Época: Renacimiento Español
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1599

Antecedente:
Arquitectura burgalesa del siglo XVI

(C) Ismael Gutiérrez



Comentario

La construcción de nuevos templos parroquiales y la adaptación de los antiguos, en ambos casos para responder a las nuevas necesidades fue una actividad que se extendió por toda la Diócesis. El conjunto de obras realizadas explica el también elevado número de los canteros que desarrollaron su labor compitiendo entre sí o, caso frecuente, llegando a acuerdos de colaboración entre ellos para conseguir la adjudicación de la realización de la obra. Esta se hallaba basada en un proyecto cuyo autor no coincidía necesariamente con el que se encargaba de la construcción, lo que hace que resulte difícil determinar en muchos casos quien fue el autor verdadero de la iglesia.
El tipo de iglesia característico es el denominado de planta de salón, con volumen único de forma prismática, de dimensiones muy semejantes en la superficie, y espacio dividido en tres naves, más ancha la central que las laterales, cubiertas con bóvedas estrelladas de rica tracería, que cargan sobre pilares de gran desarrollo de la misma altura. El espacio se completa por un ábside saliente en planta de forma poligonal o cuadrada. El ventanaje, con escaso número de vanos, se abre en los muros laterales, siendo los únicos elementos, junto con la portada, en los que se aprecian las distintas épocas de construcción.

Los exteriores destacan en todos los casos por la rotundidad de los volúmenes y desnudez de las superficies, únicamente alterada en las portadas, en las que se concentra la decoración. Esta, en ocasiones, se enmarca en un paño diferenciado del resto del muro, alcanzándose el máximo de labor cuando el conjunto se alberga en un gran arco, tipo de portada iniciada en la puerta de la Pellejería de la catedral y que vemos en la parroquial de Arauzo de Miel, de estilo protorrenacentista en relación con el de Francisco de Colonia. En relación con el estilo de Felipe Bigarny destaca la portada de Pedrosa de Río Urbel y, más avanzada, en la órbita de Juan de Vallejo, las de las iglesias de Nebreda, Zael y Padilla de Abajo, entre otras.

Partiendo del modelo general descrito, el proceso evolutivo normal originó una serie de cambios a lo largo del siglo XVI que se reflejan en los pilares y en las bóvedas, sin alterar su función, ni el concepto de espacio. Pero, aunque en muy reducido número, se construye una serie de iglesias de una sola nave, formando un tipo en el que aparecen las mayores novedades, sobre todo en las levantadas durante la segunda mitad de la centuria, en las que se adoptan nuevas soluciones en cubiertas y soportes.

Como prototipo de las iglesias de planta de salón en Burgos podemos considerar la de San Juan de Castrojeriz, no sólo por sus caracteres sino también por la conducta seguida, ya que se edificó en sustitución de otra más antigua, de la que se conservaron la torre y el claustro. Comenzada a construir durante el primer tercio del siglo XVI responde en todos sus elementos a dicho período. Consta de tres naves que se levantan a la misma altura, cubiertas por bóvedas estrelladas de nervios combados que se continúan, sin interrupción, a través de las molduras de los elevados pilares.

Obra singular es la iglesia de Villaveta, trazada por Juan Gil de Hontañón, con planta de salón de tres naves, que se aparta de las típicamente burgalesas en la presencia de dos pequeñas capillas, a modo de incipiente crucero cuyo volumen se manifiesta en el exterior con pequeños cubos en las esquinas, que dotan de cierto movimiento al conjunto. Las bóvedas que cubren las naves, con tracerías de nervios radiales, son únicas en Burgos.

La parroquial de la Asunción de Nuestra Señora en Villasandino, de planta casi cuadrada, presenta unos caracteres más avanzados, ya del segundo tercio del siglo. Los fustes de los robustos pilares son totalmente lisos, rematados por una faja capitel, de tal modo que los nervios de las bóvedas se interrumpen bruscamente, se pierden al tomar contacto con el soporte. Los arcos son de medio punto, sin recuerdo alguno de las formas ojivales, y otro tanto ocurre en las bóvedas de perfil muy plano sin el característico apuntamiento y división de la plementería de las ojivales. De tal modo que la rica tracería de nervios es meramente decorativa, con una función constructiva mínima de simple refuerzo. Función decorativa que hace más ostensible la multiplicación de las claves pinjantes, que semejan una decoración colgante.

Estos caracteres se repiten en otras muchas iglesias con ligeras variantes. En la de Santa María de Rivarredonda, trazada por Juan de la Puente, las bóvedas se trazan en forma continua, sin que los arcos fajones interrumpan la disposición en forma de red, cercana a las bóvedas reticulares alemanas. Aspecto semejante al que ofrece la ex colegiata de Roa, de enormes dimensiones, cuyos pilares presentan grandes estrías acanaladas en parte del fuste, muestra del camino hacia unas formas más clásicas, que en la también ex colegiata de San Pedro de Lerma se manifiesta en el empleo de columnas de fuste liso coronadas por capiteles jónicos de clásico diseño. Clasicismo evidente igualmente en el desarrollo de la girola, única que aparece en la arquitectura burgalesa a excepción de la catedral, y que se rompe en las bóvedas con claves pinjantes de gran desarrollo. La iglesia de San Martín de Briviesca, de tres naves y concepto espacial semejante al de las anteriores, no presenta sin embargo su claridad compositiva, debido a la robustez de los pilares.

El mayor avance en este camino hacia las formas clásicas se inicia con la llegada a Burgos del arquitecto Juan de la Puente, que es el que generaliza el empleo de pilastras adosadas a los soportes, y el primero en enriquecerla con retropilastras, al mismo tiempo que, en algunos templos, sustituye las cubiertas de bóvedas estrelladas por cúpulas y bóvedas de cañón decoradas con molduras concéntricas. El empleo de pilastras con retropilastra puede verse en la nave central y crucero de la iglesia de San Lesmes de Burgos, construidas a partir del año 1565, con el patrocinio del mercader Francisco de la Presa y Catalina Flores de Zamora, su mujer, y la intervención, entre otros, del cantero Juan de Escarza. Un estilo semejante muestra la iglesia de Hontoria de la Cantera, si bien todo el edificio se hizo de nuevo.

La presencia de elementos pertenecientes a las distintas fases estilísticas aparecen en muy diversos templos, debido a la larga duración del proceso constructivo, aunque tal cosa no influyó en la plena consecución del espacio único. El mejor ejemplo lo encontramos en la soberbia iglesia parroquial de Villahoz, en la que, siguiendo el proceso inverso al habitual, vemos los elementos más antiguos en los pilares, pilastras y bóvedas de finales del siglo XV, en los pies, y los más modernos en progresivo avance hacia la cabecera. Un proceso semejante se manifiesta en la gran iglesia de Melgar de Fernamental, en este caso aunque más complicado por la presencia de bóvedas reconstruidas con posterioridad al siglo XVI.

En la iglesia de Tórtoles de Esgueva la fusión de elementos es más clara, ya que las bóvedas pertenecen al siglo XVI. en su totalidad, en tanto que los pilares y el ventanaje pertenecen a fines del siglo XV. Más homogeneidad presenta la iglesia de Santibáñez Zarzaguda, a pesar de que su proceso de construcción fue incluso más largo que en los casos anteriores, y al menos, desarrollado en tres fases. La más importante fue la segunda en la que, a partir del año 1588, el maestro de cantería Domingo de Azas levantó los dos tramos del cuerpo, que no se terminó, incluida la torre, hasta mediados del siglo XVII.

En las iglesias que hemos señalado, el interior del ábside se cubre con bóvedas ojivales, pero a partir de la mitad del siglo algunos ábsides presentan bóveda en forma de venera, con los nervios muy marcados, sin que sufra cambios el resto del templo, como vemos en la iglesia de Olmillos de Sasamón, y en la cabecera construida en el templo románico de Moradillo de Sedano. Este sistema de cubierta aparece más complicado en la parroquial de Espinosa de los Monteros en que la gran venera del ábside arranca de otras dos más pequeñas, en función de trompas, solución que encontramos igualmente en la iglesia de Cerezo de Arriba. El éxito de este tipo de cubierta hizo que se empleara no sólo en el ábside, sino en otros lugares del edificio, como vemos en la iglesia de Rubena, de una sola nave, que presenta sendos espacios laterales cubierto con grandes veneras, que en la de Sedano se convierten en capillas laterales igualmente cubiertas con grandes veneras.

El tipo de iglesia de ámbito único de tres naves, aparte del éxito que tuvo, como prueba el número de iglesias construidas es también, sin duda alguna, el que más llama la atención y suscita más admiración en la arquitectura burgalesa del siglo XVI debido a la grandiosidad de los edificios construidos. Sin embargo, aun cuando no suscitan tal admiración, no son de menos interés los templos de una sola nave levantados al mismo tiempo que los anteriores y en los que se nos ofrecen las más interesantes innovaciones.

Algo que, en principio, puede parecer extraño pero que tiene fácil explicación cuando se considera que fue, precisamente en este tipo de iglesias, donde los grandes arquitectos tuvieron ocasión de desarrollar sus ideas más personales. En general, estos templos presentan un modelo muy semejante de planta de una sola nave normalmente con crucero de escaso desarrollo y las construcciones de mayor interés corresponden a los tres grandes maestros Rodrigo Gil de Hontañón, Juan de Vallejo y Juan de la Puente, los mejores arquitectos que trabajan en Burgos durante este siglo.

No hay duda alguna, según hemos documentado, la intervención de Rodrigo Gil de Hontañón en las trazas de la ex colegiata de Peñaranda de Duero. Templo de una sola nave con crucero, más acusado que en otros edificios, en armónica correspondencia con las grandes dimensiones que tiene, que le convierten en el más destacado de toda la provincia de Burgos entre los de este tipo. La limpia amplitud del espacio, que no interrumpe la compleja tracería de las bóvedas reticente y superficialmente góticas, inicia un concepto espacial plenamente renacentista que desarrollará, precisamente, su discípulo Juan de la Puente en otros edificios burgaleses.

Juan de Vallejo, autor no suficientemente conocido y poco valorado desde el momento en que se le aprecia, sobre todo, por su trabajo como decorador, es el autor de las iglesias de Pampliega y Miraveche. Edificios de una sola nave con crucero, cubiertas con bóvedas de crucería estrellada. Diferentes son las iglesias, trazadas y construidas por Juan de la Puente, de Cuevas de Amaya y Torresandino, en las que se aparta tanto de las construidas por Juan de Vallejo como por él mismo en otros lugares. La de Cuevas de Amaya, de una sola nave con crucero de escaso saliente, se cubre con bóvedas estrelladas con arcos fajones de escaso resalto que cargan sobre pilastras planas que apenas destacan de las lisas superficies de los muros. En esta iglesia las notas dominantes son la ausencia de decoración y la claridad del espacio, las mismas que encontraremos en la arquitectura barroca inicial pocos años después.

Distintos caracteres presenta la iglesia de Torresandino, en la que Juan de la Puente comenzó a trabajar con la intención de sustituir el templo anterior, gótico del siglo XIII de una sola nave, por una nueva edificación, proyecto que sólo llevó a cabo en la cabecera a la que quedó yuxtapuesta la nave primaria con el resultado que actualmente ofrece el edificio de acusado contraste entre ambas partes. En la cabecera, Juan de la Puente insistió en el concepto de espacio único empleado por su maestro, cuyo mejor ejemplo lo encontramos en la ex colegiata de Peñaranda de Duero, pero modificando los elementos de la cubierta con una gran cúpula rebajada y ampliando el concepto de ámbito único, hasta llegar a una planta de cruz griega mediante el tratamiento de los espacios en los dos ejes, en los que estableció una clara diferencia mediante el tipo de cubierta. Así queda subrayado como dominante el eje longitudinal al cubrir el ábside con una gran bóveda en forma de venera, que repite en el lado opuesto -que quedó sin concluir en su parte inferior-, en tanto que los espacios laterales, de menor desarrollo que el ábside, se cubren con bóvedas de cañón que, como la cúpula central, se decoran con molduras geométricas.