Época: África
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 1900




Comentario

En casi todo el territorio de Liberia, y desde luego en su zona central, la cultura dominante es la traída desde América por los antiguos esclavos liberados que vinieron a fundar la república; por tanto, se explica la pobreza generalizada de formas tradicionales. Hay que seguir más adelante, llegar hasta las fronteras con Costa de Marfil, si queremos entrar de nuevo en el pintoresco mundo de las aldeas forestales animistas. Pero, eso sí, cuando alcancemos estas regiones, nos parecerá que hemos entrado en el mundo de las máscaras.
No es que falten por completo las figuras talladas, y hasta son interesantes las estatuas que encargan los jefes dan para recordar a sus esposas difuntas, pero lo cierto es que en este complejo laberinto donde se entremezclan las etnias guere, wobe, dan y guro, la única autoridad generalmente respetada es la sociedad secreta Poro, que con sus múltiples máscaras supone la mejor introducción a un ambiente misterioso de brujería, rituales agrarios, hechizos y castigos tribales.

De los cuatro pueblos citados, hay tres -guere, wobe y dan- que conforman una unidad sin límites internos precisos. Aunque de distinta procedencia -los dan son de origen sudanés-, todos viven en contacto constante a través de la selva, y, en el curso de sus múltiples visitas, se regalan e intercambian los objetos más variados, máscaras incluidas. Así se entiende que, en el interior de un poblado, se puedan descubrir piezas de distintos estilos; pero, por fortuna, ha logrado conservarse en la memoria el origen de cada tipo concreto, y por tanto pueden determinarse con seguridad las técnicas e iconografías de cada etnia.

Desde luego, el más creativo es el pueblo dan. Y ello se explica por la propia teoría religiosa que mantienen los dan sobre las máscaras. Según afirman, existen numerosísimos dii, fuerzas naturales que habitan en la selva; y los más poderosos de estos dii son los gle, que expresan a los vivos, a través de sueños, su deseo de encarnarse en una máscara, o incluso en un conjunto de máscaras que habrán de bailar juntas. El que ha recibido tal sueño -un hombre iniciado en la sociedad secreta, pues si no el sueño no es válido se lo comunica al consejo de ancianos, y éste decide si se ordena construir la máscara o el cortejo en cuestión. Recibido el encargo, el escultor, inspirado por el gle también en sueños, realiza su obra -a la que también se llama gle-, y el espíritu se encarna en ella. Por tanto, cada máscara tiene en principio un carácter personal, con su forma peculiar de hablar y de moverse, y con su nombre propio, lo que supone la existencia de infinitas variantes artísticas.

Sin embargo, pese a la teoría, el escultor tiene de hecho a su servicio una serie limitada de modelos básicos, una tipología de máscaras a las que se atribuyen diversas virtudes o características, y se basa en tales guías para concebir su nueva obra. Ha de tener en cuenta, por ejemplo, la oposición entre máscaras deangle (para los gle buenos, pacíficos y con carácter considerado femenino) y las máscaras bugle (para los gle guerreros, con rasgos masculinos), y sabe que también existen las máscaras gle va (para los gle más poderosos), que han de servir como jueces en la aldea, y que por tanto llevará quien haya de dirimir pleitos, solucionar querellas o firmar paces. Dentro de estos tres grandes tipos, sin duda conoce múltiples subtipos, que responden a las distintas funciones que cada gle desee cumplir en la aldea a través de la máscara en la que se encarne: los hay que animan las fiestas, otros curan o consuelan a los enfermos, otros jalean a los guerreros, etc.

De cualquier forma, siendo imposible dar aquí un esquema, siquiera mínimo, de esta multitud de máscaras, nos limitaremos a recordar, con la mayor admiración, los finísimos y delicados rasgos de las máscaras deangle, que pretenden, y a menudo logran, darnos una limpia imagen de la belleza ideal de la mujer africana, con sus sensuales labios entreabiertos y sus ojos entornados. Frente a tan serena y relajante visión, los ojos cilíndricos (nya gbo: ojos de cacharro) que suelen llevar las máscaras bugle intimidan con su mirada fija y casi demencia].

Las facciones perfectas de la máscara deangle constituyen, por decirlo así, el leitmotiv de todo el arte figurativo dan: adornan sus ya citados retratos fúnebres de mujeres, y las hallamos también en los mangos de las cucharas wunkirmian y en las máscaras en miniatura ma go. Se trata de dos objetos muy típicos de esta cultura: según los dan, el wunkirmian es para las mujeres lo que las máscaras son para los hombres, y en cada barrio de la aldea hay una mujer, elegida por su predecesora antes de morir, que lo empuña en las fiestas para dirigir el reparto del banquete. En cuanto a las mascaritas ma go, son verdaderos fetiches que contienen un di¡, y G. Schwab nos informa así de su uso: "Cada mañana, en secreto, el hombre saca su ma, escupe en su cara, frota la frente de la pieza contra sí mismo, y dice: "Oye, tú, buenos días. No dejes que ningún embrujo llegue a mí. Así sea."

Las etnias vecinas a los dan, aunque mucho menos ricas en formas y sugerencias artísticas, merecen un recuerdo, aunque sea de pasada. Así, es difícil olvidar, una vez vista, una de las terribles máscaras que fabrican los guere y los wobe: fortísimos colores, ojos saltones en forma de largos cilindros, alborotada pelambrera y, a veces, un entramado de cuernos tapando una cara abstracta, son los elementos esenciales de este expresionismo salvaje, verdadera personificación de la brujería.

En el extremo opuesto de las preferencias artísticas se sitúa, en cambio, el pueblo guro. Acaso su máscara más repetida sea la zamblé, pequeña cabeza de animal híbrido, con cuernos de antílope y fauces de leopardo, que aparece en distintos bailes desempeñando papeles diversos; pero lo que siempre recordará el aficionado, tras la contemplación de varias obras, es la alargadísima estilización de sus caras femeninas, aún más idealizadas que en las máscaras dan, y realizadas con un acabado y pulido tan perfectos que, más de una vez, traen a la memoria el arte cortesano del gótico flamígero.