablo de la Virgen de Belén, en Laredo, es un ejemplo patente y admirable de estas actitudes.
La estandarización, a la que hemos aludido anteriormente en relación con la producción de retablos, afectó también a la iconografía. La selección de temas y su organización podía hacerse por dichos métodos y de ahí la repetición patente de los mismos. Los principales talleres activos en Bruselas y Amberes manifestaron su preferencia por los ciclos relacionados con la infancia y pasión de Cristo, o la combinación de ambos. La fuente de inspiración son los "Evangelios Canónicos", en ocasiones enriquecidos con aportaciones tomadas de los "Apócrifos" y otros escritos.
Algunos retablos conservados llaman la atención por su originalidad iconográfica, como sucede con el retablo de Averbode, obra de Jan de Molder, de 1513, guardado en el museo de Cluny de París. Ofrece como tema central de la misa de san Gregorio y se acompaña del Encuentro de Melquisedec y Abraham y la Santa Cena: la idea manifestada allí es la exaltación de la Eucaristía.
Las escenas suelen estar actualizadas desde el punto de vista de la localización, ambientación e indumentaria y resulta igualmente interesante advertir la relación que puede existir con el teatro, con la escenificación de los Misterios; en muchas representaciones de los retablos se observa una cierta dramatización. Tal vez, parte del éxito que llegaron a alcanzar estas piezas, y que repercutió en su difusión internacional, fuera debido al carácter narrativo, familiar y tangible, por su tridimensionalidad, que caracteriza la manera de ilustrar los temas religiosos. A veces, la inclusión de figuritas anecdóticas, sin ninguna significación simbólica, proporciona a la escena religiosa un tono ligero y emotivo. También ayudó de manera decisiva la riqueza cromática y abundancia de oro, haciéndolos aún más atractivos y sugerentes para los fieles que podían leer allí el relato de la Biblia y la leyenda de los Santos.
Los diferentes temas solían situarse en un orden concreto, y pocos ejemplos se apartan de los esquemas habituales. Así, el orden establecido acusa una predilección por la Anunciación y Circuncisión que flanquean al Nacimiento y Reyes Magos, situado en el centro -tríptico de Santibáñez (Zarzaguda, Burgos)- o por Cristo con la cruz a cuestas, la Crucifixión y el Llanto sobre Cristo muerto, escenas elegidas para las obras conservadas en el claustro del monasterio de San Antonio el Real de Segovia.
Entre los temas relacionados con la infancia de Cristo, se pueden incluir algunos sucesos relativos a la vida de la Virgen, cuyo culto se vio incrementado al final de la Edad Media -nacimiento de la Virgen, retablo del Descendimiento del Museo Nacional de Escultura de Valladolid; desposorios de la Virgen, retablo de la iglesia de Telde (Canarias)-. No podemos olvidar, por su importancia y transcendencia, los aspectos referentes al culto de la Inmaculada Concepción y las consecuencias de este reconocimiento en relación con la madre de María. El culto a santa Ana gozó de una gran popularidad y ello contribuyó al enriquecimiento de su iconografía con temas como la santa Ana triple, la Santa Parentela o las diferentes escenas en relación con san Joaquín, como el abrazo ante la Puerta Dorada; temas que en su mayoría se inspiran en los correspondientes textos apócrifos. Lo relacionado con la genealogía de Cristo -Árbol de Jesé- tuvo igualmente una gran proyección en la iconografía de los retablos.
Se pueden fácilmente comprobar los asuntos tratados en los numerosos ejemplos localizados en los distintos países europeos, a donde se exportaron desde los antiguos Países Bajos, y en los que allí se conservan: retablos de Santa Ana, procedentes de Auderghem, o del Árbol de Jesé, de Pailhe, en los Museos Reales de Bruselas. En España no contamos con ningún ejemplo de retablo importado con dicho tema, pero podemos compensar tal ausencia con el retablo de Santa Ana, o del Árbol de Jesé, en la capilla de la Concepción, o del obispo Acuña, en la catedral de Burgos. Obra del genial escultor Gil de Silóe, tal vez refleje la influencia de su posible país de origen.
El ciclo de la Pasión constituye otra de las posibilidades iconográficas más características de los retablos. Ofrecen una selección de escenas relacionadas con los momentos más significativos de esta época de la vida de Cristo, cuyo número varía en función de la organización y tipología del retablo.
Teniendo en cuenta que el punto culminante de la historia de la Salvación es el sacrificio del Calvario, que se reiteraba en el altar al celebrar la Eucaristía, dicho tema solía ocupar un lugar preferente y destacado en el programa iconográfico, pudiendo igualmente estar situado en la parte superior como culminación del retablo. Así puede verse en el retablo de los García de Salamanca, en la iglesia de San Lesmes de Burgos, el cual, al estar en una capilla bajo la advocación de la Santa Cruz, destacó el tema de Cristo con la cruz camino del Calvario, detenido ante la Verónica, que preside la calle central. En los otros ejemplos suele ser uno más de los temas que conforman el ciclo de la Pasión.
Además de la devoción a Cristo y a María se extiende también considerablemente el culto a los santos, tanto a los que gozaban de una tradición y eran venerados desde antiguo -el colegio de los Apóstoles suele aparecer con frecuencia alrededor del Calvario, de la Coronación de la Virgen u otra escena: retablo de la Navas, en la catedral de Pamplona- como a otros más recientes, a los que se les conoce como protectores y mediadores, cuya historia aparece recogida por Vorágine en "La Leyenda Dorada". A veces la elección de unos determinados santos puede justificarse por la existencia de una tradición local, por la devoción del donante, por la advocación de una capilla, o por los patronos de una iglesia, de una corporación o gremio.
Los santos tienen de igual manera grandes posibilidades de emocionar a los fieles, especialmente cuando en el retablo se refleja la historia de su vida y de su martirio. Así se ve en el famoso retablo de San Jorge de la Capilla de Nôtre-Dame du Dehors de Lovaina (Museos Reales de Bruselas) que cuenta, con todo detalle y realismo, las diferentes pruebas de martirio a las que fue sometido el santo, o el de San Juan Bautista, en la iglesia de El Salvador de Valladolid, que de la misma manera nos ilustra con detalle sobre los distintos momentos, los más significativos, de la vida y de la muerte del Precursor.
Ante la pluralidad de retablos flamencos existentes en España no todos son igualmente conocidos, ni han suscitado el mismo interés de parte de los especialistas. Actualmente muchos de ellos están pendientes de unos estudios más profundos y concretos. Todos podrían merecer nuestra atención por diferentes razones pero vamos a destacar los siguientes: los retablos de Nuestra Señora de Belén (Laredo), de San Juan Bautista (Valladolid), de La Santa Cruz (Burgos) y de San Juan Bautista (Telde) .