Comentario
El ambiente sevillano entre 1500 y 1600 (como fechas puramente referenciales) ha de considerarse bajo varios aspectos distintos pero complementarios. Imaginemos una ciudad, si no recientemente incorporada a la monarquía cristiana, sí asumida desde fines del siglo XV por la casi totalidad peninsular impuesta por los Reyes Católicos. Sevilla siempre fue una ciudad próspera, excelentemente ubicada para el control marítimo del Estrecho, lugar de recalo casi obligado para todos los navegantes mediterráneos que pretendieran alcanzar el Atlántico, antes de que Cádiz, ya en el siglo XVII, recogiera su testigo en cuanto al comercio americano.
Antes de todo ello, hasta 1269, se mantuvo en la ciudad una corte almohade parangonable a la de Córdoba siglos antes, que produjo artesanos, poetas y filósofos de incuestionable importancia.
El descubrimiento de América no produjo un efecto inmediato en los puertos marítimos o fluviales del sur, y por tanto tampoco en el de Sevilla. Su puerto, fluvial como el de Amberes, estaba a salvo de ataques marítimos procedentes del este mediterráneo y en conexión directa con la ruta Canarias-Azores-Caribe. Pero la conversión del puerto del Guadalquivir en el único receptor de la riqueza americana después de 1500 cambió el aspecto de Sevilla incluso en lo puramente físico. Los acreedores genoveses y flamencos del joven Carlos V se aposentaron en Sevilla como si fuese propiedad privada, avalados por los compromisos económicos que la deuda comportaba.