Comentario
La continuidad de las tradiciones y enseñanzas filosóficas paganas hasta la tercera década del siglo VI (Escuela de Atenas) y el prestigio de la Literatura pagana transmitida en las escuelas públicas de Retórica, hicieron que la cultura cristiana protobizantina tuviera que ser más exclusivista y militantemente antipagana que su contemporánea occidental. De esta forma uno de los rasgos distintivos de la literatura protobizantina cristiana seria su escepticismo, cuando no negación de la sabiduría antigua, y la inserción de todos los saberes en las Escrituras.
La muy abundante literatura eclesiástica protobizantina sería de exégesis de las Escrituras, de polémica contra el paganismo o las herejías, y litúrgicas. En las primeras dos rúbricas habría que insertar la producción de gentes como: Cirilo de Alejandría, Basilio de Cesárea, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, Epifanio de Salamina, Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo. Los polemistas y teólogos adoptaron plenamente la lógica aristotélica para la presentación de sus argumentos, destacando en ello en el siglo VI Leoncio de Bizancio. Por su parte la exégesis bíblica se especializó en la glosa y acumulación de citas de los primeros Padres de la Iglesia. Esto se reflejaría especialmente en las obras de Máximo el Confesor, Anastasio del Sinaí y especialmente en Juan Damasceno, ya en el siglo VIII. Géneros más novedosos serían los de las reglas monásticas y de reflexión mística. Entre las primeras cabría destacar los "Principios" de Basileo de Cesarea, el padre del monaquismo bizantino, y las "Sentencias" de Evagrio Póntico. Entre los segundos destacarían los tratados anónimos atribuidos a Dionisio Areopagita y la célebre "Escala del paraíso" de Juan Calímaco, y sobre todo la obra de Simeón el Nuevo Teólogo, especialmente agresivo para con la jerarquía episcopal.
Los otros dos grandes géneros de la literatura protobizantina cristiana serían la hagiografía y la historiografía eclesiástica. La primera continuaba la gran tradición de la novela y literatura paradoxográfica, así como de las aretologías y biografías de filósofos de la literatura helénica. La hagiografía bizantina se inició con la "Vida de San Antonio" por Atanasio de Alejandría, y se continuó en el V con la "Historia Lausiaca" de Paladio y la "Historia de los monjes de Egipto" de Timoteo. A diferencia de la hagiografía occidental la bizantina dedicó bastante espacio a los florilegios o antologías, entre los que cabe destacar el "Prado espiritual" de Juan Mosco. La historiografía eclesiástica continuaba la tradición iniciada por Eusebio de Cesárea, tratando de polemizar con el paganismo el gobierna de la Historia por la Providencia, por eso su momento de esplendor sería el siglo V, con las obras sucesivas de Sócrates Escolástico, Sozomeno, Teodoreto de Cyro y Evagrio Escolástico.
El otro gran mérito de la cultura protobizantina sería la creación de las bases de la conservación de la herencia literaria y científica de la Antigüedad. Para comprender este hecho trascendental se necesita tener en cuenta un cambio esencial que entonces se produjo: el progresivo cambio del rollo de papiro por el libro o códice de pergamino. Cambio que pudo ser también acelerado por el Cristianismo, en su intento de diferenciarse de la tradición pagana, pero que representaba una evidente mejora técnica, aunque un mayor precio. Junto con la difusión del libro el otro elemento clave fue el desarrollo de bibliotecas en Constantinopla y en los grandes centros monásticos. Si una primera biblioteca imperial pereció en un incendio del 475-476, poco después sabemos de otra biblioteca privada palatina, que contaba con obras de Historia (Heródoto, Tucídides), y especialmente de literatura técnica (agricultura, milicia, medicina) y científica. Pronto se desarrollaría la biblioteca del Patriarca de Constantinopla, aunque el contenido de ésta seria esencialmente patrístico y escriturario. En todo caso sabemos que la existencia de bibliotecas particulares sería algo no infrecuente en Bizancio incluso hasta el siglo X, pudiendo contener éstas un volumen muy elevado de literatura profana. Por el contrario las bibliotecas monásticas contendrían sobre todo literatura cristiana, y especialmente obras de liturgia.
En estos siglos se produciría el cambio de la antigua escuela municipal pública por la episcopal, de carácter más privado. En ella se enseñaba a los niños los rudimentos de escritura y lectura, con una gran utilización de la memoria y haciendo amplio uso de los salmos y del canto litúrgico. Junto a la escuela episcopal surgió también desde muy pronto la monástica, para la formación de los futuros monjes. Tras este primer ciclo de tres años el adolescente podía ya acceder a las escuelas intermedias, dedicadas en especial a los hijos de funcionarios, propietarios fundiarios y grandes comerciantes. Estas escuelas se encontraban controladas por el clero secular, siendo su enseñanza de carácter especulativo y teórico. Sería gracias a ella como se produjo la esencial disglosia que ha caracterizado a toda la posterior cultura bizantina, pues en dichas escuelas se cultivaba una lengua muerta, con una mezcla de literatura ática y bíblica. Por su parte la enseñanza superior se caracterizó por su progresiva concentración en Constantinopla, frente a la multiplicidad de centros del periodo precedente (Alejandría, Atenas, Beirut, Antioquía, Gaza, Cesarea de Palestina y Nísibe). El origen de la futura Universidad de Constantinopla seria el Auditorium fundado en el 425 en la capital por Teodosio II. Éste contaba con 31 profesores que constituían una corporación exclusivista, dedicados al estudio de la gramática y retórica latina y griega, del derecho y de la filosofía.
Esta conservación de la cultura literaria antigua explica que, no obstante la cristianización de la cultura protobizantina, pudiera subsistir una importante literatura profana. Aunque su carácter elitista y libresco quedaría reflejado en su exclusivo uso de la lengua culta, y el frecuente abuso del retoricismo. En ella se escribieron monografías históricas que continuaban la tradición de Tucídides (Procopio de Cesarea), de retórica y filosofía: Juan Filópono, Leoncio de Bizancio, Máximo el Confesor, etc. Aunque no presentan novedad alguna los tratados científicos o técnicos de la época tienen el interés de haber preservado buena parte de los logros de la Antigüedad: Juan Filópono (matemático y físico), Antemio de Tralles (arquitecto) y Estéfano de Alejandría (astrónomo) serían los más conocidos. De interés para el futuro, aunque de efectos nocivos para la ciencia bizantina, sería la continuidad por la afición de los bestiarios, como el famoso compilado en el siglo VI por Timoteo de Gaza.
Continuidad estilística e innovación programática cristiana serían las dos características esenciales de la plástica protobizantina. Del deseo de continuidad seria un ejemplo eximio del díptico ebúrneo de los Símacos, con temas iconográficos paganos. Pero dicha iconografía no sólo sería utilizada por paganos militantes como éstos, también era frecuente en monumentos funerarios de cristianos. En todo caso el arte paleocristiano utilizaría conocidos programas iconográficos y arquitectónicos paganos, en gran parte en su interés de asemejar la majestad imperial con la celestial. Desde tiempos de Constantino se constituyó el programa de la basílica cristiana, imitada del aula palatina imperial. Aunque muy pronto a la planta basilical rectangular se unió la central o de cruz griega, especialmente en la construcción de pequeños oratorios y capillas mártiriales.
Sería precisamente en éstas donde se desarrollaron las principales innovaciones estilísticas e iconográficas al servicio del Cristianismo, como nuevo lenguaje del poder. En arquitectura la gran innovación protobizantina sería la combinación de la planta basilical con la bóveda y la cúpula, propia de la central. Sin duda la cúpula ofrecía la ventaja de asemejarse al cielo, un trozo del cual se quería ver encerrado en el espacio basilical. Los dos y distintos ejemplos de combinación de ambos programas realizados en tiempos de Justiniano harían época: Santa Sofia y la iglesia de los Santos Apóstoles (ésta copiada en la de San Juan de Éfeso). Pero sería sobre todo en la iconografía donde más se reflejase la Teología cristiana, prestando una gran importancia al valor simbólico de ciertas representaciones, no sólo en las escenas humanas sino también de los elementos vegetales y animales más ornamentales. Estos objetivos teológicos favorecieron la tendencia a romper toda relación orgánica de las escenas con el espacio y el tiempo, pues más que narrar la intención del artista era la de enseñar. Junto con ello cabe destacar la conservación de las técnicas heredadas de la Antigüedad para la representación humana, aunque con una clara tendencia a la sistematización y a mezclarse con elementos contrarios como la frontalidad o falta de toda profundidad e idea de volumen, la falta de interés por la representación ilusionista en la pintura y el relieve que podría ponerse en relación con el triunfo del ideal neoplatónico representación de la verdad, de manera que cada imagen debiera ir muy ligada a su prototipo más que a un espécimen concreto y fugaz.