Comentario
Junto a Martínez Montañés y Juan de Mesa trabajan en Sevilla a lo largo de la primera mitad del siglo un numeroso contingente de artistas que, si bien en muchos casos no destacan por su especial vena creadora, son sin embargo los encargados de satisfacer la abundante demanda de obra artística por parte de una clientela que no siempre se hallaba en disposición de acercarse al taller de una primera figura. Nombres como los de Martín de Andújar, Jacinto Pimentel, Luis Ortiz de Vargas, Juan de Remesal o Jerónimo Velázquez son algunos de los que aparecen en muchos de los contratos que se firman por estos años en la ciudad.,
Entre todos ellos ocupa un lugar preeminente el cordobés Felipe de Ribas (1609-1648) quien, afincado en Sevilla desde 1629, se convertirá en el virtual heredero estético de Montañés, Cano y Mesa, y en la cabeza de un fructífero taller familiar, responsable de la fábrica de un considerable número de retablos y esculturas. La formación de este artista se produjo en el taller de Juan de Mesa, pero tras la muerte de éste, sus ojos se volverán hacia Alonso Cano, sin renunciar del todo a las enseñanzas indirectas de Montañés. Son esas las coordenadas que rigen su arte, animándolo todo un personal sentido de la decoración, basado en figuras de niños, cartelas y motivos vegetales que se extienden por las superficies, dotando a sus composiciones de un peculiar aspecto abigarrado. Gran parte de la producción de Felipe de Ribas pertenece al campo de la retablística y es ahí donde mejor podemos apreciar los pilares en que fundamenta su estética.
Así, cuando se trate de grandes máquinas se ajustará a los modelos montañesinos, a los que cubrirá de ornamentación de aspecto carnoso introduciendo al tiempo cierto juego espacial, tal como lo muestran los retablos mayores del convento de San Clemente, de las parroquias de San Pedro y de San Lorenzo, todos en Sevilla, y del convento de Santa Clara de Carmona. Por el contrario, si se trata de un retablo de proporciones medias, se mostrará más valiente y vanguardista, acorde con las propuestas de Cano, sin que olvide la turgencia para los elementos decorativos, según queda patente en el retablo del Bautista del convento jerónimo de Santa Paula de Sevilla, el mejor de la serie, digno marco para la imagen del titular que tallara Martínez Montañés. Pero quizá el principal aporte de Felipe de Ribas a la retablística sevillana lo hallemos en la incorporación del fuste salomónico de orden gigante, según hizo en el desgraciadamente perdido retablo mayor para la Orden de la Merced de Sevilla (1646), que supondrá el paso definitivo hacia el pleno barroco que caracteriza a la segunda mitad del siglo.
Realizó asimismo Ribas relieves y figuras exentas a las que gusta representar imbuidas de empaque, graves, con rostros delicados y serenos, envueltas en telas abundantes de plegados verticales que contribuyen a dar solemnidad a las formas.