Época: Mundo islámico
Inicio: Año 622
Fin: Año 1072

Antecedente:
Economía y sociedad



Comentario

El mundo islámico de los siglos VIII al IX fue un inmenso espacio mercantil relativamente homogéneo y abierto en su interior a las actividades del gran comercio a media y larga distancia practicado con técnicas que son propias del capitalismo mercantil aunque el sistema económico en su conjunto no era capitalista como lo demuestra su base productiva agraria y la procedencia de la mayor parte de la renta. Por otra parte, el pensamiento religioso no mostraba reticencias hacia el beneficio y lucro mercantiles (kasb), aunque sí condenara la usura (riba), y el mercader sincero es una figura social reconocida y alabada en diversas tradiciones de la Sunna: los mismos orígenes del Islam y la importancia del comercio caravanero y de las ciudades llevaban a este aprecio e integración sociales, tan lejano, por ejemplo, de lo que ocurría en el occidente europeo por los mismos siglos. Aquel comercio no tenía por objeto "tanto estimular la producción para la exportación como realizar el máximo de beneficio, especulando con las diferencias de precios, y procurar a los que facilitaban los capitales los productos propios del poder y del confort" pero tuvo también la potencia e intensidad suficientes como para tratar con productos de necesidad más general, indispensables a menudo para el abastecimiento de las poblaciones urbanas. Una sencilla enumeración hace ver la importancia de sus diversos aspectos: por una parte, seda china, maderas preciosas de la India, marfil indio o africano, ámbar, alcanfor, perfumes. Pero también oro, que no era un producto de lujo sino indispensable para la estabilidad del régimen monetario, minerales, sobre todo hierro, productos metalúrgicos y madera, indispensables para cubrir déficits productivos interiores. Y esclavos en gran cantidad que cumplían funciones importantes en una sociedad siempre escasa de hombres: turcos, eslavos, zany traídos de la costa este africana. Además, se utilizaba las redes comerciales para redistribuir productos agrarios y manufacturas, algodón, textiles, metalurgia, etc., entre unas y otras regiones del mundo islámico.
Las técnicas mercantiles no son nuevas, pero, como ocurre en otros campos de la historia islámica, entonces se perfeccionaron y difundieron mucho más. Entre las de transporte, recordemos la sistematización de puntos de etapa, almacenamiento y venta, plasmada en khans o caravanserrallos, almacenes y alhóndigas o funduq, alcaicerías, etc., o, en el ámbito marítimo, la introducción en el Mediterráneo de la vela latina, propia hasta entonces del Océano Índico, de la brújula y de diversos cálculos astronómicos de posición, también de origen oriental. Entre las técnicas asociativas para acumular trabajo y capitales en una misma empresa, el Derecho islámico describe algunas ya conocidas antes: la madaraba o qirad era semejante a la commenda pues aliaba a un socio capitalista con otro técnico y ejecutivo; la sirka era otro tipo de sociedad, en la que todos sus miembros participaban en la propiedad de las mercancías.

El sistema monetario respaldó durante siglos el desarrollo e incluso la supremacía mercantil del Islam, debido al buen abastecimiento en oro y plata y a la abundancia y fluidez de las acuñaciones que, en el Próximo Oriente, permitieron mantener el bimetalismo aunque se percibía la diferencia zonal en función de los dos sistemas que el califato heredó, el de los sasánidas, basado en la plata, y el de los bizantinos, que lo estaba sobre el oro. La relación oro-plata solía ser 1:10 y las monedas principales el dinar de oro de 4,25 gramos y el dirhem de plata de 2,97, además de piezas de cobre (fals), también imitadas de antiguos tipos romanos. La abundancia de oro creció en el siglo X lo que permitió efectuar acuñaciones en áreas hasta entonces sólo argénteas -caso de al-Andalus-, cuando el mundo islámico recibía oro de casi todos los puntos de producción (Africa subsahariana, Nubia, Armenia, Cáucaso) además de contar con el atesorado en siglos anteriores por bizantinos y sasánidas. Se utilizaron también diversos medios de créditos y pago pues algunos mercaderes eran también cambistas (sayrafi) o prestaban a crédito, y se conocían procedimientos de transferencia de fondos (suftaya, hamala) que anticipan lo que sería siglos después la letra de cambio, y órdenes de pago (sakk) antecedente de los cheques, aunque tanto unos como otras tenían un uso limitado al campo de la fiscalidad pública.

Los mercaderes dedicados al gran comercio no intervenían directamente en los mercados locales; su especialidad era el comercio exterior y los productos, una vez pagadas las aduanas, se almacenaban en alhóndigas donde los adquirían los comerciantes locales en transacciones acompañadas por nuevas tasas sobre el tránsito y compraventa. Solían actuar como intermediarios corredores (sismar), y a veces había que sujetarse a la intervención del poder público, que podía establecer monopolios de venta gestionados directamente o arrendados a mercaderes (en Egipto, por ejemplo, sobre la madera, el hierro y el alumbre) o, al menos, lugares de venta de uso obligatorio en alcaicerías, tiendas o alhóndigas de propiedad estatal.

El mundo de los grandes mercaderes y de sus factores y agentes estaba formado por musulmanes, y el árabe era la lengua de uso común, pero había también sirios y armenios cristianos, mazdeos y judíos. Entre estos últimos hay noticias más precisas sobre los rahdaníes (caminantes) que recorrían la ruta del Mosa-Saona-Ródano hasta el Mediterráneo y traficaban con esclavos transportados por ella y por el Mediterráneo hacia Oriente, o sobre los judíos del Egipto fatimí cuyas actividades están reflejadas en los documentos de la Geniza de la sinagoga de El Cairo.

La centralidad del Iraq en el siglo IX, cuando confluían todos los caminos en Bagdad, se vio desplazada en el X en beneficio de Alejandría para lo que se refiere al tráfico del Mar Rojo, y en el XI y XII por la zona norte de Siria, que comunicaba directamente con Irán y Asia Central a través de los nudos de Mosul y Tabriz. Las dos grandes rutas hacia Oriente eran una marítima desde las ciudades del Golfo Pérsico (Basra, Siraf) hacia el Yemen y Africa Este o hacia la India y el Sureste asiático: en Cantón hubo una colonia musulmana y por aquel camino se difundiría pacíficamente el Islam, como también por el terrestre, la conocida ruta de la seda que, por el Asia Central, desembocaba en China del Norte. Otro gran haz de caminos comunicaba con la cuenca del Volga, dominio de jázaros y búlgaros, hasta enlazar con las rutas de los varegos escandinavos. Las comunicaciones con Constantinopla a través de Asia Menor y del Mar Negro siempre existieron a pesar de la enemistad entre los dos imperios. Y, en fin, se desarrollaron los caminos que atravesaban el Sahara en busca de los mercados del Sudán situados al sur del Senegal y del gran recodo del Níger.

Dentro de la unidad de este conjunto hay matices y ámbitos de relativa especialización o autonomía. Así, por ejemplo, el Mediterráneo y el Índico son espacios bien diferenciados y los marinos y mercaderes trabajan en uno o en otro; el Magreb tenía mayor relación con Europa occidental, sobre todo a partir del siglo XII, y con los países subsaharianos; Egipto y Siria mantenían vínculos comerciales más intensos con Bizancio; Yemen cuidaba sus tradicionales enlaces con las escalas del Océano Índico; Asia Central las suyas con China, a través de la ruta de la seda, y con el espacio europeo oriental.