Comentario
El de los incas fue un pueblo profundamente religioso. La vida toda del hombre, como individuo y como componente de su ayllu estaba regida y condicionada por la presencia constante de fuerzas y seres sobrenaturales, a cuya influencia era difícil sustraerse, y cuya benevolencia era preciso conseguir mediante la práctica constante de ritos y ofrendas. Pero en el marco de la vida espiritual, como en el de la material, se advierten claramente las características que informaron ésta en el tiempo del Imperio: por un lado, la existencia de una fuerte tradición preincaica tolerada e incluso absorbida por los señores del Cuzco, y por otro, una clara diferenciación entre la religión de las elites y la del pueblo; es decir, entre esa tradición, respetada por los conquistadores, y una religión oficial, utilizada como un factor más, importante y decisivo, de la unidad del Imperio.
Sin embargo, hay que destacar que la base de toda la ideología religiosa de las elites, elaborada por los amautas hasta la categoría de una verdadera teología, fue la creencia general en toda el área andina y en épocas remotas en la existencia de una divinidad creadora, un Ser Supremo, que con distintos nombres pero con las mismas características, aparece como centro de los mitos de creación en diversos lugares, desde el altiplano a la costa y desde el Titicaca al Ecuador.
La divinidad creadora del área del Cuzco es Viracocha, que, procedente del lago Titicaca, del que emerge después de haber creado el cielo y la tierra, procede a la creación sucesiva de dos humanidades, la primera de las cuales es destruida por él mismo y convertida en piedras, con las que labra los modelos de la segunda humanidad.
Después se dirige hacia el Norte, al Cuzco, y, tras organizar y ordenar el mundo, actuando como héroe civilizador, continúa su marcha hacia el Norte dirigiéndose a la costa, hasta desaparecer en el mar siguiendo el camino del Sol, y prometiendo su regreso. Viracocha es un dios celeste, creador y fertilizador relacionado con el mar y el agua. Su nombre es significativo: espuma de la mar o espuma del agua. Aparece con atributos solares, pero no es el Sol, ni su culto tiene las características del culto solar.
El Sol, como divinidad del Estado incaico, es de una aparición más tardía. Se ha dicho que Viracocha fue la divinidad de las elites y que su culto fue solamente organizado y establecido en la Corte por un sacerdocio de alta jerarquía, y que el Sol fue la divinidad del pueblo. Sin embargo, modernas investigaciones llevadas a cabo por el profesor Franklin Pease han permitido establecer que el culto solar perteneció, como el de Viracocha, al que relegó a un segundo plano, a las elites imperiales y que fue impuesto oficialmente a todo el Imperio, como eje de un nuevo orden religioso después del reinado de Pachacuti. Para subrayar la importancia de la aparición de un orden nuevo y diferente en el Incario, Pachacuti se vale del culto solar, que oficializa con la magnificencia de que dota al templo existente en el Cuzco dedicado al Sol. El Coricancha fue el recinto de oro, revestido y decorado con planchas y objetos de este metal, considerado como uno de los atributos de la divinidad. E1 prestigio del culto solar y su vinculación con la dinastía de los incas, son, pues, consecuencia de una victoria política, y este carácter político fue la causa de que, a pesar del respaldo oficial y de la poderosa organización que lo mantuvo con generosas dotaciones económicas en edificios, tierras, rebaños y servicios, desapareciera rápidamente después de la caída del Imperio.
Junto a estas divinidades superiores, Viracocha y el Sol, otras de carácter celeste y vinculadas a ellas ocupaban un lugar importante en el panteón inca.
Pero el pueblo estaba inmerso en una serie de ritos y ceremonias, expresión de su sentimiento religioso, más orientadas hacia el culto de divinidades regionales, locales, familiares y aun personales de carácter naturalista o animista, a las que no se sustraía ni la misma casta de los Incas. Estas prácticas fueron las que sobrevivieron y las que aún hoy subsisten, aunque modificadas, entre el campesinado andino. El culto a las huata, objetos o lugares sagrados, representaba la más importante manifestación de la religiosidad de los incas. Una huaca era cualquier objeto, ser o fenómeno de la naturaleza que ofreciera características consideradas como sobrenaturales por su aspecto inhabitual: una roca o montaña, una piedra de forma extraña, una planta o un ser vivo, animal o humano, que ofreciera alguna anormalidad, era huata.
El cuerpo de un antepasado, el mallqui, lo era igualmente, así como la representación en piedra de ese antepasado, en el caso de que fuera supuesto y no real. También tenía este carácter sagrado el lugar en el que se rendía culto a las huacas "transportables"; o las pacarina, lugar de donde se creía que había surgido un antepasado o un grupo, desde las entrañas de la tierra.
Las ceremonias del culto oficial requerían, además de ricas ofrendas, sacrificios numerosos de llamas y, en ocasiones excepcionales, de seres humanos, jóvenes y niños. Las ceremonias oficiales, que se celebraban de manera sincrónica en todo el Imperio, eran las que marcaban los ciclos agrícolas determinados por los equinoccios y solsticios, pero que tenían lugar, con diferente duración, cada mes. Un ceremonial complejísimo se seguía para las más importantes, entre las que destacaba la del Inti Raymi, o gran Pascua del Sol, que se celebraba con motivo del solsticio de junio. Con muy remotas resonancias incaicas, y aun sin su contenido original, la fiesta del Inti Raymi sigue convocando en la actualidad, cada año, en la magnífica explanada que se extiende a los pies de la imponente fortaleza de Sacsahuaman, en el Cuzco, a los campesinos de toda la región, constituyendo un atractivo más para turistas del inunda entero, que en número creciente se sienten atraídos por conocer los vestigios del impresionante mundo de los incas.