Comentario
Con Diocleciano la esplendorosa Corduba inicia su declive, siguiendo la tónica general del Bajo Imperio romano. La ciudad pierde su condición de capital en beneficio de Hispalis (Sevilla), al tiempo que el cristianismo se impone como la nueva religión dominante. Al cristianizarse el imperio gracias a Constantino, en el siglo IV, el obispo cordobés Osio se convierte en el espíritu evangelizador que aconseja y decide, y es él quien redacta la fórmula de la fe cristiana, el Credo. Osio se convertirá en el personaje cordobés más significativo del periodo, participando en los concilios de Iliberris, localidad cercana a Granada, y Nicea, en el que ocupa un lugar muy activo. En este momento, las comunidades cristianas de Córdoba comienzan a adquirir cada vez mayor relevancia, como lo demuestran los dos sarcófagos paleocristianos encargados directamente a Roma, que actualmente se conservan en el Alcázar y en el Museo Arqueológico. Algunos cristianos cordobeses de época posterior, gracias a su vida y milagros, serán considerados santos por la Iglesia, como San Eulogio, San Pablo y San Perfecto.
Este estado de cosas sufrirá una brusca ruptura en el siglo V, cuando se produzcan las llamadas invasiones bárbaras de la Península Ibérica, que afectarán también a Corduba. La ciudad será saqueada por los vándalos y lenta, pero inexorablemente, el antiguo poder romano irá desapareciendo. Sin embargo, las viejas formas romanas mantienen su prestigio entre los bárbaros, quienes comprueban la utilidad de mantener algunas instituciones para administrar tanto el territorio conquistado como a la población nativa. Así, los visigodos, último pueblo en asentarse en la región, asentarán en la Betica un dux propio.
Las luchas intestinas que caracterizan algunas etapas de la dominación visigoda acabarán por afectar a Córdoba. De manera frecuente distintas facciones se enfrentan por el poder, dando lugar a intrigas y combates, como los que oponen a Leovigildo y su hijo Hermenegildo. Córdoba será conquistada por Leovigildo, quien a la postre resultará vencedor. A partir de este momento la población hispanorromana de Córdoba pasa a depender de la capital visigoda, Toledo. Comes y duques visigodos asumen cargos en la administración local de Córdoba, ocupando palacios y monumentos.
Bajo el reinado de Recaredo, responsable de la conversión del reino visigodo al catolicismo -abandonando el arrianismo-, se construye en Córdoba la basílica de San Vicente. La leyenda cuenta que dicha iglesia fue levantada sobre un viejo templo romano dedicado al Sol, exactamente en el mismo lugar que más tarde ocupará la Gran Mezquita aljama cordobesa.
La dominación visigoda, especialmente el periodo final, resultará ser un periodo convulso, en el que son constantes las revueltas nobiliarias y las luchas por el poder. Este contexto fragmentario favorecerá la posterior invasión y dominación musulmanas.