Comentario
Si El Greco renuncia a las proporciones lógicas y a la definición de un espacio en profundidad es porque el mundo de sus cuadros es el sobrenatural, donde no existen medidas, planos ni fondos. Su cromatismo tampoco tiene nada que ver con la sobria frialdad manierista, ya que para él el color es fuerza expresiva, vibración y riqueza lumínica. Y finalmente frente al académico virtuosismo técnico y la artificiosidad del Manierismo, él prefiere configurar sus formas con libertad sumaria, carente de detalles, manipulándolas con deformaciones, forzados escorzos y complicadas actitudes para demostrar así su dominio sobre la dificultad, una dificultad que él entiende como fantasía y no como confusión. En resumen, El Greco fue sin duda un artista de su tiempo y sus ideas estéticas estuvieron dentro de la corriente de la época, pero su personalidad fue única y su intención distinta. En realidad no se sumó al Manierismo, lo interpretó.
La influencia de la doctrina de la Contrarreforma es otro de los factores a considerar a la hora de analizar su estilo. Tras el Concilio de Trento la Iglesia rechazó la sofisticación y el carácter prioritariamente formalista del Manierismo, y aunque éste evolucionó hacia una concepción más verosímil, nunca consiguió crear la pintura devocional exigida por la ideología trentina. Sin embargo, El Greco, como artista de la Contrarreforma, logró un perfecto equilibrio entre forma y contenido, expresando con absoluta claridad el significado espiritual de sus temas religiosos, en los que siguió los dictados de la ortodoxia católica con un lenguaje válido para fomentar la fe e impulsar a la oración.
Su aprendizaje artístico lo inició en Candía, en el círculo local de pintores de iconos bizantinistas, que quizá ya por entonces iniciaban una tímida asimilación de las formas renacentistas italianas. Recientemente se ha apuntado la posibilidad de que su maestro en la isla fuera Juan Gripiotis. En realidad, donde se formó por completo como pintor fue en Italia: primero en Venecia y después en Roma. En la ciudad del Adriático comprendió la importancia del color como fuente de expresión y de luz y sus posibilidades como valor figurativo. Aunque Julio Clovio en su carta antes citada le hace discípulo de Tiziano, sus relaciones estilísticas con este gran maestro son escasas. Es probable que visitara su taller y estudiara su obra, pero el artista que más influyó en su estancia veneciana fue Tintoretto.
Su cromatismo, sus imágenes agitadas y la tensión de sus composiciones dejaron una clara huella en el arte del cretense, quien también admiró a Veronés, como puede apreciarse en los amplios escenarios arquitectónicos de sus primeras obras, y debió conocer los contrastes luminosos de Jacopo Bassano. Venecia, en suma, le marcó definitivamente porque a lo largo de su vida artística nunca olvidó lo que allí había aprendido: que la pintura era fundamentalmente luz y color.
Al llegar a Roma encontró un mundo distinto. El dibujo y la estructura formal de los cuerpos eran las cualidades más apreciadas por los pintores de la Ciudad Eterna, como consecuencia de la influencia del arte de Miguel Angel. En la confrontación color-dibujo, el Greco se decantó a favor del primero, y sus comentarios desfavorables sobre la pintura de Miguel Angel quizá deben ser interpretados no como una crítica absoluta sino como una declaración de principios. Para él el color tenía que primar sobre el dibujo y rechazaba la escasa importancia que, según él, le otorgaba al maestro florentino, a quien admiró sin embargo por su extraordinaria condición de dibujante y por la monumentalidad e intensa corporeidad de sus figuras. En Roma el Greco también aprendió la estética manierista y fue asimismo testigo de los nuevos planteamientos asumidos por la pintura de la época para adecuarse a las teorías contrarreformistas.
Con este bagaje de conocimientos llegó a España, donde en sus primeros trabajos se muestra aún muy dependiente de las fuentes italianas. Composiciones tranquilas y elegantes, formas fuertemente modeladas, definidas por el dibujo y de proporciones aún lógicas, y un color rico e intenso a la veneciana, pero también en ocasiones ácido y estridente de recuerdo manierista, son las cualidades de su estilo inicial, en el que todavía existe una cierta proximidad a la realidad. Hacia los años noventa comienza la última fase de su producción en la que alcanzó la plenitud de su arte.
Su estilo se torna entonces más simbólico e imaginativo. El dramatismo y la tensión imperan en sus composiciones, estructuradas cada vez con un mayor verticalismo. En un espacio irreal, comprimido, agrupa a unas figuras incorpóreas, extraordinariamente alargadas y de formas distorsionadas, esbozadas, más que definidas, por un color palpitante fraccionado en múltiples tonos. Y la luz, blanca y brillante, no ilumina por igual las escenas sino que parece emerger de cada figura contribuyendo a lograr la evocación de lo sobrenatural.
En tiempos pasados, cuando todavía no se conocía el fundamento teórico e intelectual de su pintura, ésta fue considerada como una consecuencia de la ardiente religiosidad española. Pero hoy sabemos que es el resultado de su pensamiento y de su trayectoria artística, discurrida por un enriquecedor camino. No obstante, es innegable que la posibilidad de desarrollar su arte se la dio Toledo, donde encontró una clientela culta que apreció su pintura y le permitió expresar, fuera del encorsetamiento de los encargos oficiales, su original capacidad creativa. Gracias a ella logró traducir en imágenes el sentimiento religioso de un pueblo que, indiscutiblemente, fue para él una decisiva fuente de inspiración.
Cuando murió en 1614 su estilo desapareció con él, porque en las primeras décadas del siglo XVII la pintura del primer barroco impulsó en España un naturalismo basado en la realidad sensible, totalmente ajeno al mundo sobrenatural evocado en sus cuadros. Apenas se conocen nombres de artistas formados con él. Entre ellos cabe destacar a su hijo Jorge Manuel, quien como ya se dijo se dedicó principalmente a la arquitectura. Poseía un estilo similar al de su padre, pero de calidad muy inferior. También Luis Tristán fue su discípulo y colaborador desde 1603 a 1607. En sus primeras obras puede apreciarse la influencia del cretense, pero después evolucionó en la dirección del naturalismo barroco, el estilo de su tiempo, un tiempo que ya no era el del Greco.