Comentario
La metamorfosis estética y formal que experimenta la producción huguetiana, con su explícita renuncia a las nuevas visiones espaciales de la pintura europea del siglo XV y la evidente predilección hacia algunos principios enraizados en la tradición más auténticamente medieval, nos sitúa ante una de las claves de la trayectoria artística del maestro catalán. Para interpretarla será necesario recurrir no sólo al análisis de una determinada clientela que supo imponer unos valores estéticos muy concretos, sino también a la misma actitud que el propio Huguet tenía hacia sus obras.
A diferencia de muchas otras zonas de la Europa tardogótica, la Cataluña de la segunda mitad del siglo XV no conoció la cristalización de una doble cultura visual. La continuidad y evolución de las propuestas elaboradas por Dalmau y Huguet durante la quinta década del siglo XV dependían en gran medida, de la consolidación de una clientela con unas preferencias estéticas e iconográficas en consonancia con las nuevas pautas de los modelos flamenco e italiano. Contrariamente, además de los efectos negativos derivados de la grave crisis social y económica que afectaba a todo el Principado, hemos de constatar la ausencia de personalidades cultas, o sencillamente atraídas por una plástica renovadora, dedicadas a estimular un desarrollo de las formas artísticas.
Así la falta de una activa promoción por parte de la aristocracia y, sobre todo, la escasa penetración del movimiento humanista -formado además, en su gran mayoría, por diletantes sin intereses artísticos- y el carácter secundario de los encargos de las oligarquías urbanas convirtieron a las muestras innovadoras de los dos pintores en una prometedora experiencia sin continuidad -a excepción de casos aislados y tardíos, como pudo ser la Piedad de Bermejo (1492)-. Frente a la inexistencia de una cultura visual moderna, compartida e impulsada por algunos miembros de los sectores más destacados de la sociedad catalana, se consolidó de manera hegemónica la estética de la clientela más activa del momento, constituida por los colectivos burgueses de gremios, cofradías y parroquias.
Aunque el peso de la burguesía en el ámbito de la promoción artística fue muy destacado durante todo el Gótico catalán, es quizás ahora, a partir de mediados del siglo XV, cuando su incidencia y dominio de los encargos resulta más destacable desde una óptica global. En ese momento Huguet se convirtió en el pintor predilecto de las clases burguesas de Barcelona, y ello fue debido tanto a la posibilidad de responder con eficiencia a sus demandas como a la adecuación a los principios de su cultura visual, renunciando de forma voluntaria a aquellos elementos que sólo podrían desarrollarse en otra más avanzada. Si entendemos que el principal objetivo del pintor catalán era obtener una clientela sólida y estable a través del control de los mejores encargos que se realizaban en la ciudad y su entorno, podremos comprender por qué decide plegarse ante las exigencias estéticas de los principales promotores artísticos del momento. De esta manera, los retablos ejecutados para las cofradías de los gremios de los curtidores, esparteros y vidrieros, freneros, tratantes de animales, revendedores o los destinados a las parroquias de Sarriá y Terrassa, entre otros, no sólo nos permiten observar cuáles eran las preferencias plásticas de la burguesía de la segunda mitad del siglo XV, sino también, como diría M. Baxandall, el mismo "ojo del tiempo" o las categorías mentales y culturales que servían para definir la experiencia de los sentidos en aquella época.
Ya hemos señalado que, lejos de pretender cualquier avance en las conquistas espaciales o en la búsqueda de un mayor naturalismo escenográfico de las arquitecturas y ambientaciones, las composiciones de Huguet en los retablos gremiales optan por una reafirmación de valores decorativos y simbólicos junto a una predilección obsesiva por la figura humana. Los primeros quedan reflejados en el diseño de elegantes y vistosas vestimentas -a base de preciosas telas italianas adaptadas a la moda borgoñona- para muchos de los protagonistas de los ciclos narrativos. Así, personajes evangélicos y veterotestamentaríos, santos e infieles, aparecen cubiertos con ropas decoradas mediante múltiples brocados y composiciones caligráficas que responden a la voluntad de los clientes, expresada en los contratos, de obtener de la mano del pintor imágenes ricamente vestidas. Este aspecto, junto a la continua reiteración del uso de colores "fins e suntuosos", son los únicos elementos puramente estéticos que podemos extraer de los documentos referentes a Huguet y a otros pintores coetáneos. Quizás por ello mismo, por el hecho de que su repetición y preeminencia entre las disposiciones contractuales señalan su enorme importancia para los clientes que encargan las obras, podríamos deducir que ambos son un claro indicio de que Huguet hubo de responder a las exigencias de una cultura visual más atenta a principios puramente sensoriales y rítmicos que no a las elaboradas fórmulas de los modelos flamenco o italiano.
Esta especial sensibilidad de la burguesía catalana hacia las formas artísticas encontraba su punto culminante en el aprecio por los fondos dorados. La insistente aplicación del material áureo, que anulaba la posibilidad de una ambientación verosímil, era una circunstancia habitual en muchos retablos góticos, pero es sin duda a mediados del siglo XV, con su explícita predilección por encima de las recreaciones naturalistas, cuando este tipo de decoración se demuestra más retrógrada e involucionista. Incluso el mismo amaneramiento experimentado, especialmente en la obra de Huguet y sus seguidores, con la introducción de relieves de estuco que representan diferentes tipos de motivos vegetales, indica un salto cualitativo en la realización de los fondos dorados, convertidos ya en la expresión plástica más propia del particular gusto de las corporaciones burguesas.