Época:
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1500

Antecedente:
La guerra en el medievo

(C) Arlanza Ediciones



Comentario

La espada es el arma que mejor se identifica con el caballero medieval, cristiano o musulmán, al punto de que era enterrada con su dueño o, al menos, quedaba representada en su tumba.
Las espadas estaban provistas de anchas hojas de doble filo y contaba, a veces, con un canal central, por el que resbalaba la sangre hasta el codo del guerrero, como refiere el Poema de Mío Cid: "Por el codo ayuso la sangre destellando".

Aunque no se considerase un elemento tan personal como la espada, la lanza -utilizada tanto por la caballería como por la infantería- sería un arma imprescindible para el guerrero y condicionaría el sistema táctico de cada época. La infantería la utilizaba con una mano o con las dos y, contra la caballería, apoyando la parte posterior o regatón, en tierra y manteniéndola oblicua hacia adelante. El caballero la llevaba en la mano o sobre el antebrazo, o en la axila (lance couche) o apoyada en el ristre, a partir de la aparición de las armaduras rígidas e, incluso, la utilizó como estoque, colocándola a la altura del cuello y asestando el golpe de arriba abajo...

Otras armas usadas por los caballeros fueron las mazas y los látigos de guerra. Según la tradición, Sancho VII, rey de Navarra, fue un gran experto en su manejo, por cierto nada fácil, ya que era necesario contar, no sólo con una notable estatura, sino también con gran fuerza física. Las mazas terminaban en una serie de aristas de hierro que les daban un aspecto floreado.

Por último, las hachas y los martillos de guerra eran armas terribles en el cuerpo a cuerpo y muy idóneos en la guerra de sitio, ya que podían utilizarse, no sólo como armas ofensivas, sino también como picos para derribar puertas y muros.

Dentro de la balística, primero fue el arco, simple o compuesto, aunque la ballesta, progresivamente, lo fue sustituyendo. Existían tres tipos de ballestas, como queda reflejado en La Gran Conquista de Ultramar: "E hombres de pie que levaban picos e palancas e porras de hierro e con estos iban muchos arqueros con ballestas de torno, e dos pies, e de estribera".

Se han identificado varios tipos distintos de flechas, que obviamente, tenían diferentes aplicaciones. El arzobispo Jiménez de Rada, cronista de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), refiere: "...Y lo que es difícil de creer, aunque es cierto, es que en aquellos dos días no utilizamos, en ningún fuego, otra leña que las astas de las lanzas y flechas que habían traído consigo los agarenos; pese a todo, apenas si pudimos quemar la mitad en aquellos dos días, por más que no las echamos al fuego por razón de nuestras necesidades sino por quemarlas sin más". Los cuerpos de arquero fueron muy numerosos en estas batallas y no economizaban munición.

Seguía utilizándose la honda, tanto con proyectiles de plomo como con pequeños cantos rodados. De su utilización por parte musulmana en Las Navas deja testimonio el Arzobispo de Toledo.

La primera arma defensiva es el escudo, cuyo diseño varió con el distinto modo de emplear la lanza, a principios del siglo XIII, y con la aparición de las brafoneras, que permitió disminuir su longitud. Se confeccionaban de tablas verticales, recubiertas con pergamino y yeso, lo que permitía su vistosa decoración. Por ello, a veces, se les denomina tablero: "Tomó la lanza en mano, en el brazo el tablero / Quien miedo ante él, no hubiese, seria un gran guerrero". Los buenos escudos estaban recubiertos con cuero de caballo, mulo o asno endurecido y en su centro llevaban una chapa metálica, en forma semiesférica o puntiaguda, llamada bloca o umbo. En su parte interna, disponía de los brazales para manejarlo y del tiracol, correa de cuero que permitía llevarlo colgado del cuello para dejar las manos libres.

Los musulmanes utilizaron escudos similares, pero tuvieron uno muy especial, denominado adarga. Tenía forma ovoide, con un pequeño entrante en la parte superior, presente también en ocasiones en la inferior, en cuyo caso su apariencia era la de dos riñones unidos por su parte interna. Estaban hechos, generalmente, con cuero de vaca, onagro o antílope, siendo de éste último el más apreciado.

Encima de la camisa, el caballero portaba el gambax, pieza de tela acolchada, sobre la cual se colocaba la loriga. Ésta, denominada también cota de malla, estaba confeccionada con anillos entrelazados, formando un tejido de acero que, generalmente, era de doble capa. El libro de Alejandro lo describe perfectamente, denotando que ésta era la protección típica del hombre de armas del siglo XIII: "Armose el caballero valiente y muy leal/ vistiendo a su cuerpo un gambax de cendal/ y encima la loriga blanca como el cristal/ Hijo mío -dijo su padre- Dios te libre de mal".