Comentario
César pertenecía a la generación que vio la luz en la transición del siglo II al I a.C. -como Pompeyo, Cicerón, Catilina y Craso-, y creció precisamente entre las convulsiones de la guerra civil, los sangrientos años de dictadura de Sila y el estéril régimen senatorial recreado por el dictador.
Aristócrata, de rancia familia patricia que remontaba sus orígenes a la propia diosa Venus, sus recientes antepasados habían contado poco en política. Pero como aristócrata tenía derecho a intentar la carrera de los honores, que fue abortada por el golpe de Estado de Sila. La reaccionaria oligarquía senatorial impuesta en el poder por el dictador le cerró las puertas y César, como tantos otros jóvenes políticos de la posguerra, se vio lanzado a la oposición al régimen, a la sombra de personalidades como Pompeyo o Craso, que, en la satisfacción de ambiciones personales, trataban de socavar los cimientos del Estado oligárquico recreado por Sila.
Moviéndose con astuta prudencia entre estos personajes, pero en una trayectoria política inequívocamente popular y de abierta oposición al Senado, César contaba en el año 60 a.C. con los requisitos necesarios para aspirar a ser elegido para la más alta magistratura de la república: el consulado. El año antes, sus victorias sobre los lusitanos en la Hispania Ulterior, como gobernador de la provincia, le habían proporcionado gloria, fortuna y valiosas relaciones personales con personajes cualificados de la aristocracia indígena, como el gaditano L. Cornelio Balbo. Pero la oligarquía estaba dispuesta a impedir su elección por todos los medios. Fue una suerte para César que Pompeyo y Craso, los dos políticos de ilimitados recursos e influencia a los que de uno u otro modo había servido, vieran peligrar sus respectivas ambiciones por la actitud del Senado. Y fue también una suerte que ambos estuviesen enemistados, porque César cumplió el papel de mediador para lograr un acuerdo privado entre los tres, conocido impropiamente como primer triunvirato.
Los tres aliados eran desiguales en cuanto a los medios que podían invertir en la coalición: Pompeyo, como victorioso comandante, contaba con el apoyo de sus veteranos; Craso, un experto en finanzas, con su inagotable fortuna; César, aunque con menos seguidores, podía utilizar en beneficio de la alianza el poder que le otorgaría la magistratura consular.
Con este potencial, César, efectivamente, fue elegido cónsul para el año 59 y desde la alta magistratura satisfizo las necesidades de sus aliados, sin olvidarse de su propia promoción. Fortaleció sus lazos personales con Pompeyo ofreciéndole como esposa a su hija Julia, presentó un ambicioso proyecto de ley agraria que contemplaba el reparto de tierra en Campania para 20.000 ciudadanos con más de tres hijos y, sobre todo, trató de procurarse una posición real de poder con un encargo militar. Y efectivamente, finalizado su año de consulado, César, como procónsul, al mando de cuatro legiones, se dirigió hacia la Galia, donde se desarrollaría el capítulo más popular de su camino hacia el poder absoluto.