Época: Cristianismo
Inicio: Año 1
Fin: Año 2000




Comentario

La confirmación, renovación del bautismo con santo óleo, conferida durante la Alta Edad Media en una ceremonia inmediata a la del bautismo, se reafirmó en la Edad Media como sacramento independiente. Verdadero acceso a la madurez sobrenatural, la confirmación implica la recepción del don del Espíritu Santo.
Los aspectos rituales de la confirmación eran sin duda más complejos que los del bautismo, debido a la superposición de ceremonias de origen diverso. Sólo los obispos estaban capacitados para conferir el sacramento, que constaba de una triple ceremonia: imposición de manos, unción con el santo crisma y recitado de una fórmula que se mantuvo invariable desde que, en el siglo X, fuera fijada en los "ordines romani". A fines del siglo XIII el obispo Durand de Mende añadió el rito de la pescozada en el carrillo, sin duda de origen caballeresco, aunque su uso no se generalizaría hasta fines del siglo XV.

Desde el punto de vista práctico, las dificultades de comunicación y, sobre todo, la exclusividad de los obispos en el oficio ministerial impidieron que este sacramento se generalizase realmente en los medios campesinos. Pronto, sin embargo, se alcanzó un consenso en relación con la edad a partir de la cual debía conferirse a los fieles. Así, el concilio de Colonia de 1280 señaló de manera definitiva los siete años como fecha idónea, abandonándose otras posturas -así los sínodos ingleses- que adelantaban el sacramento a los tres años.

Con la recepción del sacramento, coincidente con el acceso al uso de razón (annus diserctionis) finalizaba también la etapa de irresponsabilidad del fiel. A partir de entonces el niño estaba obligado a distinguir entre bien y mal, y como cualquier otro cristiano, quedaba sometido a las obligaciones eclesiásticas generales. Comenzaba también entonces a escala familiar la instrucción religiosa básica a cargo de padres y padrinos. El aprendizaje de los rudimentos de la fe, como el signo de la cruz, el recitado de los diez mandamientos y los siete pecados capitales, o el rezo común de oraciones como el Pater, el Credo y, a partir del siglo XIII, el Ave María, constituían el nivel de conocimientos exigido para esta etapa.