Comentario
La valía de este escultor alcanzó a la misma persona del rey, quien encabeza el rango social de sus admiradores y que, en el caso de Felipe IV, es además un entendido en la cuestión. Este rey, en 1635, al ver el San Miguel de la Colegiata de Alfero pensaba que era "el mejor oficial que hoy se conoce en este reino" y acertadamente hizo la premonición de "que muerto este hombre no ha de haber en este mundo dinero con qué pagar lo que dejare hecho". Antes ya, Felipe III había adquirido un Yacente (1614) para el convento de capuchinos de El Pardo. Esta obra es una de las más extraordinarias y sirvió de modelo a otras muchas, muy semejantes, que hizo a lo largo de su vida. Hoy esta imagen se conserva en la parroquia de El Pardo y es Cristo un bellísimo atleta, desnudo, que expresa su dolor moral. El pelo está fuertemente marcado por el sudor y la boca abierta; para dar mayor realismo, los ojos son vítreos y la dentadura de pasta queda perfilada entre los labios. Cristo es un muerto, agotado, que de un modo frío nos muestra el cuerpo sufriente. Este tema fue uno de los abundantes del siglo debido a necesidades de culto, por ser la imagen imprescindible durante la Semana Santa. Guarda un estrecho parecido con otro Yacente que se le atribuye, el del monasterio de la Encarnación (Madrid), colocado en el antecoro superior. Asimismo representa las características estéticas que imprime Fernández a sus obras en la primera etapa. La policromía es mate, una constante en su obra. Para dar mayor verismo al yacente se le mete dentro de una pequeña capilla; a los lados, María, San Juan y la Magdalena, pinturas de Felipe Diriksen. Debemos recordar que la Encarnación se fundó bajo el patrocinio de la reina doña Margarita, esposa de Felipe III, y aunque desconocemos las circunstancias de la llegada a este convento de varias obras de Fernández, sin duda hay que relacionarlas con el deseo real de tener obras suyas.
También en el antecoro de la Encarnación hay otra escultura magnífica, Cristo Flagelado, una atribución discutida en ocasiones. En la actualidad es una opinión general admitir la autoría de Fernández, en concreto Martín González ha dado como fecha posible de realización la de 1625 aproximadamente. La verdadera impulsora de la fundación de la Encarnación, Mariana de San José, vino a Madrid procedente de las Agustinas Recoletas de Valladolid, donde era priora. Gregorio Fernández vivía muy cerca del monasterio y no sería extraño que esta obra y otras fueran traídas por voluntad de la propia monja. Este Cristo se ve obligado a inclinarse por el modo en que está atado a la columna. Esta descripción sutil del sufrimiento es una modalidad constante en la obra de Gregorio Fernández, así como la policromía, donde se complace en mostrarnos la sangre coagulada, pellejos levemente levantados alrededor de las heridas y, en cambio, evita toda expresión explícita del dolor. En esta obra hay dos puntos de vista dominantes: uno de frente, que nos sitúa ante una persona apenas doblegada y el otro, de espaldas, es el más terrible, donde los azotes bien marcados en la pintura parecen una versión plástica de los sermones de la Pasión; en realidad se trata de una iconografía equivalente a la de la visión que tuvo Santa Teresa, la del cuerpo ensangrentado. No obstante, en el rostro ahorra todo rasgo de sufrimiento.
El valido de Felipe III, el duque de Lerma, se erigió como el gran mecenas del reinado, el inspirador del cambio de la capitalidad a Valladolid. Fue un entusiasta del arte de Gregorio Fernández y le contrató el retablo mayor, como patrono que era de la capilla mayor de San Pablo en 1613, cuando ya había perdido el favor real. Este retablo debía acompañar a su propia efigie funeraria. Dos años después, en 1615, amplió el contrato, que pasó a incluir el retablo de la colegiata de Lerma (Burgos), el templo más representativo que se construyó el insigne duque como escenario de sus personales y barrocas ceremonias. Gregorio Fernández no haría ninguno de los dos encargos, pero hay varias obras suyas en conventos vinculados a esa familia. En Monforte de Lemos, territorio perteneciente a un pariente del duque de Lerma, el duque de Lemos, se encuentra un Yacente en el convento de las Clarisas. Asimismo, el duque de Uceda, hijo del de Lerma, se enterró en el Sacramento y allí hay un Cristo atado a la cruz de Gregorio Fernández, posiblemente adquirido por este noble.