Comentario
La llegada de Netanyahu al poder, en 1996, devolvió a Sharon al protagonismo político, entregándole, primero, el Ministerio de Industria y Comercio y, en 1998, Exteriores. Su designación constituía una evidente declaración de intenciones del jefe de Gobierno: desafío a la opinión pública internacional, situando al frente de su representación exterior al presunto responsable de un genocidio y nombrando interlocutor de los palestinos, en plena negociación del proceso de paz, a su mayor enemigo y al más duro opositor a la retirada de los territorios ocupados. La oposición de Sharon al proceso de paz sería aún más clara a partir del verano de 1999, tras la victoria de los laboristas y la llegada al poder de Ehud Barak.
Sharon dejó sus cargos públicos, pero siguió en la Knesset como diputado del Likud y jefe de la oposición al Gobierno. Desde esa plataforma se opuso a que Barak hiciera concesiones a los palestinos en las interminables rondas de las conversaciones de paz e impulsó la implantación de nuevos asentamientos en los territorios ocupados y el incremento de los colonos. Maniobró para desintegrar la coalición gubernamental y consiguió que el Parlamento encadenara a Barak, impidiéndole cualquier concesión a los palestinos sin la aprobación de los diputados.
Para entonces -primera mitad del año 2000- parecían ya ínfimas las posibilidades de un acuerdo entre Israel y la Autoridad Palestina para la proclamación de un Estado Palestino. Las negociaciones sobre la evacuación israelí de los territorios ocupados, el reparto de Jerusalén, la progresiva eliminación de los asentamientos judíos en los territorios palestinos, estaban paralizadas. De impedir los acuerdos se encargaba por parte de Israel -al margen de la torpeza de Barak- la oposición encabezada por Sharon y, por parte palestina, la resistencia a hacer más concesiones. Arafat no quería hipotecar los derechos palestinos para lograr un mal acuerdo, pero tampoco disponía de margen de maniobra.