Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
La pintura rococó en España

(C) Arturo Ansón Navarro



Comentario

El reinado de Fernando VI (1746-1759) conoció importantes cambios estéticos en la Corte. Los artistas italianos de orientación rococó desbancaron definitivamente a los franceses en el ámbito cortesano; en ese cambio y en la orientación estética del rey y de su amada esposa, Bárbara de Braganza, tuvo un protagonismo sobresaliente el excepcional cantante Farinelli, que había llegado a la Corte de España en 1737.
El divino castrato no sólo fue el encargado de todas las actividades musicales de la Corte, especialmente de las representaciones operísticas y de las veladas musicales, sino que también se convirtió en inductor de muchas de las decisiones estéticas que se tomaron en el reinado de Fernando VI, auspiciando la venida de artistas italianos al servicio del rey.

Uno de ellos sería el pintor veneciano Giacomo Amigoni (1680-1752). Al llegar al trono, el rey se encontró con que las obras del Palacio Real nuevo iban a buen ritmo, y se hacía necesario ir pensando en su decoración pictórica. Una empresa tan importante y emblemática debía encomendarse a un artista destacado y experto en la decoración al fresco, por lo que Farinelli recomendó la venida de su amigo Amigoni. Este era un artista itinerante, que había trabajado, aparte de en Italia, en Baviera, Inglaterra y Francia como decorador y afamado retratista y, tras amasar una cuantiosa fortuna, había abierto un negocio de estampas en su Venecia natal.

Llegó Amigoni a Madrid a comienzos de 1748, acompañado de su ayudante y discípulo, el francés Charles Flipart. Su actividad principal iba a ser la de decorador, pero también cultivó el retrato, lo que le hizo rivalizar con el retratista oficial y Primer Pintor Louis Michel Van Loo, y dividir a los entendidos cortesanos en partidarios de uno y de otro. De entre esos retratos habría que destacar el de la Infanta Mª Antonia Fernanda (Prado), de hacia 1748-50, lleno de encanto rococó, con sus graciosos geniecillos alados ofreciendo flores a la retratada; o los retratos oficiales de Fernando VI y Bárbara de Braganza (colección marqués de Canosa, Verona), y del Marqués de la Ensenada (Prado). De gran espontaneidad son los retratos hechos a su amigo Farinelli, en uno de los cuales, el de la National Gallery of Victoria de Melbourne, se autorretrató Amigoni acompañado de otros amigos del cantante. Sus retratos debieron de resultar innovadores frente al elegante clasicismo de los de Van Loo.

A la espera de su intervención en el Palacio nuevo, Amigoni decoró al fresco, entre 1748 y finales de 1750, el techo de la Sala de Conversación (hoy Comedor de Gala), del Palacio Real de Aranjuez, donde representó Las Virtudes que deben adornar la Monarquía con una brillantez de colorido y una soltura en la que confluían lo veneciano y lo romano en perfecta armonía rococó. Ejecutó también algunas de las sobrepuertas de la sala que, al morir Amigoni en agosto de 1752, serían completadas por su discípulo Flipart con el estilo del maestro.

Ese año de 1752 sería clave para la consolidación de la pintura rococó en España, con la realización de un conjunto pictórico de primera magnitud en Zaragoza. Gracias a la intervención y a los deseos del secretario de Estado, José de Carvajal y Lancaster, se mandó venir de Roma al pintor madrileño Antonio González Velázquez, que desde 1746 estaba allí perfeccionándose, con una pensión real, bajo la dirección de Corrado Giaquinto, para que pintase al fresco la cúpula sobre la Santa Capilla de la basílica de El Pilar. Su habilidad y cualidades para la decoración mural ya las había demostrado en 1748 en la cúpula de la iglesia de los Trinitarios españoles de Via Condotti, en Roma.

A primeros de octubre de 1752 llegaba González Velázquez a Zaragoza y traía consigo los modellini que había preparado en la Ciudad Eterna bajo la supervisión de Giaquinto. Estos dos modellini para la cúpula se guardan en el Museo Pilarista, y en ellos González Velázquez representó la Venida de la Virgen del Pilar y la Construcción de la Santa Capilla. Las dinámicas composiciones, la luminosa y cálida cromatura, con fondos amarillos y dorados de procedencia napolitana y la pincelada empastada y nerviosa plasmadas en esas telas preparatorias denotan la total dependencia del discípulo con respecto al maestro.

El fresco de la cúpula fue pintado entre abril y octubre de 1753, para después pintar Las cuatro mujeres fuertes de la Biblia en las pechinas, que estaban acabadas en diciembre de ese año. Lamentablemente, ese conjunto decorativo que resultó, sin duda, de una novedad estética evidente y de gran espectacularidad, se halla totalmente oscurecido y con graves deterioros, lo que hace muy urgente su restauración. Su repercusión artística fue importantísima, pues no sólo fue un verdadero hito de la pintura rococó en España, la primera gran obra rococó hecha por un pintor español y la mejor de su producción, sino que en el panorama artístico zaragozano reforzó la renovación estética en clave rococó romano-napolitana que había iniciado José Luzán unos años antes, y sirvió de referente en el aprendizaje juvenil de Francisco Bayeu, Goya o Beratón, entre otros pintores aragoneses.

Muerto Amigoni en el verano de 1752, se vio la necesidad inmediata de cubrir su puesto de decorador con otro pintor italiano, que fuera primera figura del panorama artístico del momento y experimentado en tal menester. Se sabe que se hicieron proposiciones para hacer venir a España al napolitano Francesco de Mura, pero no prosperaron. Paralelamente, y por intervención y recomendación del recién nombrado embajador español en Nápoles, Alfonso Clemente de Aróstegui, se contrató a la máxima figura de la pintura decorativa rococó en Roma, el molfetés Corrado Giaquinto (1703-1766).

Giaquinto, de formación napolitana con Solimena, y luego colaborador de Sebastiano Conca en Roma, donde se instaló en 1723, se había consagrado como gran decorador al fresco con un conjunto tan importante como el de San Nicola dei Lorenesi (1731 y ss.) en Roma. Trabajó después en la corte de Turín (1741-42), convirtiéndose en la década de 1740 en el más importante pintor de frescos de Roma, realizando los de la capilla Ruffo de San Lorenzo in Damaso, los de la iglesia de San Giovanni di Dio o los de la catedral de Cesena. Además, su relación con la corte española ya existía con anterioridad a su venida, pues había sucedido a Sebastiano Conca como encargado de supervisar los estudios académicos de los pintores napolitanos y españoles pensionados en Roma, entre ellos Antonio González Velázquez y José del Castillo, éste pensionado por el ministro Carvajal. La elección fue, sin duda, muy acertada.

En abril de 1753 abandonó Giaquinto Roma camino de España. Le acompañaban, aparte de sus familiares, sus discípulos Nicola Porta y el español José del Castillo. A primeros de junio se detuvo en Zaragoza, donde pudo contemplar la decoración que su también discípulo Antonio González Velázquez estaba ejecutando en la media naranja sobre la Santa Capilla, dándole, sin duda, consejos oportunos para su mejor ejecución. El 21 de junio ya estaba en la Corte.