Época: Cristianismo
Inicio: Año 1
Fin: Año 2000




Comentario

Las raíces del misticismo cristiano hay que buscarlas en las Sagradas Escrituras, aunque beben directamente de las fuentes clásicas greco-latinas. Así, Plotino, filósofo pagano, defendió la contemplación y el abandono del mundo como una forma de acercarse a la idea del Absoluto y lograr la unión con Dios. Para Pablo, los fieles podían experimentar la presencia de Dios a través del amor de Cristo. San Agustín, ya en los siglos IV y V, intentó conciliar la filosofía griega y la teología cristiana, determinando que Dios está en el centro de toda realidad, trascendiendo el pensamiento y el ser concretos.
Otros pasos en el camino de la mística cristiana fueron dados en los siglos siguientes. Seudo-Dionisio Areopagita elevó el ascetismo cristiano a un plano intelectual, propugnando la renuncia a lo mundano, el sacrificio abnegado y el abandono de la mente como una forma de acercamiento a la forma oculta de la divinidad.

Para el cristianismo, la mística gira en torno a la idea de un Dios trascendente al que los fieles pueden experimentar por medio del amor. La mística cristiana puede dividirse en dos grupos: la filosofía mística y el misticismo práctico. El primero analiza la naturaleza de la unión divina, mientras el segundo describe la experiencia de Dios con un lenguaje metafórico.

La unión mística (unio mystica) consiste en experimentar la conciencia directa de Dios, para lo que es preciso llevar a cabo una larga preparación, caracterizada por la reflexividad, la introspección y el alejamiento del mundo físico. La unión mística es el resultado de una trayectoria vital cuyo primer paso es el despertar a la conciencia de Dios, seguido por la purificación de los pecados, una iluminación y, por último, la unión. En otros casos, sin embargo, los autores describen cómo la unión se ha experimentado de manera súbita y espontánea.

Otra forma de misticismo es la denominada contemplativa, muy importante para la Iglesia ortodoxa. Consiste en la repetición constante de la llamada Oración de Jesús ("Señor Jesucristo, ten piedad de este pecador"), una práctica conocida como "hesycham" -tranquilidad, paz-. Para los devotos, el abandono de la mente y la repetición constante de esta oración les produce un estado de paz y quietud, explicándolo como una experiencia trascendente en la que participan de la naturaleza de Dios. Pronunciando la oración, el devoto pretende ver la Luz Divina, de la que se piensa que es igual a la luz de la Transfiguración.