Comentario
En torno al taller de Pedro Roldán trabajó un considerable número de artífices, compuesto fundamentalmente por las hijas y yernos del maestro, que muestran en su quehacer una valla desigual y a los que con frecuencia les fueron encargadas muchas de las labores secundarias inherentes a la realización de una obra artística, por lo que resulta muy problemático saber con certeza la labor individual desarrollada por cada uno de ellos. Dentro de este colectivo figuraron entre otros, Luis Antonio de los Arcos, Matías de Brunenque, Marcelino Roldán; sólo dos personajes van a conseguir brillar con luz propia: su hija Luisa y su nieto Pedro; la actuación de este último se inscribe de lleno en la primera mitad del siglo XVIII y constituye el broche de oro de la escultura barroca sevillana.
Luisa Roldán ha pasado a la historia por el apelativo de La Roldana; se cree que pudo nacer en torno a 1654 y pronto comienza a formarse en los trabajos de escultura y pintura en el taller paterno. En 1672 contrae matrimonio con uno de los oficiales del taller, Luis Antonio de los Arcos; en 1686 se trasladan a Cádiz y posteriormente a Madrid, consiguiendo de Carlos II el nombramiento de escultora de cámara en 1692, luego refrendado en 1701. Murió en Madrid en 1704. Trabajó la madera pero sobre todo el barro, materia más apropiada para la realización de pequeñas composiciones muy naturalistas, en las que presta un especial interés por los detalles. En las obras de mayor tamaño refleja un estilo muy próximo al paterno, sobre todo en el tratamiento de las cabezas.
Se conocen pocas obras seguras de su periodo sevillano, donde pesa todavía mucho la estética creada por su padre, tal como puede apreciarse en los Angeles Pasionarios de la cofradía sevillana de la Exaltación. Se ha relacionado también con su estilo la Virgen de Regla de la popular cofradía de los Panaderos. En 1684 firma y fecha el Ecce Homo de la catedral de Cádiz, al que ha concebido de pie, con los brazos cruzados; la cabeza, que se gira hacia un lado para compensar el juego de las piernas, lleva corona tallada y el rostro refleja un contenido dolor; el manto, de un opulento color rojo, sustrae al espectador la bella anatomía de Cristo. Como obra suya se tiene también el Ecce Homo de la iglesia cordobesa de San Francisco.
En 1687 realizó las tallas de los santos Germán y Servando, patronos de Cádiz, a los que interpreta con vestiduras militares, con cadenas y grilletes aludiendo a su condición de mártires. Pero sin duda es el barro el material que mejor refleja la sensibilidad de la escultora. Por lo general realiza temas de la Virgen con el Niño, tratados con asombrosa naturalidad y fuerte acento intimista, que evidencian ya la estética rococó, como puede verse en la Virgen con el Niño del convento de San José del Carmen de Sevilla y en el delicioso grupo del Museo de Bellas Artes de Guadalajara.
Francisco Antonio Gijón cierra el ciclo de los escultores sevillanos del siglo XVII. Hombre de novelesca vida, nació en 1653 en Utrera, hijo de Lucas Ruiz, maestro del arte de enseñar a leer y escribir, trasladada la familia a Sevilla y después de la muerte de su padre, ingresa de aprendiz de escultor con Andrés Cansino, lo que le pone en contacto con la estética de José de Arce. Fue también alumno de Roldán en la Academia de dibujo que había fundado Murillo. Se supone que murió en Sevilla en 1720.
La producción de Gijón, esencialmente religiosa, es bastante desigual y revela las influencias de su maestro Andrés Cansino y Arce por un lado, y de Roldán por otro. Le atrae sobre todo plasmar el movimiento, el dramatismo, gustando de representar tipos populares a los que dota, sin embargo, de un cierto aire de dignidad que los ennoblece. Cuando compone relieves lo hace de modo sencillo, asequible para aquellos a los que va destinado, el pueblo. Dispone las figuras de modo dinámico, separando las piernas y los brazos, al tiempo que les hace girar la cabeza y les mueve los ropajes. En este sentido realizó muchas cartelas para pasos procesionales, entre las que se cuentan las que adornan el paso del Señor del Gran Poder, fechables en 1688, o las que hiciera para las andas del Cristo del Amor.
De 1675-78 se cree el grupo de Santa Ana con la Virgen de la parroquia de la Magdalena, al que en el siglo siguiente se le añadió la imagen de San Joaquín. El San José de la parroquia de San Nicolás (1678), es figura de composición movida, acentuada por la disposición de las piernas y de los ropajes; la talla del Niño atrae por su naturalismo y soltura.
La pieza más excelsa salida de sus manos es el impresionante Crucificado de la Expiración, conocido popularmente como El Cachorro, realizado en 1682, considerado el último de los grandes crucificados de la escuela barroca sevillana; muestra a Cristo en el último estertor, palpable en toda su anatomía, apenas velada por un artificioso paño de pureza triple, sujeto por una soga; esa agonía se intensifica en la expresión del rostro, donde los ojos vidriosos y la boca entreabierta muestran de modo sobrecogedor los signos de la muerte.
La mejor versión de los tipos populares que atrajeron al artista la encontramos en la representación del Cireneo perteneciente a la hermandad de las Tres Caídas de la iglesia sevillana de San Isidoro, que se fecha en 1687. Ha sido realizado por su autor con extraordinario verismo, pues nos muestra al personaje con aspecto de campesino, ataviado con ropas de la época, en el acto de sostener la cruz. Fue asimismo autor de numerosas figuras de apóstoles y ángeles pasionarios, destinadas al exorno de pasos procesionales, en las que sigue las pautas de claridad, movimiento y naturalidad que caracterizan y definen su estilo.
La aparición del estípite en la articulación de los retablos y la continuidad de las formas escultóricas nacidas al amparo de las enseñanzas de Pedro Roldán y su taller, son algunos de los rasgos más significativos de la llegada del nuevo siglo, que en muchos aspectos no será sino la continuación de las formas del Seiscientos. La nueva centuria no alcanzará las cotas de calidad de la etapa precedente ni contará con un número tan elevado de artistas de valla capaces de aportar nueva savia a la escuela, lo cual, unido al cambio del gusto, origina que casi de manera imperceptible se inicie el declive de la misma. Sólo la presencia de dos personalidades como Cayetano da Costa y Pedro Duque Cornejo, nieto de Pedro Roldán y sobrino de Luisa Roldán, será capaz de sacar a la escultura sevillana de su medianía, extendiendo por toda la región la belleza y la exquisitez de sus respectivos modos de hacer arte.