Comentario
No se sabe si César aspiraba o no a la monarquía, odiosa a los romanos, pero la separación entre la monarquía oficial y su forma de poder autocrático era mínima. En todo caso, el tema de la aspiración de César a la realeza desempeñó un papel muy importante en la propaganda que sus enemigos desplegaron para justificar su asesinato.
Partidarios y opositores habían supuesto que la política de conciliación proclamada por César era auténtica y que su propósito final era la restauración de la res publica. Esta esperanza fue deteriorándose de día en día cuando César, en lugar de restaurar las instituciones tradicionales, las utilizó para imponer su voluntad de poder. La nobleza, cuyos ideales seguían siendo republicanos, sólo aceptó externamente la conciliación, rebelándose internamente contra la situación y contra quien la había generado. Pero la forma autoritaria y personal de dirigir el Estado, sin interés por las instituciones y por la tradición, también produjo el alejamiento o la incomprensión de buena parte de la sociedad romana, que exigía nuevas instituciones o la restauración de las antiguas.
La usurpación del poder era la más insistente y grave acusación esgrimida contra el dictador, que decidió retrasar la definición de su gobierno y de sus relaciones con el Estado republicano hasta regresar de una gran expedición militar contra el reino parto, que amenazaba las fronteras de las provincias de Oriente. Pero el 15 de marzo del 44, unos días antes de partir, César fue asesinado en el Senado por un grupo de conjurados, entre los que se encontraba su ahijado Bruto.