Comentario
"La piedad y el horror que provocó el proceso y ejecución de Juana de Arco despertaron el odio y la unión de Francia contra el invasor inglés". La muerte del regente Bedford -grave adversidad para Inglaterra- agudizó el declive de sus ejércitos y el duque de Borgoña, dando por perdida la causa inglesa en 1435, puso fin a la querella civil y se reconcilió con Carlos VII quien, como triunfador, entró en París. No obstante, continuaron los choques entre franceses e ingleses y ante la imposibilidad de resolver el conflicto, en abril de 1444, ambos bandos acordaron en Tours otra tregua que Francia aprovechó para reorganizar su ejército e instituciones y, en 1449, reanudar las hostilidades. Normandía fue pronto sometida por los franceses y una fuerza de socorro llegada de Inglaterra fue destrozada en Formigny (1450).
Pero como la reconquista de Guyena requería más esfuerzo, en la primavera de 1453, Carlos VII emprendió la que sería última campaña bélica de la Guerra de los Cien Años.
Jean Bureau, el gran maestre de la artillería de Francia, al frente de un aguerrido ejército se dirigió contra Burdeos, el gran baluarte inglés de la Guyena. La artillería de aquella tropa estaba compuesta por los nuevos cañones montados sobre cureñas con ruedas, de fácil movilidad, que serían determinantes en el campo de batalla. A mediados de julio, los franceses llegaron a las cercanías de Castillon, ciudad pro-inglesa situada a treinta millas al este de Burdeos, junto a la orilla derecha del río Dordogne. Bureau, que disponía sólo de unos 10.000 hombres, fuerza escasa para cercar la ciudad, instaló estratégicamente a sus infantes y cañones en un campamento fortificado al este de Castillon.
John Talbot, conde de Shrewsbury, el veterano y popular comandante del ejército inglés en Francia, partió de Burdeos el 15 de julio con una fuerza que no superaba los 7.000 hombres y el día 17 -ahora hace 550 años- ante las murallas de Castillon se enfrentó al enemigo. En la primera fase de la batalla, al observar el inglés que, tras los primeros, los franceses se dispersaban dejando un amplio espacio abierto, creyó que el adversario se retiraba. Engañado por esta falsa impresión, Talbot ordenó el ataque impetuoso de su caballería e infantería, que fueron recibidos por una lluvia de proyectiles disparados por la batería de cañones, mandados por el célebre cañonero Giraud de Samain, emplazados en los flancos y fondo del campamento francés. A pesar de todo, Talbot confiaba en el empuje de sus hombres y mantuvo la ofensiva, pero, finalmente, la infantería francesa, superior en número y sin haber sufrido castigo alguno, aniquiló a los ya maltrechos y desconcertados supervivientes ingleses.