Comentario
Se ha hablado de una estructura piramidal de la sociedad inca, cuya cúspide estaba representada por el Sapa Inca, el soberano, y la Coya, su esposa legítima, y cuya base englobaba la masa campesina mientras los estratos superiores encuadraban a las elites o nobleza de diferentes categorías. Que existió una jerarquización y que el acceso de unas capas a otras era prácticamente imposible, es algo de lo que no cabe duda y que percibieron inmediatamente los informadores españoles fuera cual fuere su preparación intelectual, desde el soldado al bachiller o al licenciado en leyes. Que la sociedad cuzqueña estaba organizada según unos patrones cuyo modelo se siguió en todo el Imperio, también es evidente. Aunque sin duda la existencia de una forma general de agrupación social, el ayllu, simplificó la adopción de ese modelo y la generalización de las instituciones que se basaron en él.
El ayllu fue la célula fundamental en la organización de las sociedades preincaicas en toda el área andina. Es una comunidad formada por el conjunto de los descendientes de un antepasado común, real o supuesto, pero cuya verdadera coherencia se sustentaba en la posesión y el trabajo en común de un territorio, la Marha, y en el culto a espíritus o divinidades protectoras del grupo y sus tierras.
Este tipo de comunidad agraria es la que se ha mantenido en las zonas rurales andinas, allí donde el sistema de colectivismo agrario ha continuado siendo el modelo tradicional de producción. Lo que prueba que el vínculo de la posesión y el trabajo en común de la tierra tuvo más fuerza que el representado por la consanguinidad.
Los ayllus imperiales, las panaca, que no tuvieron este carácter de territorialidad, porque nunca cultivaron sus tierras, arrastraron su existencia apenas hasta los últimos años del siglo XVI, y aun así, nunca con la fuerza cohesiva que tuvieron las comunidades campesinas.
La sociedad del Cuzco, sin prescindir de la importancia de esta célula básica, se organizó en función de la existencia de dos grupos humanos diferentes: el de los incas conquistadores y el de los habitantes primitivos de la ciudad: los conquistados.
Aunque el grupo conquistador mantuvo una endogamia estricta con la finalidad de mantener un carácter diferenciador con respecto a los conquistados, sus jefes, los collana, empezaron a tomar entre los conquistados, los cayao, mujeres como esposas secundarias o concubinas. De esta forma surge un nuevo grupo: el de los Payan.
Los términos Collana, Payan y Cayao son solamente indicativos de una categoría social, no étnica. En el Cuzco el grupo Collana estaba integrado por los descendientes de los jefes conquistadores por línea patrilineal y matrilineal. Los Cayao, por los ayllus primitivos de la ciudad y los descendientes de uniones endogámicas entre ellos. Los Payan son descendientes de los conquistadores y de mujeres cayao o bien producto de uniones endógamas dentro del propio grupo una vez que éste se constituye como tal grupo social, diferente al Collana y al Cayao.
Para mantener esa relación endógama de todos los grupos, que no excluía las uniones exógamas, los ayllus estaban divididos en mitades y además establecidos en zonas diferenciadas dentro del mismo asentamiento: la Hanan o de arriba, y la Hurin o de abajo. La ciudad del Cuzco estaba dividida en esas dos mitades, y a su vez cada una de ellas en dos secciones o barrios cuya proyección fuera de los límites de la capital dio lugar a los cuatro cuartos, suyus, o regiones del Imperio, a que nos referimos más arriba.
El Hanan Cuzco engloba los cuartos o barrios originarios del Chinchaysuyu y del Antisuyu. El Hurin Cuzco, los de Cuntisuyu y Collasuyu. Por su parte, todas las ciudades y pueblos del Imperio estaba divididos en dos zonas la Hanansaya y la Hurinsaya. En ellas los grupos sociales del Cuzco se reflejaban en los ayllus collana compuestos por los representantes de la autoridad central, los funcionarios de alta jerarquía pertenecientes al grupo inca. Los payan estaban integrados por la familia de los curaca o señores étnicos, y los cayao, por la masa del pueblo. Pero sobre esta estructura casi empírica, la organización social implicaba una mayor complejidad y una jerarquía de grupos y clases o estamentos sociales. La figura del Sapa Inca se situaba por encima de todos ellos como ser supremo, diferente a todos por su categoría de hijo del Sol.
La nobleza estaba integrada por los que los españoles llamaban "orejones", debido a la deformación de sus orejas por el uso, exclusivo para ellos, de grandes adornos circulares incrustados en sus lóbulos, tenía diferentes grados. A pesar de ser numerosa como consecuencia del régimen de poliginia, que fue un factor diferenciador en ella con respecto al pueblo, y una necesidad impuesta por la exigencia de la alta burocracia que sólo se podía nutrir de ella, no llegó nunca a dejar de ser una minoría frente a la población plebeya, de la que dependía para su subsistencia. La marcada jerarquización social se dejaba sentir también en esa aristocracia.
La descendencia de un Inca, tanto masculina como femenina, con exclusión del heredero, formaba su ayllu, la panaca real, encargada de conservar la momia o mallqui del soberano en su propio palacio, y de mantener vivo el recuerdo de los hechos de su reinado. Por esta razón cada uno de los Sapa Inca tenía que construirse su propio palacio y proveerse de su ajuar, que pasaría después a ser patrimonio de su panaca. La primera generación de las panacas, es decir los parientes directos del Emperador, sus hermanos, o los hermanos de su padre, vinculados a él por lazos estrictamente endogámicos, constituían la nobleza de categoría superior, encuadrados dentro del grupo Collana.
Las siguientes generaciones, también emparentadas entre sí, aunque hubiera en ellas descendientes del grupo no collana, sino payan, constituían un estamento de la nobleza de sangre, aunque de segunda categoría. Junto a estas clases, pero ajenas a la nobleza imperial o de sangre, existían grupos privilegiados formados por los ayllus cayao establecidos en el Cuzco y sus zonas cercanas: los valles del Urubamba y del Apurimac. La nobleza local o provinciana constituida por los señores étnicos de territorios integrados en el Imperio y colaboradores voluntarios de la administración cuzqueña, gozaban también de la consideración y de los privilegios propios de las elites metropolitanas.
Un grupo privilegiado era el de las mujeres escogidas o aclla. Estas, cuya organización y modo de vida tanto llamaron la atención de los conquistadores, fueron uno de los soportes de las clases privilegiadas. Seleccionadas o escogidas desde la pubertad, entre las hijas del pueblo, y junto a las de la propia aristocracia, eran educadas y preparadas para cumplir importantes misiones. Durante cuatro años recibían una educación esmerada que abarcaba desde el perfeccionamiento del idioma y las artes domésticas hasta la iniciación en los secretos de la religión y el culto.
Una parte de ellas eran destinadas a servir de esposas o concubinas para las elites; otras, en pequeño número, eran designadas como víctimas en sacrificios religiosos, y el resto, las mamacunas, las verdaderas "vírgenes del Sol" dedicaban su vida al cuidado de los templos y del culto estatal, recluidas perpetuamente en los Acllahuasi anejos a esos templos, obligadas a guardar perpetua castidad y sujetas a una rígida disciplina.
Existía, además de los ya mencionados, un grupo social que se nutría de la masa del pueblo, y que se rigió por normas muy especiales. Los mitimaes o trasladados constituían un estamento utilizado por los Incas con fines económicos y militares. Al parecer los que tuvieron un carácter militar eran realmente grupos privilegiados que llegaron a alcanzar una situación de excepción en la sociedad de los territorios más alejados del Cuzco, sobre todo en los últimos tiempos del Incario.
El traslado de ayllus completos o de poblaciones en masa obedecía como decíamos a motivos políticos o económicos. Cuando un territorio era incorporado al Tahuantinsuyu, era de vital importancia su integración, acelerada y sin riesgos, en el marco general del Estado. Para facilitar ese proceso, nada mejor que trasladar un grupo, ya perfectamente incaizado que, además de imponer las técnicas y difundir el modo de producción tradicional cuzqueño, garantizaba la seguridad del territorio, controlando a la población autóctona y evitando los posibles complots que en ella pudieran gestarse contra la soberanía de los incas. Estos grupos de confianza eran los verdaderos mitimaes de privilegio.
La gran masa del pueblo, los hatunruna, que el historiador francés Louis Baudin denominó "una cáfila de hombres felices", era el gran motor del Estado. Sobre ella recaía la responsabilidad de trabajar para el mantenimiento de esas elites improductivas, aunque no inoperantes, y de todo el aparato burocrático estatal. Agrupada en ayllus y conservando su propia idiosincrasia, estaba no obstante sujeta al más estricto control llevado a cabo mediante cuidadosos censos, elaborados periódicamente sobre la base no de todos los individuos, sino de los cabezas de familia, los purej, verdaderos responsables del tributo. La familia campesina era monógama y a sus componentes no les estaba permitido trasladar su residencia, ni aun cambiar la forma o los colores de su atuendo, por los que podía identificarse claramente su origen. No tenían derecho a ningún tipo de educación, salvo la que recibieran en el seno de su propia familia, dirigida exclusivamente al aprendizaje de las técnicas de trabajo o al de las tradiciones del grupo.
Dentro de esta masa del pueblo, aunque fuera de su organización, y compuesto por individuos desvinculados de sus ayllus, se incrustaba un estamento o grupo, el de los yana, siervos o criados perpetuos, cuya existencia ha motivado el que algunos autores consideren a la sociedad inca como esclavista. Quedaban, al ser separados de su grupo familiar, liberados de las obligaciones del trabajo comunitario, pero su función era la de desempeñar vitaliciamente todo tipo de servicios para el señor a quien fueran adscritos: cuidados de rebaños y haciendas, cultivo de tierras patrimoniales del Inca o de las panacas, trabajos de índole estrictamente doméstica... A cambio, gozaban de una cierta independencia y beneficios inherentes a la relación directa con un señor, que podía compensar su dedicación y fidelidad incluso con la posesión personal de algunas tierras y con la entrega de concubinas.