Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
Juan de Villanueva: primeros trabajos

(C) Pedro Moleón Gavilanes



Comentario

Aunque la iniciativa de la creación del Observatorio corresponde al reinado de Carlos III, probablemente en torno al año 1778, en que se inicia el plan general de las obras del Jardín Botánico y con el del conjunto que incluiría más tarde el Museo y este edificio, el comienzo de su construcción no se produjo hasta 1790. Era todavía bajo el ministerio de Floridablanca pero ya durante el reinado de Carlos IV, en los llamados altos de San Blas, próximos a una antigua ermita dedicada al santo, que se mantuvo frente a la fachada sur de la nueva obra.
Es importante señalar que el terreno sobre el que se empezó a trabajar era de una topografía accidentada que obligó a desmontes y aperturas de caminos sinuosos para dar acceso al edificio. Este se situaría finalmente sobre una especie de promontorio troncocónico con una explanación circular en su cima; su enlace con el plano del terreno más bajo se realizaba mediante un cuerpo de escaleras, hoy enterrado, situado frente al pórtico corintio del Observatorio, cerrado con fábrica de ladrillo y que actuaría como cuerpo de acceso y rematado con una terraza como mirador hacia el Paseo de Atocha.

Para conocer el proyecto original del Observatorio de Villanueva contamos con dos planos firmados por el arquitecto, la planta y el alzado principal del edificio, y con una vista en perspectiva de su discípulo Isidro González Velázquez, realizada a la vuelta de su periplo italiano (1791-95), que ofrece la imagen definitiva con alguna diferencia de detalle respecto al pensamiento inicial de su maestro.

El ritmo de la construcción del Observatorio fue bueno durante dos años, hasta los primeros meses de 1792, fecha de la destitución de Floridablanca y en la que el ex ministro de Estado escribe que "está ya para concluirse". A partir de este momento la obra queda casi paralizada durante el breve ministerio del conde de Aranda y durante el más prolongado, aunque intermitente, de Godoy; en 1796 Villanueva solicitaba 300.000 reales para acabarla, circunstancia que no se produjo en vida del arquitecto.

El Observatorio Astronómico presenta, en el conjunto de la obra de Villanueva, algunos elementos singulares y también directas conexiones con planteamientos anteriores. Frente al sencillo programa del edificio, destinado a salas de observación, de instrumentos, gabinetes y oficinas, el elemento que mayor excepcionalidad presenta en términos expresivos es sin duda el templete rotondo de coronación, pieza a la que se ha otorgado una clara trascendencia como "anticipio del neohelenismo del siglo XIX" (Chueca) en una obra con la que el arquitecto "cerró una era y abrió otra" (Kubler). Pero, al margen de aspectos puramente estilísticos, cabe preguntarse cuál es propiamente el sentido innovador de esa estructura formal en el contexto de la arquitectura de las Luces.

Arquitectos como C. N. Ledoux, M. J. Peyre, Ch. de Wally, J. Gandon, por ejemplo proyectan o construyen edificios en los que un tholos ejerce la misma función compositiva que el realizado por Villanueva. Pero una diferencia esencial singulariza el caso del Observatorio, constatable claramente en una sección del edificio. Antes de él, esos peristilos circulares o son meros ornatos, abiertos y de dudosa aptitud funcional, o actúan como linternas del espacio al que se superponen. Son elementos destinados a conseguir un refuerzo de iluminación cenital, un efecto luminoso interior al modo de las cúpulas sobre tambor en los cruceros de las iglesias.

Una secularización de este motivo religioso tiene lugar en el Observatorio de Madrid cuando Villanueva traslada a su arquitectura civil ese tambor columnado como cuerpo autónomo -acristalado y especialmente útil, con suelo, techo y soportes-, como último piso construido, superpuesto al resto del edificio, al que se accede por una pequeña escalera de caracol de las dos únicas existentes en el interior, con entrada desde la terraza y en el centro del cual se sitúa una mesa fija de granito sobre la clave de la cúpula de la rotonda inferior.

El Palacio de Justicia de James Gandon (1743-1823), comenzado a construir en Dublín en 1785, puede servir de referente para entender la especialización funcional del tholos de Villanueva. Otra correspondencia con la arquitectura británica podría establecerse a través del Observatorio Astronómico de Oxford, reformado por James Wyatt (1747-1813) en 1786. La característica planta cruciforme del de Oxford sirvió de argumento a don Gaspar de Molina, marqués de Ureña (17411806), para defender su proyecto de Observatorio Astronómico de Cádiz, de 1791, sin necesidad de mencionar el que ya se construía en Madrid también sobre una planta cruciforme. Ureña construyó el suyo entre 1793 y 1797, presupuestado en 1.134.879 reales y con un volumen construido similar al del edificio de Villanueva, que en 1799, con la obra casi paralizada desde hacía años, sabemos que había costado 1.174.232 reales sin estar aún concluido.

Otra correspondencia posible del Observatorio de Madrid con una arquitectura que fue un referente constante en la obra de su autor la encontramos en la posible relación entre los cuatro pequeños cupulines que acompañan los ángulos de arranque del tambor que sustenta la cúpula del Monasterio de El Escorial y los dos únicos cupulines o garitas proyectadas y construidas por Villanueva en el lado norte de su edificio, flanqueando el templete de coronación. En El Escorial los cuatro cubren sendas escaleras de caracol. En el Observatorio sólo una de las garitas alberga una escalera similar para dar acceso a la terraza y al tholos, teniendo la otra una presencia obligada para la simetría del conjunto. La existencia actual de cuatro garitas en el Observatorio se produce por la adición de Narciso Pascual y Colomer de las dos del lado sur, sobre el pórtico corintio, entre 1845 y 1847, cuando el arquitecto isabelino consolida y restaura el edificio, añadiendo también la rejería de forja que reemplaza a los antepechos de obra proyectados y no llegados a construir por Villanueva. Nuevamente, con la analogía escurialense, recurrimos a una arquitectura religiosa de la que se obtiene la ascendencia compositiva del tholos del Observatorio, secularizado por Villanueva.

No parece necesario extenderse demasiado sobre la influencia palladiana en esta obra de Villanueva; su planta cruciforme se obtiene a partir de un cuerpo central dominante que encierra el ámbito de un gran salón cupulado, iluminado desde el exterior por tres altos huecos mixtilíneos -un orden espacial que, con mayor desarrollo en altura, encontrará nuevo eco, dentro de la producción del mismo arquitecto, en las capillas del Cementerio de Fuencarral (1804) y del proyecto de un Lazareto de curación (1805)- y al que se yuxtaponen dos cuerpos en el eje este-oeste, un cuerpo posterior de tres niveles de pisos dedicados a gabinetes y oficinas y el pórtico corintio de la fachada meridional. A tal ordenación formal se añade el templete como otro cuerpo, esta vez superpuesto y con la autonomía figurativa y de uso ya comentada, una autonomía que Villanueva hace aún más explícita dotándolo de un orden jónico, sin hacer problema de la heterodoxia que supone el que éste quede sobre el orden corintio del pórtico principal.

El cuadrado y el círculo dominan la composición como geometrías esenciales e incluso la totalidad de la planta queda inscrita por Villanueva en una circunferencia que otorga a su contorno una intención de centralidad, acusada también en la perspectiva de Isidro González Velázquez.

Un efecto ordenador que no se ha perdido, pero que ha quedado atenuado en el estado actual del edificio, es el del leve resalte de la fachada de los dos cuerpos laterales en sus extremos; éstos avanzan brevemente respecto del cuerpo intermedio entre ellos y el cubo central, permitiéndonos entender la fachada principal como un esquema simétrico de cinco cuerpos. Todo el edificio queda concretado en un sistema de agregaciones y superposiciones volumétricas muy contrastadas sin que se pierda la identidad parcial de cada uno de sus fragmentos, virtualmente extraíbles, creando sin embargo una unidad cerrada y un equilibrio completo para la cristalización piramidal de su perfil ascendente, "pensado para la cúspide de una colina" (Chueca). La concatenación y compartimentación espacial de interior son igualmente efectistas. La gran rotonda del salón central es la encargada del enlace en continuidad de las distintas piezas y gabinetes.

A ella da acceso el pórtico de la fachada principal y el zaguán de la entrada posterior y en ella se cruzan, como es habitual en toda la obra de Villanueva, contaminada de este rigorismo académico, los dos ejes ortogonales que ordenan del edificio, el eje de la composición, sobre el que se disponen las dos entradas en orientaciones opuestas, y el eje de las circulaciones interiores que conectan las dos alas laterales, dedicadas a los instrumentos de observación y medida.

Las escaleras son, como en el Museo, elementos que ocultan su presencia. Todo el sistema de conexiones verticales del Observatorio se encuentra en torno al cuadrado en el que se inscribe el salón rotondo, formando una especie de deambulatorio o tránsito perimetral sólo en parte ascendente, ya que son únicamente dos esquinas, en los extremos de una diagonal del cuadrado, las que alberga dos ajustadas escaleras de caracol, una de ellas con acceso desde el exterior y cuyo desarrollo en altura sólo llega hasta el nivel de las primeras terrazas, sin dar acceso al templete. Haberla continuado hasta mayor altura hubiera obligado a Villanueva a crear otra nueva garita cupulada y su simétrica sobre el pórtico principal, es decir, un total de cuatro como ahora existen, circunstancia que el arquitecto evita cuidadosamente para no perturbar la limpia contemplación del tholos en este frente; sutileza, o finura, o celo proyectual al que no fue tan sensible Pascual y Colomer.

El Observatorio Astronómico incluía, como otro elemento de su estructura completa, el ya mencionado cuerpo de escaleras exterior frente al pórtico corintio. Este elemento, adosado al talud del terreno y semienterrado, dotaba de un sentido abierto al ámbito propio del edificio, creando una continuidad inmaterial con el espacio circundante del que se adueña y en el que se arraiga por medio de ese cuerpo, rigurosamente funcional, de modesta y desornamentada fábrica, espacio circundante dominado por el Observatorio y por su centralidad ideal, que lo hace flotar sobre la trama en la que la ciudad se dilata. Es cierto que el cuerpo de escaleras no tendría hoy la utilidad que lo hacía tan necesario originariamente, pero no es menos cierto que el conjunto ha perdido uno de los característicos recursos de Villanueva -recordemos ahora la rampa curva del Museo- con los que su arquitectura se apropia de un territorio más extenso que el contenido entre sus muros.