Época: Judaísmo
Inicio: Año 1500 A. C.
Fin: Año 1300 D.C.

Antecedente:
Los patriarcas bíblicos y el exilio



Comentario

Narra el texto bíblico cómo sus hermanos vendieron a José, el hijo preferido de Jacob, aprovechando el paso de unos caravaneros ismaelitas -es decir, árabes- que marchaban hacia Egipto. Aquí cayó José en la gracia del faraón, alcanzó puestos de confianza, encontró y perdonó a sus hermanos e hizo venir a toda la familia, incluyendo al padre. En Egipto se multiplicó el clan durante cuatro generaciones, pero acabaron en la adversidad, sojuzgados por un nuevo soberano que no había conocido a José (Éxodo, 1, 8), bajo sospecha de amenaza a la seguridad del Imperio.
Quede claro, en primer lugar, que la larga historia de José tiene todos los visos de ficción narrativa y hasta en alguna de sus partes estrecho paralelo en literatura no bíblica conocida. Pero reconocerlo así no autoriza a negar toda autenticidad a la presencia de antecesores de Israel de manera respondente, aunque sea de forma remota, a la presentación bíblica de los hechos. Algo de historicidad hay desde el momento en que grupos procedentes de Egipto fueron, tras su éxodo, el fermento del Israel que se constituiría en Canaán. Por otra parte, brindan visos de verosimilitud a dicha estancia algunos avatares históricos y cierto número de otros indicios concurrentes.

Algunos autores relacionaron la ascensión de José en Egipto con la dominación hicsa y no se ha pasado por alto el paralelismo entre los habiru prisioneros y los israelitas esclavizados. Pero hay más. La caravana a que fue vendido José como esclavo responde a la práctica de las relaciones comerciales egipcio-asiáticas. La bajada de los hermanos de José a Egipto en época de hambre para comprar grano tiene sus correlatos en documentación egipcia de los siglos XIV y XIII a.C., como por ejemplo en el testimonio de un grupo de asiáticos que, angustiados, no saben -dice un texto egipcio- cómo van a subsistir, han venido suplicando un hogar en territorio del faraón, conforme a la costumbre de los padres de sus padres desde el principio, o en el de la carta de un funcionario de fronteras que ha permitido el paso de semitas hambrientos hacia la localidad de Per-Atum, que seguramente -y la correspondencia es asombrosa- es la Pitóm de Éxodo, 1, 11.

Son hechos destacables también el nombre egipcio que porta Moisés, personaje histórico sin discusión, líder de los israelitas escapados, y todo el colorido de las narraciones de José y de la preparación del éxodo, que denota una autenticidad de tradiciones, en parte, y conocimiento de las costumbres e instituciones egipcias por los autores de estos relatos. Los cargos de la casa del faraón, la práctica del embalsamamiento, las plagas, la elevación social de un extranjero, los paralelos literarios, los ciento diez años de José, que en Egipto corresponden a la duración ideal de la vida, entre otras cosas, son detalles que enraízan estas narrativas en el país del Nilo y hacen prácticamente imposible una redacción desde la nada de los pasajes bíblicos en algún lugar de la Palestina del primer milenio.

Parece inevitable, por todo lo dicho, la conclusión de que una parte del Israel posterior procedía de grupos que tuvieron corta o larga experiencia en Egipto y eran herederos y portadores de una tradición allí originada, quizá mezclada y confusa, adornada con intromisiones espurias con el tiempo y reinterpretada con posterioridad.