Época:
Inicio: Año 1800
Fin: Año 1900

Antecedente:
Mariano Fortuny, el gran maestro del XIX

(C) Lourdes Cerrillo Rubio



Comentario

El 19 de marzo de 1858 Fortuny llegaba a Roma tras haber conseguido la beca de estudios convocada por la Diputación de Barcelona. Se consideraba ésta la manera idónea de concluir la formación académica y los mismos centros, junto a otros organismos oficiales, ofrecían ayudas para que los alumnos pudiesen residir dos o tres años en Italia. A cambio, éstos estaban obligados a realizar una serie de trabajos para la entidad, entre los que se incluían generalmente academias, copias de cuadros antiguos y pinturas de historia. Casi todos los países europeos enviaban pensionados a Roma e, incluso, algunos abrieron sus propias Academias.
La de Francia tuvo especial prestigio, y entre las locales la Gigi fue una de las más frecuentadas. A estos dos centros, en los que fundamentalmente se estudiaba el dibujo de estatua y desnudo del natural, acude Fortuny coincidiendo con Eduardo Rosales (1836-1873), Alejo Vera (1834-1923) y Dióscoro de la Puebla (1832-1901). Con todos ellos, mantuvo una buena amistad y excelente relación profesional. El trabajo en común e intercambio de impresiones se aprecia en algunos cuadritos mitológicos -Nereidas en el jardín, Bacantes- y en el particular tratamiento del desnudo.

La visita a museos y copias de obras clásicas eran otro importante capítulo formativo de los pensionados. Dentro de este capítulo Fortuny muestra especial predilección por Rafael, el manierista Guido Cagnacci y por un retrato excepcional, el Inocencio X de Velázquez, de los que realiza copias y apuntes. En cuanto a los pintores contemporáneos sólo menciona en su correspondencia a Peter Cornelius (1783-1869), seguidor de Overbeck (1789-1869).

Todavía por esas fechas, la Escuela Nazarena conservaba cierto prestigio en Roma, pues sus pintores habían pasado a ser exponentes oficiales de la pintura religiosa e histórica. Se recordaba también aquella forma de vida comunitaria, alejada de la civilización de componentes cristiano y nacionalista que convirtió al grupo nazareno en una opción sumamente atractiva para los jóvenes. Pero en tertulias, excursiones y fiestas -con las que se animaba la estancia romana- empezaba a hablarse de los paisajistas napolitanos, de Doménico Morelli (1826-1901) -al que su amigo Atillio Simonetti le presentará en 1863 y cuya pintura naturalista influirá en su obra- y los macchiaioli florentinos, grupos que coincidían en una propuesta de pintura al aire libre y rechazo de temas académicos.

Fortuny es muy pronto consciente de que Roma no puede ofrecerle todo lo que quiere; a los pocos días de llegar comenta, con una admirable visión de futuro, que la ciudad le había parecido "un vasto cementerio visitado por extranjeros". Intentará no perderse en el arqueologismo romano y en la mera admiración de las obras del pasado, para seguir con inquietud las novedades. París era entonces el centro donde se estaban produciendo las mayores innovaciones, representadas por los pintores de Barbizon, Courbet y su áspero realismo, y las primeras creaciones de Edouard Manet (1832-1883).