Comentario
El culto a los muertos estaba muy arraigado en Micronesia, con aspectos distintos en las diferentes islas. En Ponapé, por ejemplo, fue muy difícil para los arqueólogos y antropólogos trabajar allí, porque sus habitantes creían firmemente que el respeto a sus antepasados pasaba por no tocar, ni siquiera acercarse a sus tumbas.
En cambio, en las islas Ellice y Gilbert creían que su mauri (seguridad, prosperidad) dependía también de ese respeto a los muertos, pero ellos lo manifestaban tratando cariñosamente sus restos, lo cual les llevaba a ungir sus huesos con aceite, bañarlos en el mar, a hablarles e, incluso, a fumarse una pipa en compañía de sus esqueletos, porque, allá donde habitan los difuntos, no hay ocasión de fumar. Nunca comprendieron por qué los misioneros, que por otro lado parecían buena gente, destruían sus altares y les prohibían estas prácticas.
Va a hacer un siglo que España abandonó el Pacífico. La hispanización de las islas fue desigual y, en la mayoría de las ocasiones, limitada. Su huella más profunda la dejó en las Marianas y en las Carolinas, que dependían del Gobierno de Filipinas.
Así y todo, el Gobernador General escribía a finales del siglo pasado: "Nuestra dominación efectiva sobre los dos grupos de islas se reduce a la ocupación de una única isla en cada uno de los grupos, a saber, Yap y Ponapé, y a un sólo punto dentro de cada isla, con una guarnición, un barco de guerra y una lancha en cada uno de estos puntos. En Palaos, aunque se nos ha reconocido nuestro derecho de dominio, no tenemos, hasta ahora, más signo de posesión que cuatro misioneros franciscanos, establecidos en aquel grupo compuesto de diez islas".