Época: Julio César
Inicio: Año 58 A. C.
Fin: Año 51 D.C.

Antecedente:
Vercingétorix, el héroe galo



Comentario

Entre los años 58-56, César venció a los helvéticos, al suevo Ariovisto, a los belgas... y a varias tribus galas, como vénetos o aquitanos, que se levantaron en medio de aquellas crisis, que parecieron quedar solucionadas en 55 a.C. Pero la pesada mano de la dominación, las requisas y exigencias y la insolencia romana provocaron continuas sublevaciones posteriores, a las que César reaccionó con la aplicación del puro y simple terror. El ejemplar castigo de Acón, un dirigente de los senones, capturado por César y ejecutado según la costumbre romana -tras ser atado a un poste fue azotado con varas y luego decapitado-, consiguió arrinconar los particularismos galos y provocar una sublevación, gestada en secretos conciliábulos de los druidas.
El foco principal surgió en la Galia central y recibió un último impulso por la ausencia de César, precipitadamente obligado a regresar a Roma, ante la grave coyuntura política provocada por las luchas de facciones. Los conjurados comprendieron que había que aprovechar el momento antes de que el procónsul volviera a ponerse al frente de sus legiones, confiadas mientras tanto a su lugarteniente Labieno. Fueron los carnutos de la región de Chartres los que dieron la señal del estallido con la matanza, en un día fijado, durante el invierno de 53-52 a.C., de los funcionarios y comerciantes romanos de la ciudad más próxima, Cenabum (Orleans). Pero serían los arvernos, la tribu más populosa del Macizo Central, quienes se erigirían en cabeza de la rebelión bajo la guía de Vercingétorix.

Este caudillo, nacido hacia 72 a.C., era hijo de Celtilo, un influyente jefe arverno, poco antes ejecutado por sus compatriotas bajo la acusación de pretender alzarse con la dignidad real. Seguramente Vercingétorix estuvo enrolado como auxiliar en el ejército de César, donde aprendió las tácticas romanas, y también trató de alzarse con el poder, pero fracasó en su propósito ante la oposición conjunta de los otros jefes, entre ellos, su propio tío Gobannicio, que lo expulsaron de la capital, Gergovia (Clermont-Ferrand). Resuelto no obstante a obtener el liderazgo sobre su pueblo, Vercingétorix reclutó en el campo un nutrido grupo de partidarios -vagabundos y facinerosos los llama César- y con ellos regresó para deponer a sus adversarios y proclamarse rey.

Inmediatamente se convirtió en alma de la revuelta. La mayor parte de los pueblos entre el Loira y el Garona, así como las tribus atlánticas del noroeste, se le unieron y Vercingétorix les exigió rehenes y soldados sobre todo, de caballería, a los que entrenó concienzudamente y con un extremo rigor: las faltas graves significaban la muerte; las leves, la amputación de las orejas o de un ojo y el regreso a su tribu para servir de ejemplo y advertencia.

Con este ejército podía ya poner en marcha su plan: atacar a los romanos en la Galia Narbonense para alejar la guerra de sus tierras del centro del territorio galo; entre tanto, debería aumentar la magnitud de la rebelión atrayendo, de grado o por fuerza, al resto de las tribus galas neutrales o prorromanas. Mientras él mismo conducía parte del ejército hacia territorio de los bitúriges, para liberarlos de la influencia que ejercían sobre ellos lo prorromanos, otro jefe insurrecto, Lucterio, debía lanzarse contra las fronteras de la Narbonense (apuntando directamente a su capital).

Hacia allí acudió presuroso César, que con una cadena de fortificaciones impidió la entrada de Lucterio en ese territorio. A continuación, el romano atravesó los Cevennes por desfiladeros cubiertos de nieve para caer de improviso sobre territorio averno. Las esperanzas de Vercingétorix, que creía a salvo a su pueblo, protegido tras la imponente muralla natural, se vinieron abajo, forzándolo a acudir en su defensa. Los rebeldes habían fracasado, pero tampoco César estaba preparado para una campaña inmediata: lo impedía el invierno, que dificultaba transportes y avituallamiento. Los bitúriges habían unido a la confederación y, reforzado por esta adhesión, el caudillo galo se dirigió contra, Gorgobina, una ciudad aliada de los romanos en la confluencia del Loira y el Allier, para obligar a Cesar a alejarse de sus bases si, como esperaba, acudía en socorro de la ciudad.

Efectivamente, César hubo de ponerse en marcha sometiendo a su paso la ciudad de Cenabum, que entregó al saqueo en venganza por los ciudadanos romanos asesinados entre sus muros a comienzos de la revuelta, y apareció en territorio de los bitúriges, obligando a Vercingétorix a abandonar el asedio de Gorgovina para acudir en auxilio de sus nuevos aliados.