Comentario
EI 22 de abril de 1915, Henri Mordacq, general de la 87 División francesa, creyó que el mayor Villevaleix, del 1° Regimiento de Cazadores de África, se había vuelto loco cuando le oyó decir, por el teléfono de campaña, que sus hombres huían en masa y sin dirección, desabrochándose y tosiendo entre nubes amarillas.
La división, formada sobre todo por fuerzas marroquíes, cubría el llamado Arco de Ypres en el frente de Flandes, junto con otra francesa y una canadiense. Enfrente se encontraba el IV Ejército alemán, que tenía distribuidas secretamente a lo largo de sus trincheras 6.000 botellas metálicas con 180.000 kilos de clorina, cloro con aditamentos. Hacia las 16 horas, aprovechando el viento del norte, los zapadores alemanes abrieron las botellas y una nube amarillo-verdosa de la altura de un hombre, 6 kilómetros de ancho y entre 600 y 900 metros de profundidad avanzó hacia las posiciones francesas.
El mayor Villevaleix tenía razón: sus soldados huían despavoridos sin rumbo fijo y con los pulmones llenos de cloro. En aquel ataque químico, los franceses sufrieron 15.000 bajas, entre ellas 5.000 muertos y 2.470 prisioneros, de los que 1.800 estaban ilesos.
Desde entonces, las que hoy se llaman armas de destrucción masiva han cambiado de nombre a medida que se ampliaba su panoplia. Los gases asfixiantes se llamaron sucesivamente venenosos, de guerra y agresivos químicos. Mucho después, a raíz de la aparición de la bomba atómica, se habló de explosivos nucleares, luego de armamento NBQ (nuclear, químico, biológico) y hoy de armas de destrucción masiva.
Aunque el fuego griego y el humo de azufre, atributo clásico de Satanás, ya se emplearon durante la Edad Media, los agresivos químicos son fruto de la Segunda Revolución Industrial: en 1905, la policía de París utilizó granadas rellenas de gases tóxicos contra los "apaches". Fritz Haber, el químico alemán que descubrió la síntesis industrial del amoníaco -por el cual recibió el Nóbel de Química en 1918- era, en 1914, director del Instituto de Investigaciones Kaiser Wilhelm de Berlín y presidía la comisión secreta de química de combate que descubrió la síntesis del nitrógeno y liberó a la industria alemana de armamento de las importaciones de salitres. Bajo la protección de Guillermo II, Haber desarrolló un proyecto de guerra química que fue adoptado por el Estado Mayor en 1915, desarrollándose en secreto los medios para ponerlo en marcha.
El éxito de Ypres sorprendió a los mismos alemanes, que se apresuraron a repetirlo, aunque tampoco sus enemigos se quedaron atrás y desarrollaron sus propios gases. En lo sucesivo se martirizaron unos a otros con nubes de cloro y luego de fosgeno, un gas incoloro con olor a heno del que derivaron otros productos diabólicos: difosgeno, bromofosgeno, cianuro de fosgeno y cloropicrina. Desde 1916, ya no se lanzaron nubes de gas, sino granadas de artillería cargadas con fosgeno, bromuro de xileno y arsinas. En 1917, también en el frente de Ypres, los alemanes utilizaron por primera vez la yperita o gas mostaza, un oscuro líquido aceitoso, de débil olor oliáceo, fabricado por la BASF y muy peligroso porque atravesaba la ropa, el calzado y, en forma de gotas, contaminaba el terreno durante largo tiempo. Muy pronto, también lo fabricaron los ingleses y numerosos soldados de ambos bandos comprobaron como la yperita llenaba su piel de ampollas, se infiltraba hasta la sangre y se repartía por todo el organismo, que perdía la mitad de su hemoglobina mientras quedaban afectados el aparato respiratorio y el digestivo, los riñones y el cerebro. Cuando no morían o perdían la vista, quedaban afectados por bronquitis y asma crónico. Muchos gaseados fueron tratados en las mismas trincheras con inyecciones de morfina, sistemáticamente repetidas para que siguieran luchando. Cuando la guerra terminó, había aproximadamente 1.300.000 hombres afectados y, por si fuera poco, muchos de ellos se habían vuelto morfinómanos.
En 1918, numerosos gases de la alemana IG-Farben cayeron en manos de los aliados, cuyos arsenales también estaban repletos de venenos que los Gobiernos intentaron vender, como un excedente de guerra. Todos los ejércitos modernos organizaron sus servicios de guerra química, almacenaron miles de máscaras antigás y fabricaron o compraron partidas de agresivos. La yperita fue utilizada por los españoles en la Guerra del Rif, por los italianos en Etiopía, por los ingleses en Mesopotamia y por los japoneses en China. Más adelante, Adolf Hitler, uno los afectados por la yperita durante la Gran Guerra, ordenó utilizar el ácido cianhídrico para asesinar a los judíos. Fritz Haber no pudo verlo; había muerto en 1934 cuando huía de Alemania por ser judío.