Comentario
Los pende fueron considerados entre sus vecinos, hasta el siglo pasado, como los grandes maestros en todo tipo de técnicas. Testimonio fidedigno de su fama tenemos en variados objetos, entre los que no faltan estatuillas; pero, sobre todo, hoy los conocemos por su gran producción de máscaras. Son éstas muy variadas, pues sirven tanto para las ceremonias de iniciación como para pequeñas representaciones en festejos aldeanos, y la más característica es la llamada mbuya, donde se repite el rasgo más propio de toda la plástica pende: la típica frente abombada dominando unos ojos cubiertos por pesados párpados. Con estas mismas facciones, este pueblo talla en hueso, madera o marfil unas mascaritas que, como las de los dan y otras etnias, sirven de protectores personales.
Actualmente parecen ser los chokwe los que más rasgos comunes tienen con el arte pende, pero en siglos pasados fueron los kuba quienes con más ahínco se proclamaron sucesores de su cultura en los aspectos plásticos.
El reino Kuba tuvo la fortuna, allá por 1908, de recibir la visita del gran explorador E. Torday, pues éste dedicó a él lo mejor de su producción científica, recogió numerosas piezas de su magnífico arte -hoy en el Museo Británico- y reconstruyó su historia a través de las tradiciones orales. Gracias a sus escritos, conocemos muy bien las raíces míticas de esta monarquía, que pueden hundirse en la Edad Media, y la sucesión de todos los reyes que componen la dinastía hoy reinante, así como a su fundador, el gran estadista Shamba Bolongóngo (1601-1620), verdadero héroe primordial al que se atribuyen mitos variados y múltiples invenciones. Nada mejor, por tanto, que evocar con las palabras de dicho investigador esta institución monárquica y su protocolo:
"El nyimi (o rey) debe respetar ciertas prohibiciones; por ejemplo, no debe hablar mientras sostiene un cuchillo en la mano, y tampoco puede hablársele en estas condiciones; en ningún caso debe verter sangre humana, ni siquiera en la guerra. Hasta estos últimos años, les estaba prohibido a las personas de sangre real tocar el suelo: debían sentarse sobre una piel, sobre una silla o, como hacía el nyimi antiguamente, sobre la espalda de un esclavo colocado a cuatro patas, y deben colocar sus pies sobre los de otras personas... Si el nyimi estornuda, todos los presentes han de realizar tres series de aplausos cada vez menos fuertes".
Lo que se dice en este párrafo tiene particular interés porque, con algunas variantes, sería aplicable a todas las monarquías del ámbito bantú, y nos evoca muy bien el rígido ambiente, cargado de ritualismos simbólicos, que rodea estas cortes y el arte a ellas destinado. Sin embargo, ningún reino tendrá la peculiar afición de los kuba por las coronas, por los tronos y tambores regios, y hasta por varios tipos de máscaras que, apartadas de las sociedades secretas, cumplen la función de adornos oficiales; las hay incluso reservadas al rey y a miembros de su familia. Ninguna monarquía africana puede, además, enorgullecerse como la kuba de una magnífica serie de efigies regias o ndop; poco importa que, a pesar de lo que creyese Torday, estos retratos idealizados no se realizasen en la época de los reyes correspondientes, sino en el siglo XIX: su dignidad y medido realismo los convierte en verdaderos paralelos de las representaciones faraónicas, sin que ello sugiera el menor contacto con ninguna cultura mediterránea.