Comentario
El arte yoruba actual, casi todo él en madera, se fecha desde mediados del siglo XIX. Esto se debe, de forma exclusiva, a la imposibilidad de conservar piezas lígneas anteriores, no a su inexistencia. Sin embargo, y aunque es más que probable que piezas como las actuales se realizasen hace ya muchos siglos, y que el estilo no haya evolucionado mucho desde el medievo, sí cabe aducir una cierta matización en temas y destinatarios.
Es fácil apreciar, en efecto, que, con la crisis de las monarquías en el siglo XIX, el campo reservado al arte áulico decae sin remisión. Hoy siguen existiendo múltiples reyes y jefes yorubas, pero su papel es meramente representativo y folclórico; y tanto es así que, cuando alguno -como el oba de Benin Akenzwa II (1933-1978)- quiere conseguir una función política activa, ha de integrarse en el sistema de partidos del estado nigeriano. Por tanto, carecen de los grandes talleres artísticos de antaño y, en el mejor de los casos, intentan mantener los símbolos regios de sus antecesores. Lo más normal es que se contenten con aparatosas coronas cónicas, hechas de cuentas de vidrio y adornadas con cintas decorativas; que se vistan con telas magníficas, también cubiertas con cuentas de colores, y que, en los palacios y casas de mayor lujo -que siguen constando, como antaño, de bellos peristilos- cuiden de mantener y renovar los postes tallados, a veces, con magníficas figuras que cumplen la función de cariátides.
Sin embargo, donde verdaderamente se manifiesta todo el esplendor del pensamiento y sistema cultural yoruba es en el arte religioso, donde abundan las representaciones de dioses y espíritus. Las máscaras gelede, verdadero símbolo distintivo del arte yoruba, con su aspecto redondeado y sus formas curvas, con sus grandes ojos triangulares de pesados párpados y sus labios rotundos, suelen hoy, por desgracia, pintarse con colores plásticos un tanto chillones, y constituyen así uno de los exponentes más claros del carácter vitalista, pero también irreflexivo, del arte popular actual. Completadas con los apliques más fantasiosos, adquieren un aire de falla valenciana que aún se hace más abrumador en las grandes máscaras destinadas a las fiestas Epa en la región septentrional: sobre estos yelmos se entrelazan cúmulos de estatuillas que superan a menudo el metro de altura y que llegan a pesar más de 50 kg; resulta impresionante su presencia en los cultos a los muertos y a la fecundidad, cuando el danzarín ha de agitarlas rítmicamente y bailar con ellas.