Época: Alejandro Magno
Inicio: Año 334 A. C.
Fin: Año 334 D.C.


(C) Arlanza Ediciones



Comentario

Es difícil, si no imposible, estimar las bajas de ambos bandos, Ya se ha dicho que muchos de los grandes persas, como Mitrídates -el yerno de Darío-, Espitridates -el sátrapa de Lidia-, su hermano Resaces y otros murieron al frente de sus tropas; algunos, si hemos de creer a las fuentes, a manos del propio héroe macedonio. Sin duda, los mercenarios griegos al servicio de Persia sufrieron la matanza mayor, aunque sea más creíble aceptar tres que dieciocho mil muertes. La caballería persa, desordenada, abandonó el campo sin ser muy perseguida, por lo que casi todas sus bajas debieron producirse al defender la ribera del río.
Según Arriano, murieron mil jinetes y los mercenarios, salvo dos mil prisioneros; para Plutarco, murieron dos mil quinientos jinetes y veinte mil infantes, una obvia exageración. Unos mil jinetes, y los tres mil infantes masacrados tras la victoria, parecen cifras concordantes con los acontecimientos.

Si las estimaciones para los persas son groseras, las cifras precisas que diferentes fuentes nos dan para los vencedores son igualmente difíciles de valorar. Según Arriano, murieron veinticinco Compañeros, sesenta de los otros jinetes -prodromoi y peonios- y treinta infantes. En cambio, según Plutarco, cayeron unos veinticinco infantes y nueve jinetes. Según Justino, por último, murieron ciento veinte jinetes y nueve infantes. Todo esto sin contar los heridos, que probablemente quintuplicaran o más el número de los muertos, teniendo en cuenta el tipo de heridas que causan las armas blancas, como jabalinas o espadas, y el grado de protección corporal de los contendientes,

Según las fuentes, Alejandro se interesó personalmente por los heridos e hizo erigir en Dioo estatuas broncíneas de los veinticinco Compañeros muertos, que encargó nada menos que al escultor Lisipo... y que fueron trasladadas a Roma en el 148 a.C. por los nuevos vencedores de Grecia. Entretanto, uno de los pocos jefes persas de importancia supervivientes, el sátrapa Arsites, acabó suicidándose abrumado por la derrota.

Aunque la mayoría de los investigadores tiende a rechazar como ridículas estas bajas macedonias, no estamos de acuerdo. El orden de magnitud que proporcionan las fuentes -en torno al centenar de muertos y posiblemente sobre quinientos entre los macedonios, y alrededor del millar de muertos entre la caballería persa- concuerda con lo que sabemos sobre las características de la guerra en esa época.

La mayoría de las bajas se producía no en el combate, sino en el momento de la huida y en la persecución. Dado que los mercenarios griegos solamente fueron masacrados al final del combate, la magnitud de bajas y su proporción parecen plausibles. El problema radica en que los tres autores citados dan como bajas macedonias cifras muy concretas y creíbles y, sin embargo, lo suficientemente diferentes entre sí como para afirmar que proceden de diferentes fuentes, lo que ha dado lugar a largas discusiones.

Desde el punto de vista de los efectivos puestos en juego, la batalla fue pequeña en comparación con lo que había de venir, pero sus efectos fueron importantísimos. Anatolia quedaba abierta a Alejandro y disminuía el peligro de que los propios persas llevaran la guerra a Grecia mediante un audaz desembarco. Los macedonios y su propio general cobraron confianza para marchar contra el núcleo Imperio y de las fuerzas del Gran Rey. En lugar de seguir hacia el Este, Alejandro marchó hacia el Sur, conquistó Jonia, expulsó de su base en Mileto a la flota persa y tomó Sardes sin oposición.

En cuanto a los riesgos que corrió Alejandro bastará recordar las palabras de Quinto Curcio (4,9,23): "En cuanto a la audacia misma, que fue su rasgo distintivo, puede incluso rebajarse su alcance porque no se dio nunca la ocasión decisiva de saber si había obrado con temeridad". No hacen reproches a una victoria: sólo se buscan culpas a la derrota.