Comentario
El valle de Dien Bien Phu era una idílica y verde llanura de unos 17 km de longitud por 6 ó 7 de anchura, cubierta de arrozales, situada entre dos cadenas de montañas y serpenteada por los ríos Nam Youn y su afluente, el Muong Manh. El ejército francés envió allí fuerzas paracaidistas en noviembre de 1953, que comenzaron a construir la gran base, acondicionando un viejo aeropuerto, que fue provisto de hangares protegidos para cazas y helicópteros. Pronto aterrizaron en él aviones de transporte con todo lo necesario para erigir una fortaleza que pudiera albergar a unos 12.000 hombres: madera, tubos y perfiles de acero, chapa, alambre de espino, munición, bastimentos, hospital de campaña... Las fuerzas blindadas dispondrían de diez carros de combate, que llegaron por vía aérea y fueron montados sobre el terreno; la artillería, mandada directamente por el coronel Piroth, contaba con 44 cañones de 105 mm y 4 de 155 y numerosos morteros de todos los calibres. La infantería estaba compuesta por soldados nativos, argelinos, marroquíes, legionarios de toda Europa y fuerzas metropolitanas.
Numerosos especialistas estudiaron el emplazamiento de los reductos, de la artillería, los búnquer y los caminos cubiertos... Todo parecía perfecto y, sin embargo, allí se estaba cocinando una derrota decisiva para las esperanzas francesas en Indochina. Los avisos de la dura lucha que se avecinaba fueron numerosos y duraron tanto como la preparación de la base. Los paracaidistas multiplicaron sus incursiones por los alrededores y mantuvieron decenas de enfrentamientos con unidades del Vietminh, causándoles muchas bajas y sufriendo 151 muertos y 798 heridos... ¡Y la batalla aún no había comenzado!
Dien Bien Phu era una fortaleza bien organizada sobre el papel, pero era llamativa su distancia de Hanoi, desde donde debían llegar los suministros y el apoyo aéreo, casi en el límite de la autonomía de los cazas. Su extensión parecía excesiva para unos 12.000 defensores: más de seis kilómetros de longitud por unos cinco de achura y una posición excéntrica, Isabelle, situada a unos 7 km al sur. Los diversos bastiones se escalonaban casi en círculo, en torno al puesto de mando del coronel Christian de Castries, con denominaciones femeninas: en la zona norte, defendiendo el aeropuerto, Beatrice, Gabrielle y Anne-Marie; al este, Dominique y Eliane; al oeste, Huguette, Françoise y Claudine y, al sur, Junon.
Pero la situación era mucho peor que la previsión más pesimista. A finales de diciembre de 1953, Giap ya tenía en los alrededores, 24 batallones de infantería y una división de artillería. No contaba con blindados ni aviones, pero duplicaba a los defensores en hombres y cañones y disponía de un potente armamento antiaéreo. Su dominio del territorio le garantizaba los abastecimientos, mientras que los franceses pronto anduvieron escasos de todo. Una formidable cadena de camiones le aportaba los suministros y más de 100.000 coolíes los sustituían cuando las lluvias impedían la circulación rodada. La densidad del fuego artillero que el Vietminh inició el 12 de marzo de 1954 fue comparable, según la veterana oficialidad francesa, con el de los peores días de la II Guerra Mundial. No podían creer que los comunistas hubieran podido llevar a la zona docenas de pesados cañones, trasportándolos a lo largo de 400 km de selva y, sin embargo, allí estaban, reduciendo a polvo los reductos del norte. Se calcula que la artillería de Giap disparó unos 200.000 proyectiles durante el asedio.
Bajo aquella tempestad de fuego sucumbieron entre el 14 y el 15 de marzo las posiciones Beatrice y Gabrielle, defendidas por dos batallones de buenas tropas coloniales. La lucha fue tan sangrienta que Vo Nguyen Giap solicitó cuatro horas de tregua al coronel De Castries, para retirar los centenares de muertos y heridos que cubrían las laderas de Beatrice. Pasada la tregua, ya casi de noche, volvieron disparar los cañones comunistas, formando una barrera de fuego tras la que avanzaba la infantería, a veces tan pegada a la línea de impacto que padecía bajas a causa de su propia metralla. Los defensores, con la posición arrasada por las granadas y casi sin munición, cargaron con la bayoneta calada contra los asaltantes. Una pelea dantesca, ya de noche, con los combatientes de ambos bandos entremezclados, tratando de matar a bulto, a la sombra enemiga. Allí murió el jefe de la posición, el teniente coronel Gaucher, con todos sus oficiales. Los pocos supervivientes se replegaron protegidos por la noche.
Algo similar ocurrió al mismo tiempo en Gabrielle. La artillería de Giap barrió los parapetos, segó las alambradas, derribó los búnquer, removió los parapetos y sepultó a la infantería en sus trincheras. Cuando las veteranas tropas argelinas estaban a punto de ser arrollados, llegó en su auxilio el coronel Langlais con un batallón de paracaidistas y tres blindados M-24, que rechazaron a los asaltantes. Langlais renunció a reorganizar la posición: todo estaba arrasado; la tropa, diezmada; la oficialidad, muerta o herida, y las municiones, agotadas. Aprovechando la noche, abandonó Gabrielle, llevándose los heridos.
Dos días después, Giap volvió a la carga. El 17-18 de marzo, el blanco de sus cañones fue Anne Marie, clave para la defensa del aeropuerto. La defendía un batallón thai de fogueadas tropas de montaña. Mientras Anne Marie era atacada, en el búnquer de mando del coronel De Castries se desarrolló un tenso consejo de guerra. El coronel Piroth, jefe de la artillería, no sabía cómo responder a los reproches. ¿Cómo era posible que sus cuarenta cañones de 105 mm y sus cuatro piezas de 155 no fueran capaces de contrarrestar el fuego de la artillería comunista que, literalmente, estaba borrando las posiciones? Desesperado, explicaba que las piezas comunistas estaban situadas en contra-ladera, lo que originaba dos efectos funestos para sus artilleros: no podían batirlos con tiros directos y, además, eran casi ilocalizables, puesto que el humo de sus disparos se difuminaba por el valle. Carente de información precisa, su fuego de contrabatería era ineficaz y el de cobertura y protección de las posiciones atacadas, insuficiente. Del análisis de la situación se concluyó que las poderosas piezas de 155 mm eran demasiado pocas, que la munición era escasa y que los cañones de 105 mm estaban en una inferioridad manifiesta con respecto a la artillería de Giap. La única posibilidad era aplastar las piezas comunistas por medio de bombardeos aéreos, pero el mando de la aviación les informaba desde Hanoi que los cañones de campaña estaban protegidos por numerosos antiaéreos que impedían el ataque rasante. Los bombardeos a gran altura eran muy imprecisos e, incluso, el empleo de napalm resultaba poco eficaz en la húmeda jungla. Causaba inmensas humaredas que contribuían a desorientar aún más a los artilleros franceses, protegiendo el avance de los zapadores comunistas que excavaban trincheras y túneles hacia las defensas enemigas. Las conclusiones de aquel consejo de guerra no pudieron ser más pesimistas. Giap tenía más artillería, mejor emplazada y sobrada de munición y su infantería, aparte de valerosa y eficaz, era numéricamente muy superior. Su derroche de vidas en Beatrice y Gabrielle había sido aterrador, pero las habían conquistado y continuarían con ese procedimiento, desmontando, pieza a pieza, el dispositivo francés. La situación empeoraría si Giap dominaba el aeropuerto, dificultando aún más los suministros e impidiendo la evacuación de los heridos. Cuatro días después de iniciada la batalla, aquellos curtidos militares percibieron que se hallaban en una ratonera. La aviación, con la que tanto se había contado, era impotente por falta de autonomía o de tonelaje. De Castries urgía a Navarre y éste trasmitía su angustia y sus necesidades a París. El Gobierno, ante la carencia de mejores aparatos en Francia, comenzó a buscarlos en Estados Unidos.
Esa noche del 17 al 18 de marzo el Vietminh tomó la posición Anne-Marie, dispersando a los defensores thais. El coronel Piroth se suicidó al conocer la noticia. Cuando amaneció el 18 de marzo, la artillería ligera comunista ya disparaba contra el aeropuerto.