Época:
Inicio: Año 1800
Fin: Año 1900

Antecedente:
Las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes

(C) José Gutiérrez Burón



Comentario

El funcionamiento de las exposiciones, unido a la consideración social del arte propia de la época, termina por convertir a estos certámenes en uno de los acontecimientos socioculturales más definitorios del siglo. Se justifica así, sobradamente, la protección oficial, puesto que "la civilización -argumentaba en 1867 un conocido crítico e historiador, Manjarrés- reconociendo en el arte uno de los elementos más importantes para el desarrollo del espíritu humano hacia la perfección de la sociedad del individuo, ha exigido de los pueblos que han querido verse favorecidos por ellas, la celebración de certámenes públicos con el objeto de fomentar y proteger el cultivo de todas las formas que principalmente reviste. En el arte literario y en el tónico ha prevalecido el certamen, en el lineal o plástico ha debido hacerse extensiva la significación de la palabra a la exposición".
No es extraño, pues, que de acuerdo con el espíritu de la época, las críticas de las exposiciones estén plagadas de referencias nacionalistas aludiendo al renacer o consolidación de las grandezas de España, tanto por lo que atañe al progreso, en sentido estrictamente artístico, como a la esencia de la misma nación española. Referencias tanto más frecuentes cuanto más de actualidad esté el mismo sentimiento nacionalista. Así, en los años cincuenta, coincidiendo con su eclosión y con la celebración de los primeros certámenes, Amador de los Ríos no tiene ningún reparo en proponer como norte de estas manifestaciones el doble objeto de la rehabilitación del sentimiento patriótico y del renacimiento del mismo arte. Lo mismo sucede a finales del siglo, cuando, según la opinión más extendida, frente a la crítica situación interna y los reveses exteriores, sólo los éxitos artísticos nacionales e internacionales mantenían vivo el nombre de España, justificando el grito exultante -¡aún hay patria!- de Manuel Fernández Carpio al contemplar la Exposición Nacional de 1897.

Por lo mismo, las exposiciones no pueden olvidar la dimensión social del arte -ese preceptivo hacer atractiva la virtud y odioso el vicio heredado de la Ilustración- que debía de ser tanto más explícito cuanto que se trataba de manifestaciones sufragadas por el Estado, por el erario público. Al menos, así lo entiende el positivista Tubino con un razonamiento repetidamente citado por su claridad: "Una de dos, o el arte puede vivir por sí, en libertad, con independencia completa del gobierno, o necesita la estufa de su protección. Si lo primero, el artista pinta lo que cree más conveniente, si lo segundo, el artista tiene que pintar lo que al común de los asociados convenga de mayor agrado. Paréceme que cuando en España hay millones de criaturas que no saben leer, seria más patriótico crear una escuela primaria, facilitar la instrucción a los habitantes de los campos, que no comprar cuadros si se recomiendan no más que por la habilidad con que están pintados". Argumento que tendrá una decisiva influencia en la valoración de los géneros y, consiguientemente, en el futuro de las mismas exposiciones e, incluso, en el desarrollo del gusto artístico, adelantando su manifiesta aversión a las vanguardias, tan alejadas por su cientifismo y especialización de la sobrevaloración del asunto tan latente en el arte español.