Comentario
Anteriormente se dijo que tras una Edad de Piedra mal conocida, el África austral se presenta ocupada por los llamados Koi-Shan, serie integrada por hotentotes y bosquimanos que viven en un Neolítico incipiente, apenas sin modificaciones y que habrá de perdurar incluso más allá de nuestra Era y de la introducción de diversas técnicas metalúrgicas y cerámicas, de resultas de movimientos de población producidas por la expansión hacia el sur de poblaciones bantuparlantes.
En realidad, es desde entonces cuando puede hablarse de la diferenciación que conoce el África austral con la expansión de la metalurgia del hierro, pudiéndose distinguir dos ámbitos: uno que habrá de extenderse hasta el sur del valle de Lwanga, hasta el norte del llamado Transvaal, y otra que llega a difundirse por Zambia central y meridional hacia el oeste. Sus habitantes conocen el agrocultivo del mijo, sorgo e incluso calabazas, a la vez que la ganadería ovina. El ganado vacuno se introducirá más tarde, al sur de Zambeze, a finales del siglo VII.
La vida indígena se desenvuelve en grandes aldeas, como aquellas que habrán de situarse al sur del Kafué, con moradas construidas en piedra. Llegarán asimismo a establecerse contactos con la costa oriental.
A su vez, y al sur de Zambeze se desarrollan culturas con creaciones cerámicas peculiares, quizá fruto de pueblos metalúrgicos como Gokomere, Ziwa y Zhiso. Paulatinamente, terminará imponiéndose la metalurgia del hierro junto con la del cobre -más importante- e incluso del oro, con el que se elaboran objetos de ornato, aun cuando la extracción del áureo metal se concentre particularmente en la región de Zimbabwe y otras contiguas.
Contemporáneamente a todos estos procesos, en el África austral y su ámbito oriental aún sigue vigente una economía de la Edad de Piedra entre los bosquimanos, que terminarán refugiándose en las sabanas saladas y zonas semidesérticas del Kalahari. Aquí se localiza como legado de tales poblaciones todo un arte rupestre cuyas motivaciones, en general, son quizá parejas de las que inspiraron en diversos momentos el arte rupestre de la Europa occidental miles de años atrás.
Este arte, estudiado por H. Breuil, L. Frobenius, C. Van Riet Lowe, A.R. Willcox y P. Willicombe, ha permitido profundizar en el conocimiento de dos grandes períodos de la historia nativa: uno, apacible, el más antiguo, que refleja el pensar de los cazadores, a través de mitogramas del grupo, y otro, compulsivo, más reciente, en el que se expresa, quizá ya en la Historia, la resistencia de un pueblo que habrá de defender su reserva de caza frente a las emigraciones de gentes bantuparlantes; y ya en los inicios de nuestra Edad contemporánea, la llegada de los Böers (colonos y labriegos europeos procedentes de los Países Bajos), asentados en el Transvaal y Orange antes de ser sojuzgados a comienzos del siglo XX por el imperialismo inglés.
Este arte de raíces cuaternarias habrá de expresarse particularmente en Mpongweni, Natal, en los canchales de Tynindini, cerca del río Orange, en los Meads en Griqualan, Rocky Dríft, Transvaal, etc., con representaciones figuradas en policromía de diversa fauna, pero también antrópicas, en distintas ceremonias de caza, guerra y culto. La llamada Dama Blanca de Brandberg, descubierta por Maak y estudiada inicialmente por Breuil, señala el apogeo de un arte único que, de acuerdo con su dotación mediante el C-14, encontró su máxima expresión milenio y medio antes de nuestra Era, más tarde que el de Tassili des Ajjer (Sahara argelino). Bien o mal, perdura hasta épocas históricas, incluso con grabados y grafitos fechables en parte en un Neolítico de pastores, los mismos que crearon las tradiciones pictóricas.
Con respecto a Madagascar, los orígenes de la primera población humana que logró asentarse en la isla deben de remontarse quizá al primer milenio antes de nuestra Era. Convive con aquella población una fauna subfósil hoy extinguida -hipopótamos enanos, lemúridos gigantes, Aepyornis, etc.- a cuya extinción colaborara más o menos directamente. Los primeros útiles conocidos -azuelas talladas en sílex, parecidas a las indonesias- así como las primeras expresiones cerámicas permitirán afirmar que la inicial población humana se constituyó hacia el primer milenio antes de nuestra Era de la hibridación de elementos indonesios y africanos.
Posteriormente, debieron de producirse otras emigraciones que culminan con las migraciones indonesias que tienen lugar del siglo II d.C. y procedían éstas de Sumatra. La población bantuparlante de los Vazimba, pescadores, cazadores y recolectores que asimismo se instalarán en la isla, no pudo impedir el desembarco de los indonesios. A partir del siglo VIl se acusa la presencia árabe y desde el siglo X la isla conoce nuevas emigraciones de bantuparlantes marineros -antecesores de los Vazo-Antavero y de los Kanemby- y de los Merina, nueva población de origen indonesio que acabará ocupando las altiplanicies tras enfrentarse con la población vazimba, ya instalada, que algunos tratadistas denominan protomalgaches.