Comentario
Durante un momento de la batalla, "un oficial de artillería se dirigió al Duque, comunicándole que tenía a Napoleón en el punto de mira y estaba preparado para disparar. Wellington respondió, "¡No! ¡No! No lo permitiré. No es propio de comandantes dispararse unos a otros". Otro relato del incidente es más específico: "Señor, ahí tenemos a Bonaparte, creo que puedo alcanzarle, ¿puedo disparar?" "No, no, los generales que dirigen ejércitos tienen mejores cosas que hacer que dispararse unos a otros". Cualquiera que fuese la ventaja militar conseguida en ese momento con la muerte de Napoleón, la decisión de Wellington fue políticamente correcta. Para destruir el mito y detener reacciones, Napoleón debía ser derrotado en el campo de batalla. Muerto de manera poco "caballerosa" -dejando aparte que Wellington diera o no personalmente la orden- hubiese levantado la perdurable idea de que pudo ganar la batalla y el mito de la omnipotencia napoleónica hubiera seguido en pie.
La actividad personal de Napoleón y Wellington no pudo ser más dispar durante la batalla. Wellington tenía 46 años, Napoleón, 45, pero el primero actuó con la energía de un hombre de veinte, mientras que Napoleón con la pasividad propia de un hombre de sesenta. El esfuerzo de Wellington fue titánico, estuvo presente en los momentos y lugares más críticos de la batalla, como prueba el elevado número de muertos que hubo entre los que se encontraban cerca de él durante la lucha. No es de extrañar que el Duque achacara su supervivencia a que "la mano de la Providencia lo protegió".
Aunque Wellington no participó directamente en la lucha de Hougoumont ni en los combates desarrollados al este del campo de batalla, continuamente cabalgó desde Hougoumont a La Haie Sainte, apoyando los cuadrados defensivos, reuniendo hombres, dando órdenes a los comandantes y dirigiendo el fuego de las baterías. Napoleón, en cambio, cedió el control de las operaciones a Ney, en parte para poder entendérselas con la amenaza prusiana, pero permaneciendo demasiado tiempo en un mismo lugar, y actuando según informaciones de segunda mano en lugar de obtenerlas él mismo cabalgando por los distintos lugares del campo de batalla. Más tarde se lamentaba de que las cargas de caballería de Ney nunca estuvieron autorizadas, pero tampoco hizo nada por impedirlas aunque se produjeron justo delante de él. De hecho resulta inconcebible que Ney ordenase las cargas de la caballería de Kellermann o la infantería de Milhaud sin el consentimiento de Napoleón. Esa delegación de liderazgo en primera línea significa, a juicio de un historiador que parece hablar por muchos otros, "que el mismo Bonaparte tenía un escaso, lento y obcecado control de su ejército".
Ney tomó La Haie Sainte alrededor de las 6:30 de la tarde creando una nueva situación desesperada para Wellington, pero Napoleón la desaprovechó al denegar el envió de refuerzos solicitado por su mariscal, que veía la posibilidad de romper la línea anglo-aliada situada detrás de la granja. Con el centro de Wellington vapuleado por los disparos de una batería francesa que Ney había situado a tan sólo trescientos metros de los británicos, parecía posible abrir la primera fisura en el campo aliado. Pero Napoleón desautorizó el envío de la Guardia Imperial, respondiendo al mensajero de Ney: "¿¡Más tropas!? ¿De dónde espera que saque más tropas? ¿Quiere que las fabrique?". Un general, tras el comienzo de la batalla, sólo tiene una misión: decidir cuando y donde emplear sus fuerzas de reserva y Napoleón perdió la capacidad de tomarla. Para el Emperador, rechazar a los prusianos procedentes del Este se había convertido en preocupación prioritaria, con lo que dejó pasar una gran oportunidad y, quizás, la victoria. "En la guerra solo existe un momento favorable y el genio del comandante consiste en atraparlo", había dicho y él perdió la suya en Waterloo.