Época:
Inicio: Año 1800
Fin: Año 1900

Antecedente:
Pintura española del siglo XIX

(C) Enrique Arias Anglés



Comentario

La pintura de género, impulsada por el romanticismo, progresa en importancia en la segunda mitad del siglo y llega a competir, junto al paisaje, con la oficial pintura de historia. Pero, tras un período de auge, coincidente con Fortuny, entra en una dinámica, cuya última consecuencia es un realismo folletinesco vulgar y socializante, sentimentaloide y triste, muy representativo de ciertos sectores del gusto burgués, en el que cae incluso el mismo Sorolla (iY aún dicen que el pescado es caro!, Museo del Prado), además de Simonet, José Gallegos Arnosa, Sánchez Sola, Oliver Aznar, Mas y Fondevila, Luis Menéndez Pidal, etcétera. Paralelamente se produce una pintura más sinceramente obrerista y social, representada en la obra de Vicente Cutanda (Huelga de obreros en Vizcaya), a la vez que surge algún pintor de temas wagnerianos, como Rogelio Egusquiza.
Pero, en lo fundamental del período, la pintura de género está marcada por el preciosismo de Fortuny y sus seguidores, por el tableautin de casacones o costumbrismo de época, derivado de Meissonier, tan cargado de virtuosismo y observación del natural, pero tan huero de contenido; por el realismo de los discípulos de Martí Alsina, o de otra especie, desde el naturalismo del siglo XVII de los Países Bajos, hasta el de nuestro Siglo de Oro, que deriva en preciosismo fin de siglo en el elegante realismo de pintores como Raimundo de Madrazo. El retrato, cultivado por casi todos estos artistas, partiendo del romanticismo, estará marcado también por el signo del realismo, terminando en la decadente elegancia de finales de la centuria.

El éxito de Fortuny produjo el fenómeno del fortunysmo o preciosismo, que alcanzó hasta los grandes santones de la pintura de historia, como Gisbert o Casado del Alisal, destacando entre ellos Martín Rico; sus también amigos Tomás Moragas Torras (1837-1906); Joaquín Agrasot (1836-1919); José Tapiró y Baró (1836-1913), cultivador del orientalismo fortunyano, y además, Eduardo Zamacois y Zabala (18421874), Bernardo Ferrándiz (1835-1885), Luis Ruipérez (1832-1867), Antonio Fabrés y Juan Peyró, entre otros, alcanzando incluso a Palmaroli y Ricardo de Madrazo. El más representativo de todos ellos, en este género, es el sevillano José Jiménez Aranda (18371903), amigo de Fortuny en Roma, cuyas obras de casacones dieciochescos, de buen dibujo y ejecución minuciosa, lo acercan a Meissonier.

Junto al preciosismo fortunyano, la veta realista iniciada por Martí y Alsina tuvo prolongación en pintores catalanes como Simón Gómez Polo (1845-1880), cuyo sano realismo se formó en el estudio de los maestros flamencos, holandeses y españoles del siglo XVII (Los jugadores de dados, Museo de Arte Moderno, Barcelona); Ramón Tusquets Maignon (1837-1904), cuyo realismo acusa el influjo de Fortuny (El entierro de Fortuny, Museo de Arte Moderno, Barcelona); Tomás Padró Pedret (1840-1877), que destacó como dibujante ilustrador en el estilo de Gavarni; José Luis Pellicer (1842-1901), buen dibujante y pintor de un realismo de gran objetividad (Zitto, silencio, che passa la ronda, Museo de Arte Moderno, Barcelona); Román Ribera Cirera (1849-1935), que marca la hipérbole del cuadro de género realista, con asuntos dedicados a la vida decadente y fastuosa de la burguesía parisina de fin de siglo; teniéndose también que citar a Jaime Pahissa (1846-1928), Juan Llimona (1860-1932), Dionisio Baixeras (1862-1943) y Luis Graner (1863-1929).

Destacaron en el retrato realista catalán Antonio Caba Casamitjana (1838-1907), cuyos gustos se inclinaron hacia el eclecticismo pictórico de renovación de la tradición flamenca y holandesa del siglo XVII (Autorretrato, Museo de Arte Moderno, Barcelona); Narciso Inglada (1830-1891), Francisco Torrás Armengol (1832-1878), Pedro Borrell del Caso (1835-1910), Manuel Ferrán y Bayona (1830-1896). Aparecen además Francisco Masriera Manovens (1842-1902) y Francisco Miralles (1848-1901), en los que el realismo se diluye en el preciosismo melifluo, decadente y burgués de fines del siglo, como retratistas de las elegantes sociedades de Barcelona y París, respectivamente.

En Valencia, la tradición realista, de tan honda raigambre en su escuela, germina ahora en las magistrales figuras de Francisco Domingo Marqués (1842-1920), pintor dotadísimo, conocedor profundo de los maestros clásicos españoles (Santa Clara, Museo de Valencia), que alcanza el éxito en París por su dedicación al tableautin de época, con una técnica novedosa, espontánea y manchista, producto de su profundo conocimiento de Velázquez y Goya (El taller de Goya, Hispanic Society, Nueva York), siendo además magistral retratista, de sobriedad y poder de síntesis comparables a los clásicos españoles (Zapatero de viejo, Museo del Prado); e Ignacio Pinazo Camarlench (1849-1916), pintor también nato, con una técnica abreviada, empastada y libre, de gran valentía de color, quizá aprendida en Velázquez (La lección de memoria, Museo del Prado). Frente al cosmopolitismo de Domingo, Pinazo se recluyó solitario en su tierra, pero supo evolucionar, con magistral intuición, hasta las puertas del impresionismo.

En Madrid fueron muchos los llamados pintores de historia, ya en las tendencias realistas, que cultivaron el género y, casi todos, el retrato. Tales serían los casos citados de Gisbert, Casado del Alisal y Palmaroli, cultivadores del tableautin y excelentes retratistas, pintores que citaremos luego, en virtud de su representatividad historicista, cabiéndonos aquí aludir a dos realistas de una misma familia. En primer lugar, Raimundo de Madrazo Garreta (1841-1920), quien residió fundamentalmente en París y alcanzó fama internacional. Sus cuadros de género acusan la influencia de su cuñado Fortuny (Fiesta de Carnaval, Metropolitan Museum, Nueva York), y sus retratos el virtuosismo técnico de aquél y la elegancia de su padre, Federico (La reina María Cristina de Habsburgo, Museo del Prado). Su hermano Ricardo (1852-1917), el más débil pintor de los Madrazo, conoció también el influjo de Fortuny, tanto en sus cuadros de género (Moro del sur, Museo del Prado) como en el retrato.

Sevilla pierde la personalidad que le confirió su original veta costumbrista romántica, en gran medida a causa de la poco folclorista corriente realista, intentando algunos pintores un compromiso entre el costumbrismo tradicional sevillano y el realismo, como Manuel García Hispateto (1836-1898), que llega incluso al compromiso social (Los dos caminantes, colección Torres, Jaén); José Chaves (1839-1903), especializado en temas taurinos, tratados con gran naturalidad, y Luis Jiménez Aranda (1845-1928), hermano de José, que pasa del tema costumbrista sevillano al tableautin en Roma, y luego al realismo imperante en París (Una sala de hospital durante la visita del médico, Museo de Bellas Artes, Sevilla). Y aún habría que citar en Granada a Manuel Gómez Moreno (1834-1918), que reivindicó el arte de Alonso Cano (San Juan de Dios salvando a los enfermos de un incendio, Museo de Granada).