Época: Japón
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 2000

Antecedente:
Las religiones del Japón



Comentario

El culto al emperador constituye uno de los pilares del sistema de creencias japonés. Fue la región japonesa de Izumo la que contribuyó de manera significativa a la mitología sintoísta, en particular a la instalación del dominio de Jimmu Tenno, el primer emperador japonés, y del linaje imperial.
Según el relato mítico, tras ser Susano, señor del mar, expulsado del cielo, descendió a la "llanura de juncos", es decir, la Tierra, donde salvó a una hermosa doncella de las garras de un dragón. Susano halló una espada fabulosa, Kusanagi, en una de sus ocho colas y se la dio a su hermana, la diosa Amaterasu, como gesto de paz. Luego se casó con la doncella, levantó un palacio cerca de Izumo y engendró una dinastía de deidades poderosas que llegaron a dominar la Tierra. El mayor de todos ellos fue Okuninushi, el "Gran señor del país". Amaterasu se alarmó por el poder que había alcanzado Okuninushi, por lo que envió a su nieto Honinigi a restaurar su soberanía en la Tierra. Finalmente se llegó a un acuerdo: los vástagos terrenales de Amaterasu, comenzando por el descendiente de Honinigi, Jimmu Tenno, gobernarían la Tierra en calidad de emperadores, mientras que Okuninushi sería el guardián divino perpetuo del país.

La figura del emperador fue objeto de especial veneración a partir de entonces, aunque, en la práctica política, su papel fue meramente simbólico durante la Edad Media japonesa, hasta el periodo Meiji, en el que pasó a desempeñar un papel destacado en la dirección del país.