Comentario
Es discutible el diferenciar como apartado el que va de la muerte de Franco a nuestros días, ya que los cambios venían fraguándose casi desde una década antes, pero el aumento espectacular de información, contactos, influjos y circunstancias socioculturales y formales lo justifican, dentro de la aleatoriedad de toda compartimentación cronológica.
El proceso de masificación cultural e informativa ha de vertebrarse en los siguientes parámetros: 1) Organización del país en autonomías, que alivia la focalización artística tradicional. 2) Política de proyección internacional en bienales y muestras. 3) Política oficial y privada de acercamiento a los grandes movimientos y artistas del siglo. 4) Consolidación del fenómeno de las ferias de arte contemporáneo. 5) Política de apoyo público y privado a creadores jóvenes. 6) Notable actividad expositora privada, recogiendo una herencia esforzada y tesonera, del período anterior, que ahora va más allá de los tradicionales focos y es asumida también por museos, fundaciones y centros culturales (IVAM, CAAM, March, Caixa, entre otros muchos). 7) Celebración de concursos y certámenes nacionales especializados en escultura (Zaragoza, Madrid, Pontevedra, Zamora, Valladolid, Valencia, Vitoria, Murcia, Cáceres, Palma, Oviedo...). 8) Auge de revistas especializadas, editoriales y centros, atentos al arte más reciente. 9) Desarrollo de otras industrias culturales.
Beneficiada hoy de un interés crítico notable, la escultura española empieza a conocer interpretaciones globalizadoras, todavía centralistas o regionales. Por ello nos permitimos hacer unos considerandos, que acaso ayuden a entender mejor el complejo entramado último: 1) Protagonismo de contadas figuras del período anterior en los jóvenes creadores (la clásica muerte del padre y valoración de antepasados). 2) Recuperación y relectura de las vanguardias históricas (Brancusi, Duchamp, Gargallo, González, Moore...), y otras figuras más recientes (Beuys, Caro...). 3) Al hilo de lo internacional, auge de lo neoexpresionista, las derivaciones del arte povera, así como de instalaciones y ambientes, refugio estos últimos de conceptualistas y experimentales (Concha Jerez, Manuel Sáiz, Francesc y Antoni Abad...). 4) Dulcificación de códigos minimalistas con valores expresivos. 5) Presencia significativa de artistas extranjeros, algunos con liderazgo (A. Schlosser, E. Lootz, M. Miura, Th. Job, C. Boshier, E. Broglia, B. Jakober, M. D'Amico...). 6) Estancamiento de las tendencias hiperrealistas y neofiguristas de reacción al informalismo y notable apogeo de las relaciones con lo fantástico y surreal. 7) Protagonismo de la abstracción, cursando en variantes constructivas y en las derivadas de la investigación de materiales. 8) Acentuación del proceso de experimentación de materiales y de su capacidad expresiva y plástica, partiendo ya de lo popular ya de lo industrial, para terminar en medios audiovisuales y mass-media. 9) Labor escultórica de pintores consagrados (Canogar, Arroyo, Urculo, Rueda, Valdés, Quetglas, Pérez Villalta...).10) Un cierto manierismo formal en diversas opciones -de lo neofigurativo a la abstracción geométrica-. 11) Plena aceptación del fenómeno del múltiple y de la cerámica escultórica por razones económicas y culturales.
Para terminar hagamos un balance de urgencia por regiones que permita
desbrozar entre tantos nombres (amén de los ya citados) y orientaciones. Madrid, crisol y escaparate, sigue siendo lugar de promoción y ratificación. Su figura más conocida es Juan Muñoz (1952-2001) que partiendo del conceptualismo y lo povera busca referentes históricos y literarios, con concesiones escénicas. El peso de la deshumanizada urbe en clave industrial o ecológica lo señalan Miguel Ángel Blanco (1958) y Jaime Lorente (1956), mientras Curro Ulzurrun (1959), explorando lo matérico, reactualiza lo primitivo y ancestral. Muy dignos de destacar son los trabajos de Máximo Trueba (1953), reductor de bellas piedras a volúmenes esenciales; de David Lechuga (1950), investigador primero en sintonía con Moore y Ferrant que ha derivado a metamorfosis fantásticas y misteriosas; de Begoña Goyenetxea (1958), del expresionismo a la deformación, y de Fausto Blázquez (1944) más académico, que cultiva una escultura orgánica con ecos surrealistas. De los brotes figurativos recordemos el realismo social de Miguel Ángel Sánchez (1946), el expresionismo dramático de Luis Montoya (1950), y el acento pop y desenfadado, heredados del comic y del esperpento, de Alfredo García Revuelta (1961).
La última generación catalana se mueve en dos claras vertientes: la abstracción geométrica con el refinado Sergi Aguilar (1946) y Enric Pladevall (1951) que juegan con espacios, materiales y tensiones dinámicas y cuyas últimas voces en clave constructiva son José María Sirvent y Ernest Altés, y la expresiva y matérica con Jaume Plensa (1955), Antoni Marques (1956), Gabriel (1954), Joan Rom (1954) o Josep María Riera i Aragó (1954) que exploran la naturaleza animal del hombre y las relaciones de naturaleza y materiales. En línea menos clasificable Susana Solano (1946) y Tom Carr (1956) fijan y manipulan volúmenes y objetos cargados de magicismo.
Por último, una referencia a los experimentalistas Perejaume (1957) y Carlos Pazos (1949) con herencias y relecturas surreales y dadá. Mientras Muntadas (1942) y A. Miralda (1942) hacen propuestas con medios de lo audiovisual y los mass media.
Valencia muestra hoy un rico elenco en el que la tradición es sólo repertorio técnico que sirve de apoyo para procesos investigadores. En facetas distintas recordemos a Joan Cardells (1948), con insólitas prendas de fibrocemento, así como las volumetrías depuradas de Vicente Ortí (1947), los neoexpresionistas de Antoni Miró (1942) o las rítmicas de Javier Aleixandre (1946), mientras Ricardo Cotanda (1963) explora lo povera. Dos creadores deudores de la cerámica han alcanzado gran reconocimiento, Miquel Navarro (1945) y Ángeles Marco (1947), que desde el objeto y el constructivismo ha derivado a los montajes espacialistas y a espectrales juegos de raíz arquitectónica y perspectiva.
En el País Vasco la escuela de Oteiza en Deva ha generado una rica estela, acaso en exceso mimética, cuyas voces más personales son Txomin Badiola (1957), Pello Irazu (1963) y Juan Luis Moraza (1960). Fuera de pautas y más afín al comic surreal y lo pop se muestra el sugerente Andrés Nagel (1947), mientras otros, Cristina Iglesias (1956) o Ricardo Catania (1953), exploran otros ángulos constructivos y matéricos.
Navarra sigue de cerca la Escuela de Deva, cuyos acordes más personales los fijan José Ramón Anda (1953), Faustino Aizkorbe (1948), Ángel Bados (1945) y Ángel Garraza (1950). Más cercano al foco catalán por formación, Manuel Aramendía (1955) es dinámico heredero de González y Caro.
Sorprendente e internacionalista ha sido el renacer plástico en Aragón. Destacan Alberto Ibáñez (1957), que del collage ha derivado a ecos postindustriales, Fernando Navarro (1944), de constructivismo dulcificado, Rosa Gimeno (1950), conceptual y geométrica y Fernando Sinaga (1957) o Pedro Giralt (1943), surrealistas descontextuales e inquietantes.
Galicia tiene una escuela muy vigorosa, Francisco Leiro (1957) arranca de canteros y tallistas populares para dramatizarlos expresivamente luego, labores que también muestran Ignacio Basano (1952), Suso Fernández (1957), Antón Lamazares (1954), Manolo Paz (1957) y Paco Pestana, que profundizan en otras posibilidades expresivas de los materiales tradicionales, mientras continúa en línea más abstracta y geométrica Luis Borrajo (1950).
Asturias recoge el influjo de Camín y Navascués. Del primero son deudores Guillermo Basagoiti (1944) e Ignacio Bernardo (1954), siéndolos del segundo Pedro Santamarta (1944) y Fernando Alba (1944).
Cantabria cuenta con el carácter pionero de Manuel G. Raba (1928-1983), abstracto y telúrico con sus cráteres en poliéster. Hoy Isabel Garay (1949) trabaja sólidos volúmenes en tierras refractarias, mientras Daniel Gutiérrez (1955) se mueve en esquemas de fantasía animal primaria. Miguel Angel Lázaro (1955) y Juan G. Ruiz (1957) son seguidores de la escuela de Deva.
La región castellano-leonesa se debate entre los polos vasco y madrileño con algún foco local de limitado alcance. Del primero es deudor Felipe Montes (1951), estando Julián Méndez Sadia (1943) en el tránsito de lo constructivo a lo orgánico. La obra más rupturista la marca el minimalismo oriental de Marisa Fernández (1955). Las corrientes de la figuración son alumbradas por Luis Jaime Martínez del Río (1946) en lo fantástico, Sara Jiménez (1958) en lo primitivo, Francisco Ortega (1942) en las síntesis volumétricas. La herencia del realismo figurativo y el art-decó se mantiene en Joaquín Collantes (1945).
La dualidad neofiguración-abstracción constructivista se aprecia en la región castellano-manchega. En la primera vertiente destacan Gabriel Cruz Marcos (1943), animador del toledano Grupo Tolmo y feliz intérprete de animadas planchas metálicas; Aurora Cañero (1941), afecta a la opción fantástica y esquemática, mientras dos conquenses, y no es casualidad, Jesús Molina (1949) y Vicente Marín Morte (1951), representan la opción abstractizante a quienes acompaña el refinado internacionalista Francisco Antolín (1949).
Galeristas y creadores han luchado en Andalucía por romper la costra conservadora, ya que los andaluces más novedosos del anterior período desarrollaron casi siempre su actividad fuera. En la transición a lo nuevo reseñamos a Miguel Moreno (1936), que supo beber con primor en la herencia de Gargallo, y Antonio Ramírez (1941) que rebusca nuevas facetas para lo figurativo con investigaciones temáticas.
Hoy, las líneas dominantes son las relacionadas con lo figurativo, así Evaristo Bellotti (1955) bucea en lo primitivo y arqueológico. Pepe Seguiri (1955) en las gracias volumétricas y Pedro Simón (1949) se relaciona con el neoexpresionismo y el grafitti. Agitador de espíritus complacientes, Nacho Criado (1943) ha tocado todos los registros de lo nuevo (lo mínimal, lo povera, las instalaciones) mientras Pepe Espaliú (1955), de lo dadá pasa a experimentalismo espacial y matérico, y Antonio Sosa (1952) conmueve con sus mezclas de objetos descontextualizados.
En Canarias, el ejemplo de Chirino anima la proyección internacional. Sus creadores más evolucionados y personales son José Abad (1942), afecto a Chirino y luego rico recreador de registros neobarrocos y de simbolismo mágico que cada vez han ganado mayor calidad monumental (Los juguetes de Erjos, 1987); Julio Cruz Prendes (1943), reduccionista con tipología arcaizante; Juan Antonio Giraldo (1937) de logrados ritmos interiores; Juan López Salvador (1951), sutil mezclador de lo conceptual, mínimal y matérico; Roberto Martinón (1958), explorador dinámico de las ricas posibilidades expresivas de las piedras insulares, y Leopoldo Emperador con montajes e instalaciones de tipo conceptual y tecnológico. En lo figurativo, la figura más cuajada es Juan Bordes (1948), soberbio intérprete en poliésteres, que realiza una obra de raíz histórica y sorprendente actualidad. Más compleja y evolucionada, por edad y circunstancias, es la figura de Tony Gallardo (1929) cuya sorprendente vitalidad permitió, tras 1975, lograr soluciones muy personales al investigar la capacida expresiva de las piedras volcánicas (Magmas) con las que a veces compone dramáticos cuerpos (Atlante).